lunes, 29 de mayo de 2017

Mirar las cosas

La proliferación de la literatura fragmentaria y breve ha tomado un auge inusitado en lo que va de siglo. Esto podría ser el titular de la sección cultural de cualquier rotativo de nuestro país o de más allá de nuestras fronteras. Las circunstancias tecnológicas del momento actual tienen mucho que ver en todo ello. El impacto del género breve se ha colado de manera exponencial en nuestras vidas como usuarios de la redes sociales. No paramos de leer y remitir a nuestros amigos y seguidores incontables y continuas sentencias, citas, greguerías y aforismos que aparecen constantemente por cualquiera de las aplicaciones virtuales de nuestro móvil o tablet. Además, ese eco imparable se ha colado de lleno en el mundo editorial. No hay resquicio semanal para que no se anuncie la publicación de un nuevo libro de aforismos o una antología de ellos, a pesar de que la literatura breve sigue siendo un género menor en cuanto a las preferencias del público que lee literatura siguiendo la tradición más canónica.

Los lectores entusiastas del género aforístico celebramos este acontecimiento prolongado y, sobre todo, nos alegramos de que muchos escritores, especialmente los poetas, se hayan decidido a probar fortuna en un campo tan sutil como este y tan propicio para el pensamiento que no desdeña la mirada poética. Algunos de ellos, como Carlos Marzal (Valencia, 1961), un veterano en estas lides, lleva una larga trayectoria literaria unida, en gran parte, al cultivo del aforismo como síntesis y conjugación de su universo literario en el que la reflexión y el hervor poético caminan sin soltarse de la mano.

En su segundo libro de aforismos, La arquitectura del aire (2013), de hermoso título por cierto, el poeta concluye su colección de alumbramientos con la siguiente reflexión: Mis aforismos también son un diario, pero de acontecimientos del pensar. Anteriormente, en Electrones (2007), donde se inició por primera vez en el género, Marzal quiso dejar sentado, a su manera, entre todo el juego de azar reunido en poco más de cien aforismos, lo que, a su entender, significa el oficio de juntar letras: Escritor no es quien escribe para luego marcharse a vivir, sino quien no puede entender el hecho de vivir sin estar escribiendo. Ahora, entre estas dos intersecciones que conforman el pensar y el escribir, el tiempo y la experiencia, el escritor valenciano presenta un nuevo libro de aforismos en el que la madurez y la ironía se aúnan y afinan: Con el tiempo –confiesa–, se aprende a apreciar el pequeño placer doméstico de estar, cada día que pasa, más de acuerdo con uno mismo.

Con Las consecuencias de no tener nada mejor para perder el tiempo (Frida Ediciones, 2017), su nueva obra, un título casi inacabable e irónico, Marzal se consagra como uno de los referentes españoles actuales del género. En esta ocasión, el autor reúne en poco más de doscientos aforismos un amplio repertorio introspectivo de paradojas, vislumbres, sentencias y abstracciones alrededor de lo que le rodea, explorando el mundo de las sensaciones y del pensamiento, con mucho humor la mayoría de las veces. Cuando se viaja –dice en uno de ellos–, las ideas sobre el viaje pesan más que la maleta; en otro advierte con gracia que La erudición también es una ignorancia parcial, pero con conocimiento de causa; y en este de aquí sentencia pícaramente: Con la regla, los hombres también competiríamos para ver quién la tiene más larga; Para ser justos con nosotros –apostilla con socarronería en este otro– tendrían que juzgarnos por piezas. Hay otros muchos donde la edad y el cúmulo de traspiés se hacen inevitablemente patentes: Se nos pasa el arroz incluso para las perversiones propias, dice uno de estos. Entre las ventajas de la edad –subraya en otro– se cuenta esta: hacernos creer que nuestras resignaciones son una conquista de la sabiduría...

En esta nueva escaramuza literaria de Marzal se pone en cuestión, en cierta medida, la frase severa o el pensamiento solemne y moralista que parece envolver al aforismo clásico para darle un revés y mostrarnos que los aforismos más humorísticos, a menudo, son los más graves e incisivos. De ahí a que cuando leemos en uno de ellos que Hay pocos placeres comparables al de creerse que los demás envejecen peor, no podamos evitar una sonrisa al sentirnos reconfortados.

El aforismo para Marzal no es una limitación para tratar asuntos propios y ajenos fuera del ámbito tradicional y sentencioso. No hay límites estilísticos para tal fin. En esa frontera compositiva y de concisión necesaria, el poeta español, con la elegancia y humor que le caracterizan, se revela como un aforista consumado en argucia y sagacidad, gracias a ese estilo directo, natural e incisivo tan propio suyo.


Las consecuencias de no tener nada... es un breviario aforístico agudo y apasionado que no cae en la obviedad, capaz de arrancarnos una mudez en nuestro rostro lo mismo que un cambio repentino en el arco de nuestras cejas, un libro inteligente que no se corta y que pone su atención y gracia en la mirada irónica y despojada de pomposidad a tantos asuntos que nos afectan.

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