viernes, 28 de febrero de 2025

Homo narrans


Este libro no es ficción, es más bien el sumatorio de un ensayo y unas memorias, pero su autor, Javier Peña (A Coruña, 1979), también despliega en él un relato, la historia de su vida como lector y escritor, sus emociones y los últimos días de la vida de su padre. Partiendo de la enfermedad de este en la habitación de un hospital, nos habla de literatura, de escritores, de la conexión entre ellos dos en sus lecturas, de los sentimientos y los gustos compartidos, una travesía emocional intensa y simbólica empapada de libros para dar cuenta de cómo la literatura y la vida se funden en la memoria, en la lectura y en la escritura. Todo esto es Tinta invisible (Blackie Books, 2024), un libro, como deja dicho el propio autor en el subtítulo del mismo, Sobre la pérdida, la escritura y el poder transformador de las historias, un libro que, bajo ese extenso denominador común, contagia por su tono y cercanía, por las vivencias e historias compartidas que convergen con la presencia del padre y del homo narrans que el propio autor hace gala.

Ningún buen lector dejará de percibir este sentir en sus páginas, bien flanqueado por la reflexión que el escritor gallego señala en la introducción del libro y que dice así: “Pienso también que habitar el mundo de las historias no es una elección personal, sino una forma de ser, a veces innata, a menudo inculcada desde la infancia, como hizo mi padre conmigo”. Nos encontramos, por tanto, con un vívido libro sobre el amor a la literatura y, sobre todo, sobre el amor compartido hacia los libros de un hijo y un padre como vínculo sentimental y estímulo de conversación. Tinta invisible saca a relucir esa pasión compartida de los dos por la literatura, así como pasajes y citas de grandes autores que revelan secretos y obsesiones a la hora de escribir, angustias y esperanzas, miedos frente a la escritura y las rencillas que había entre ellos, pero, a su vez, sus afanes de ampliar la realidad y de desenvolverse en la vida.

Encontramos en todos estos referentes literarios muchas de las razones e inquietudes de ese ego del escritor que viaja en soledad sin salir de casa, que recorre un camino incierto de creación, bajo la intemperie de su escritorio, tan solo confiado en la mirada, la memoria y la imaginación para conjurarse en trazar el mapa de su escritura. Salen a su paso Saramago, Kafka, Emily Dickinson, Dickens, Kundera, Orwell, Jon Fosse y otros muchos, para dejar constancia de que la escritura es inseparable del acto de leer. Viene a decirnos Javier Peña que la literatura ofrece una de las mejores maneras, dejando a un lado la experiencia, de entender a la gente distinta de uno. Por eso mismo, a menudo, la ficción nos resulta más útil que la experiencia vivida. La experiencia nos pasa por encima como una apisonadora y solo comprendemos lo sucedido años después, si acaso. La ficción, como dice Ursula K. Le Guin, aporta una comprensión fáctica, psicológica y moral mucho mejor que la realidad.

Tinta invisible es una incursión sentimental en la escritura sobre el duelo acompañada de un viaje emocional y consolador por el imaginario de la literatura. Uno encuentra sintonía y entendimiento con la voz narrativa y descriptiva que ronda sus páginas, una voz que nos interpela y pone de manifiesto esa carga sentimental y ética que da sentido a la palabra escrita, a la vida reflejada en los libros. Pero tal vez, en todo este paralelismo de vida y literatura que dilucida este libro, lo más verdadero y revelador sea el poder incisivo, incluso perverso, que tiene la literatura de agitar y examinar etapas de nuestra vida, de ser bisagra que abre la puerta a lo inefable para entrever la realidad y sus historias.


En este ensayo se condensan aprendizaje, reflexión y experiencia, bajo el sentir de un escritor al que le interesa la revelación que aflora de su propia realidad el acto de escribir, consciente de que escribir es disponerse a hacer sobresalir las palabras que dan lugar al embrujo de las historias que traen consigo: “Cormac McCarthy dijo aquello de que los libros están hechos de otros libros y eso, que es verdad en cualquier ocasión, no puede ser más acertado para definir estas páginas”, concluye el autor.

