No podía faltar aquí en La jaula (La isla de Siltolá, 2023), su séptimo libro de aforismos, esos ecos del silencio que, como deseo y potestad del saber vivir, surcan la mente y dialogan con nosotros mismos. El lenguaje del silencio, su tiempo y significados conforman un centenar de aforismos que decantan su esencia a modo de destellos y gestos, de simientes que cortejan lo indecible del entendimiento y de los sentidos, alternando lo insólito con lo frecuente, casi como plegarias: “El silencio es nuestra consciencia, pero también es nuestra confianza”; “El silencio es contemplar, es atender y es entender. El silencio es claridad”; “El silencio en la lectura es el paso previo al alimento”. Como ya dejó dicho en su anterior libro Para una teoría del aforismo (2020): “Baste una sola palabra para construir un aforismo, una palabra única: soledad, silencio, vacío, quietud...”
En paralelo a estas reflexiones, Sánchez Menéndez despliega otras secciones elegidas a modo de sucesión de oraciones y sentencias de una o dos líneas, apenas esbozos, trazos de observaciones de la realidad que exploran la cercanía y, de paso, el sentido último de la vida. Con ellas sacude al lector, subvierte el significado habitual de las palabras que andan ocultas tras lo cotidiano del vivir, para incitarnos a la reflexión, a la lectura de Cervantes y de Virgilio, y a todo lo que se insinúa a nuestro paso. Pero también, si es preciso, añadiendo algunas líneas más cuando se trata de exaltar la vida: “Existen diferentes maneras de vivir, de entender la vida, de comportarse, de disfrutar. La primera es estar pendiente de todo, intentar controlar, estar; la segunda es contemplar, a tender y entender. Solo la segunda nos acoge”.
De todo ese saber vivir, de ese concepto fragmentario de conocernos, de los que habla Goethe también se hace eco el poeta: “Unos piensan que la vida sigue siendo una melodía. En realidad, la vida tan solo es un instrumento”. En esa andadura vital de permanencia y esclarecimiento sobre el pulso de nuestra existencia está muy presente el sentido de la palabra escrita y de su relevancia: “La palabra es la esencia del concepto y en su naturaleza habitamos”. No es fácil calibrar el alcance de este libro durante su inicio y primeros compases. Hay que aguardar hasta haber concluido sus más de cuatrocientos aforismos para sopesar no solo la carga poética y filosófica de lo leído, sino también para apreciar su rescoldo y valía. Es un libro concebido con la idea de provocar la introspección de leernos un rato, de rumiar lo leído, para poner lumbre y sabor a la paradoja, a la verdad no dicha que transcurre, como si nada, por el hilo del presente.
Llegado al punto final de su lectura, sobreviene algo parecido a la sensación de volver de un rescate que, aunque no acredita salvación de nada, sin embargo, provee de la recompensa gozosa de un tiempo recobrado. Es lo bueno que tiene la buena literatura, en cualquiera de sus géneros y formatos, que sigue dando motivos para probar nuevos incentivos. Y, desde luego, un buen libro de aforismos se presta, como pocos, a refinar ese gusto recóndito que tenemos para condensar y simplificar la complejidad del mundo, lo que nos importa, para seguir estando, para seguir siendo un poco más de lo mismo.