miércoles, 10 de abril de 2019

La escritura y la vida


Como el protagonista de mi novela anterior, me sentaba a escribir delante de unas imágenes. En El instante del peligro, Martín escribía sobre una sombra inmóvil proyectada sobre un muro, unas imágenes del pasado. Ahora yo me encontraba también ante unas sombras del pasado. Ecos y fantasmas de un tiempo que se había ido”, nos cuenta el narrador de El dolor de los demás (2018) que más adelante percibe cómo la mirada del pasado es capaz de transformar el presente: “Viajar en el tiempo siempre modifica las cosas”.

¿Cómo se convierte alguien en escritor, o es convertido en escritor? Una buena pregunta para la que Ricardo Piglia en Los diarios de Emilio Renzi (2015) tiene esta respuesta: “Un escritor se autodesigna, se autopropone”. Se trata, según él, de una construcción deliberada. “No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una decisión tampoco, se parece más bien a una manía, un hábito, una adicción, si uno deja de hacerlo se siente peor”. Escribir cambia sobre todo el modo de leer los libros y la vida, nos viene a decir Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977), dando crédito a lo que el escritor argentino otorga a su oficio de empeño, decisión y contingencias que empujan y determinan el modo en que el escritor llega a ser, se reconoce y se da a conocer.

Lo que se cuenta en Aquí y ahora (Fórcola, 2019), su nuevo libro, está fechado entre julio de 2016 y mayo de 2017, implementado con un epílogo que titula El sentido de un final, escrito entre julio de 2017 y Enero 2019, es todo un acontecer sucesivo de escritura, desde el propio hecho de vivir, leer, viajar, noches de farra, amor e insomnio a través de un diario ágil y desbordante, escrito en segunda persona, como ya experimentó en sus dos anteriores entregas, Presente continuo (2016) y Diario de Ithaca (2016), pero que en esta ocasión, matiza su autor en el prólogo, surgió por una especie de pulsión de escribir todo lo que le llevó a documentar sus iniciativas e indagaciones en el propio proceso de creación de su novela, El dolor de los demás, en la que estaba inmerso. Por lo que la novela en proceso y el diario en marcha se han abastecido entre sí, hasta el punto de formar parte de un mismo proyecto literario, “un continuum entre ambos libros”, en palabras de Hernández.

El lector asiste a un streptease de alguien que cuenta con soltura episodios de una vida, la suya y la de los demás. Pero en este caso, el autor también nos aproxima a la desnudez de su escritura y a los entresijos del proceso creativo compartido con los que, por alguna razón, saben en lo que anda metido. Y en toda esa desazón de conseguir un estado mental para armar la novela que lleva entre manos, tiene sentido recurrir a lo que nos decía el recién desaparecido Ferlosio: “tanto si funda su argumento en sucedidos como si los inventa, la representación narrativa tendrá siempre idéntico carácter de ficción”. Desde luego, Hernández no se aparta de ese apunte ferlosiano. Descubrimos en su diario que escribir una novela es un ejercicio de incertidumbre y misterio. Tampoco es esquivo a revelarnos el secreto de su creación literaria y sus efectos colaterales, secreto que no es otro que insistir en extraer palabras de ese fondo silencioso en el que la ficción es ineludible.

Escribir siempre cambia la realidad”, leemos en una de las entradas del libro. Y lo justifica con algo que al lector le consuela: “El autor nunca se puede quitar de en medio... El autor no puede esconderse. La vida propia afecta al modo en que percibimos el mundo”. En Aquí y Ahora se entrevé esa poética en la que también está presente el significado de lo que el tiempo aporta a la escritura y de lo que el tiempo da a la vida. En estos diarios la escritura fluye en un tiempo continuo que viene del pasado con aspiración de futuro. El presente de estos textos conforma esa realización del futuro: su novela en curso. Y esa es la verdadera razón de ser de este diario: el tiempo de la vida que encarna su proceso y la necesidad de escribir.

Este es un libro pleno de literatura, un festín jugoso donde se comparte no solo el vértigo de escribir, sino también el de disfrutar de libros y autores. “Los libros no son inocuos –escribe en otra de sus entradas–, actúan en la realidad”. Por aquí están presentes Vila-Matas, Carrère, dos novelistas por los que Hernández siente admiración, como también lo hace por Chirbes y muchos otros. Su caudal lector es inagotable. Sabe que leer aproxima a esa verdad literaria que encierra la existencia: “la vida, sin duda, tiene la estructura de la ficción”, y que resulta tan necesaria para seguir escribiendo.

No me importa repetirme, y lo digo a boca llena: Miguel Ángel Hernández pertenece a ese grupo selecto de escritores españoles que gozan de esa voz propia y arriesgada que tanto gusta a los lectores exigentes, esa que se encuentra en la senda de la literatura de calidad, esa que compagina escritura con verdad y vida.


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