"Envejecer consiste en contarse, pero mi piel de monstruo no relata el pasado, sino el futuro. Se va muriendo para enseñarme lo que seré, no le interesa lo que he sido. Anticipa la degradación biológica, el regreso a una forma embrionaria, amorfa y sanguinolenta, que cierra el círculo de la vida y demuestra que nunca hubo ni habrá alma que me sublime: sólo células, escamas, pólvora, sangre seca, cuerpo puro".
En estas palabras enfáticas que anteceden se encuentra el esbozo de lo que Sergio del Molino (Madrid, 1979) se propone con su nuevo libro, La piel (Alfaguara, 2020), dejar por escrito a su hijo un texto en el que refleje su "línea de la vida" en la que aparece compartiendo con otros personajes las vicisitudes y contratiempos de una misma afección cutánea que él mismo sortea cada día, la psoriasis, contado como un viaje por ese territorio tan personal y delimitado que conforma la piel, la verdadera patria de uno.
Y como ocurre con los buenos libros de viajes, La piel nos traslada también a lugares sorprendentes, a épocas y espacios en los que la experiencia personal y la ajena se aúnan en un relato que, a su vez, deja testimonio y recado de lo que al propio narrador le importa recrear. El libro, por otro lado, aborda además el papel social de la piel. Lo hace como metáfora de frontera e identidad. La piel, como forma de mostrarse al mundo, en toda su vertiente y significado, con sus afecciones y estigmas.
En su recorrido, la enfermedad, la infancia, la paternidad, la muerte o el racismo están presentes como correlato y esencia de lo que la piel, como único órgano que está directa y permanentemente abierto al exterior, lleva escrito y tatuado a lo largo de toda la vida de cualquiera. La piel protege el cuerpo y ayuda a mantener su temperatura adecuada, además de que gracias a ella podemos disfrutar del sentido del tacto, del contacto humano. De ahí que, como trasciende Del Molino, sea tan importante su atención y la protejamos frente a cualquier adversidad: "Es la piel y sólo la piel lo que nos identifica como seres humanos, por eso su estado es la medida de nuestra humanidad".
Por los capítulos del libro aparecen gente muy conocida y personajes ilustres de las letras que han sufrido en sus propias carnes la contingencia crónica de tener una piel enferma. Stalin escapaba de vez en cuando a Sochi a darse baños termales para aliviar los picores de su piel. El escritor norteamericano John Updike, por la misma razón, viajaba lejos a sumergirse en playas antillanas desiertas para encontrar consuelo a su resecada piel blanca. En otro capítulo aparece Vladimir Nabokov hablando de "el griego", como así llamaba a la picazón de su piel, en las cartas sucesivas que enviaba a su esposa Vera desde París. De una de ellas, escrita el 1 de Febrero de 1937, Del Molino recoge el sentir del escritor ruso como antesala de su libro: "Todo estaría de maravilla, de no ser por la maldita piel".
A estos nombres también se suman la presencia de la cantautora estadounidense Cyndi Lauper y el famoso narco colombiano Pablo Escobar, ambos no escaparon de la precariedad de tener que convivir cada uno en sus diferentes latitudes y vidas asimétricas, con el denominador común de compartir una piel maltrecha por la psoriasis. Otro capítulo de interés es el que lleva por título Brevísima historia del racismo, donde se habla de El Negro de Banyoles, un hombre momificado que se exponía al público en una vitrina, en dicha localidad pirenaica, y que acarreó polémicas por eso de que la raza, o lo que es lo mismo, el color de la piel, sigue siendo fuente de conflicto y estigma.
La piel discurre con una fluidez narrativa que hace agradable su estancia lectora, porque escribir sobre la enfermedad no tiene por qué ser una travesía de pesadumbre ni de fatalidad insalvable. Conversaciones con un rey de piedra conforma el capítulo del libro que encuentro más emotivo. En sus páginas, el autor de La hora violeta, despliega un halo más íntimo y reflexivo que disimula con una suerte de humor, el suficiente para escapar de la condición tremenda que imprime la enfermedad: "Se puede vivir como padre, como enamorado, como profesional de esto o de lo otro, como atleta, como rico, como pobre, como guapo o como aficionado del Real Betis Balompié. Como enfermo, en cambio, nadie sabe vivir".
En esta línea narrativa de no ficción, tan propia suya, Del Molino da turno a su nuevo libro con un conjunto de piezas que surgen del pozo de la experiencia, de la indagación ensayística y de ese imaginario personal recóndito. Desde ese triángulo compositivo construye su inventiva como claro exponente y promotor de estas prerrogativas literarias suyas que le impulsan a escribir, y que, en esta ocasión, se centra en su enfermedad, nada ajena a sus hipérboles y espasmos, ni tampoco al miedo de aceptarla tal como es ante los demás.
Como decía el profesor Ricardo Senabre, "la literatura es una forma y no una sustancia", algo así es lo que se formula en la escritura de Sergio del Molino, que para ser más preciso se encuentra en el cuidado de la sintaxis y en la elegancia de su prosa.