martes, 16 de mayo de 2017

Un hombre silencioso y escurridizo

Tal día como hoy, hace cien años, a las cinco de la mañana, nacía en la ciudad de Sayula, del estado de Jalisco, Juan Rulfo, el mismo día de la celebración del santo patrón de su padre, Juan Nepomuceno, llamado entre sus allegados don Cheno. Rulfo sobrellevaba mal que le hubieran apilado todo el santoral de sus antepasados bajo el nombre de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Hubiera preferido algo más sencillo como Juan Pérez. Así se le conoció hasta que publicó sus primeros cuentos bajo el seudónimo de Juan Rulfo. La narradora y ensayista argentina Reina Roffé nos revela estos detalles particulares en los prolegómenos de su biografía armada, como así la llamó en 1973, sobre el escritor mexicano para explicar cómo, de un origen y de una conciencia en la que todo da que pensar, puede surgir la conciencia de un ser que dio que pensar a todos.

Empatía es la palabra clave del biógrafo. Una vida, por muy bien documentada que esté, sigue siendo misteriosa si el biógrafo no despierta en el lector la disponibilidad y la capacidad de compenetrarse con un personaje, con una situación o con un ambiente. Pero esa empatía requiere ante todo el combustible del conocimiento y, además, la manera de transmitirlo. Como bien dice Blas Matamoro en el prólogo de la nueva versión de Roffé de su biografía sobre Juan Rulfo, publicada recientemente por Fórcola, su autora sabe todo lo que se puede contar del biografiado, aunque éste sea introvertido, conversador dificultoso, más bien apático e íntimamente dueño de sus mentiras. Lo que sí averigua Roffé, dice Matamoro, es “por qué mentía Rulfo”.

En ese viaje vital propuesto por la escritora, a través de la vida y obra del autor de Pedro Páramo, el lector entra en los recovecos existenciales de un ser silencioso, reservado, cargado de una historia familiar en la que la violencia y la muerte marcarían su carácter y su literatura. Su visión literaria de la muerte sería siempre cercana, repentina, llena de misterio, como si dicha muerte estuviera siempre a la vuelta de la esquina. Rulfo es un escritor que cuenta en su única novela y en unos pocos relatos los envites de la muerte como ausencia y cadena, como si contara una historia que ocurre por el vacío que destila. Roffé viene a decirnos que para Rulfo narrar es una guerrilla contra el olvido y su connivencia. Si la muerte no le hubiera marcado desde la infancia, no hubiera tenido necesidad de relatar nada. La muerte violenta de su padre y de su abuelo, la ruina familiar y, posteriormente, la muerte de su madre, le fueron sumergiendo en una soledad enorme. Sin más parientes próximos que una abuela materna, con la que vivió unos pocos años, finalmente terminaría su niñez en un orfanato de Guadalajara, de régimen carcelario, según confesó en la entrevista que le hizo Joaquín Soler Serrano en su programa televisivo A Fondo en 1977.

Si la figura paterna representa el cauce determinante en la obra del autor jalisciense, el papel de la madre, subraya Roffé, también tiene rango especial, debido a ese rol tradicional de mujer sufrida, adoptado comúnmente en la comunidad mexicana. Si Rulfo, con apenas seis años, había podido conversar con su madre acerca del asesinato del padre, no cabe dudas de que, aunque él guardara algún recuerdo de su progenitor, la madre fue quien sobrellevó, mientras pudo, el peso de la memoria del esposo malogrado. Otro secreto que no se supo del artista hasta su muerte fue que también había sido seminarista. Poco se sabe de esto y menos si Rulfo ingresó en el Seminario Conciliar de Guadalajara en1932, al poco tiempo de salir del orfanato, con vocación expresa de ser sacerdote o solo para continuar sus estudios. Después vendrían unos años de incertidumbre en sus estudios universitarios, hasta recaer como funcionario de la Oficina de Migración, un trabajo que le deparó continuos viajes. Su debut como escritor no le llegó hasta 1945 cuando publicaría algunos cuentos. La bohemia cultural de Guadalajara lo atrajo como un miembro más en sus tertulias, donde destacaba Juan Arreola, personaje clave e impulsor de su novela mítica, Pedro Páramo.

Hay muchas anécdotas y vivencias extraordinarias sobre la vida de Juan Rulfo en esta estupenda biografía. En una de ellas cuenta la escritora Elena Poniatowska que una de sus admiradoras le preguntó, durante una cena homenaje, que qué sentía cuando escribía, a lo que Rulfo, casi sin levantar la mirada, gruñó: “Remordimientos”.

Hay también otros testimonios, confidencias y opiniones de gente que trataron de cerca al artista que tan bien se sentía en soledad y tan incómodo en público. Para algunos, como Fernando Benítez, era sabio, dulce y humilde amigo, para otros, contrariamente, era hosco y cortante.

Roffé firma una biografía amena y vívida sobre la figura de un clásico de la literatura hispanoamericana, un extraordinario narrador adscrito, según la autora, a la tradición literaria de su país que gira en torno al culto a la muerte como fascinación ante la nada, un escritor con un lenguaje poético inigualable, que se vale de una prosa en la que nada sobra y todo está dicho e insinuado. Nos encontramos ante un libro jugoso que concita a interpretar mejor la vida y obra de un grande de la literatura universal, un hombre, a su vez, triste, silencioso y escurridizo.

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