El
escritor escribe porque algo arde dentro de él, porque algo no anda
bien en su fuero interno, y, también, porque en su memoria busca
ascuas que remover y avivar para escribir el relato que necesita
contar. El lector lee porque anda ávido de historias y aventuras,
convencido de que la gracia de todo esto está en arrimarse a la
lumbre prometida de los libros, porque lejos de ellos hace frío y
necesita su calor que ponga emoción y temperatura a tanta rutina y
soledad.
La
última novela de Clara Usón
(Barcelona, 1961) responde a ese llamado de ardor literario y de
descenso a los infiernos donde anidan sus obsesiones para abordar los
conflictos existenciales que transitan por la vida de sus personajes,
en esta ocasión bajo el perfil de una joven actriz del destape de
los años setenta, Sandra Mozarovski,
que murió con apenas dieciocho años de edad en circunstancias
trágicas y extrañas, y por otro lado, para contarnos las conexiones
sociales y vicisitudes personales que se dieron en su propia vida, en
una década española tumultuosa y de incipiente libertad, parecidas
a esa misma idea seminal que llevó a la desaparecida artista a
preguntarse sobre el sentido de su vida y las ganas de vivir.
El asesino tímido
(Seix Barral, 2018)
es probablemente la obra más personal y más dura de toda la
producción de Clara Usón.
Como ya hiciera en sus anteriores novelas, el suicidio aparece
también en escena, como obsesión vital, como preocupación
existencial de los personajes que pueblan sus historias, en todas
ellas se polemiza la tragicomedia que conlleva sortear los peligros
de seguir vivos. De las turbias circunstancias de la muerte de la
actriz tangerina nada se supo a ciencia cierta: alcohol y drogas, un
embarazo indeseado, depresión, pastillas para adelgazar, la relación
clandestina supuestamente con Juan Carlos I,
o un mareo tonto mientras regaba unas macetas en la terraza de la
casa de sus padres sobrevolaron por las revistas del corazón como
hipótesis de su muerte. Nada quedó esclarecido por la aparente
investigación, que se cerró sin zanjar todas estas conjeturas.
En
todo caso, el asunto de la Mozarovski
es un recodo y artificio literario que encamina el relato hacia el
lado personal de la propia escritora, que se remonta a su
adolescencia y juventud vivida en aquella democracia española recién
estrenada y mediante la que evoca cómo su generación se volcó en
vivir la libertad al completo, sin miedo a transgredir todo lo que
estaba prohibido y a experimentar sin medida todo aquello que
anteriormente había sido vetado. La vida, nos viene a decir la
narradora, no vale gran cosa si no tienes algo de qué huir. La huida
en sí es vastísima y depende del prófugo que la emprende. Se huye
de los corsés sociales y familiares, del hastío y del desencanto,
pero Usón en esa
trama desatada de su relato acude con urgencia a las reflexiones
sobre los entresijos fundamentales del ser deseante y vacío que
conlleva toda existencia, de la que hablan Camus,
Pavese y, en mayor
medida, Wittgenstein,
de quien admira sus
conclusiones filosóficas acerca del lenguaje y su sentido altruista
y desprendido de la vida.
Al
igual que hay una intrahistoria en el desarrollo narrativo que jalona
la crónica de una España prometedora que mira más allá de sus
fronteras, pese a sus atavismos, hay también en El
asesino tímido un tiempo
trastocado por pulsiones autodestructivas en los límites que llegan
a cuestionar la validez de la vida. Y es aquí, en ese entramado
existencial, cuando surge el homenaje a su madre, la que le dio la
vida, la que se ocupó de rescatarla del abismo de sus reiteradas
recaídas. La madre es la que pone colofón al libro, la que atesora
esa proximidad absolutamente gratuita, trascendental y salvadora, una
confesión filial sentida y emotiva.
Nadie
elige la muerte como un fin en sí mismo, suelen ser otros los
motivos. El asesino tímido
es un texto fresco y ágil que se aproxima a ese debate con ternura y juiciosa
solidaridad. Nadie tiraría la vida por la borda, como decía Hume,
mientras valiera la pena conservarla. Ahí se sitúa la espina dorsal
de este libro, en el que la narradora cuenta una historia de alguien
que le sirve de espejo para escribir la suya propia, dos historias
paralelas, enfrentadas, iguales ante el hecho de vivir, pero con
desigual resultado.
Es
necesario leer muchos libros para que los más interesantes decanten
su jugo. Cuando esto último sucede, como es el caso de esta
apreciable y valiente novela de Clara Usón,
entonces el gozo es loable y merece la pena compartirlo.