Javier Peña firma un libro de sesgo literario intenso, de lectura jugosa y de singular lucidez, un correlato de vida y literatura donde resuenan el poder del verbo literario como prodigio de las palabras, de los deseos y de las historias que nos conforman, un viaje narrativo por todo lo que supone de efervescencia la lectura y la escritura, incluso con la vida en contra.


lunes, 17 de febrero de 2025

Sin miedo a vivir


Con el paso del tiempo y mi experiencia lectora, tengo la impresión de que lo que entendemos por novela, más que un género autónomo, de rasgos claramente definidos y de formación y desarrollo bien delimitados en el tiempo, tiende a ser considerado, como diría
Luis Goytisolo, un producto de aluvión en el que encajan diferentes formas narrativas por donde transcurre una verdad novelesca pendiente de que el lector la perciba en su fuero interno como algo evidente, sin que medie demostración alguna, que se baste con su verosimilitud y en cómo está contada. El pacto se concibe, además, bajo tres vectores: autor, texto y lector. En ese pacto caben todas las novelas, pero si de lo que se trata es de una novela biográfica o autobiográfica, lo que implica, sobre todo, es que el autor y el narrador se muestren como personajes verdaderos.

Javier Marías contaba en una de sus conferencias, que lo que distingue a una novela basada en datos biográficos de una biografía, es que mientras el autor de unas memorias se propone convencernos de que lo que narra le sucedió de verdad, el autor que construye su narración sobre datos autobiográficos debe convencernos de lo contrario: que aquello es ficción. En realidad, en Notre Dame de la alegría (Siruela, 2025), su autora, Ana Rodríguez Fischer, propone al lector, sopesando todo esto, que lo que tiene en sus manos es un relato biográfico de un personaje que, a su vez, es el narrador de su propia historia. Volviendo a lo que decía Marías, en esta ocasión, el resultado es que aquí, verdad y ficción se conjuran en una novela de vivencias que invita al lector a introducirse en la subjetividad del narrador y a mirar de cerca su realidad psíquica y emocional.

Rodríguez Fischer pone voz a la pintora Maruja Mallo para que sea ella quien cuente sus andanzas vitales y artísticas, desde la memoria propia de una mujer anciana y enferma en un hospital de Madrid, para que escenifique momentos memorables y dramáticos del mundo que la rodeó y que ella sintió: artistas, acontecimientos históricos, viajes por América y, cómo no, la chispa creativa y manifestación plástica que soplaban permanentemente en su espíritu indomable que plasmó en su pintura de caballete y en sus murales. El universo mágico de esta mujer orgullosa y vitalista, cosmopolita y de ultramar, que le gustaba denominarse Marúnica, queda bien reflejada en esta novela, una artista que durante un buen período de su vida mantuvo un pie en cada una de las dos orillas del Atlántico: entre Madrid, París, Buenos Aires y Nueva York, sus ciudades más amadas.

Maruja Mallo era gallega y estaba orgullosa de ello, pero pasó su niñez y adolescencia en Avilés, Asturias, donde comenzó a pintar, como su hermano Cristino a esculpir, en la escuela de Artes y Oficios de esta localidad. Cuando trasladan a su padre a Madrid, encuentra allí la ocasión propicia para relacionarse con artistas, escritores y cineastas como Salvador Dalí, Concha Méndez, Federico García Lorca, Luis Buñuel, María Zambrano, Rafael Alberti, con el que mantiene una relación hasta que el poeta gaditano conoce a María Teresa León o, con Miguel Hernández, con quien también mantuvo un idilio. Decide estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y se cortó el pelo a lo garçon, y se quitó el sombrero para pasear por la puerta del Sol con sus amigos Dalí y Federico. Le cayeron pedradas e insultos, pero, para ellos, escandalizar a aquella masa de energúmenos les pareció gloria bendita.

Durante la década de 1920 trabaja asimismo para numerosas publicaciones literarias como La Gaceta Literaria, El Almanaque Literario o la Revista de Occidente y realiza portadas de varios libros. Ortega y Gasset conoce sus cuadros en 1928 y le organiza su primera exposición en los salones de la Revista de Occidente, la cual obtuvo un gran éxito. Su primera exposición en París tuvo lugar en la Galería Pierre Loeb en 1932. Allí comienza su etapa surrealista. Su pintura cambió radicalmente y alcanzó maestría y renombre, tanto que el mismo Breton le compró en 1932 el cuadro titulado Espantapájaros, obra pintada en 1929, poblada de espectros, que hoy es considerada una de las grandes obras del surrealismo. Afirmaba que la soledad era su mayor capital, que el hombre se mide por la magnitud de soledad que es capaz de aguantar. Dalí decía de ella que era “mitad ángel, mitad marisco”.

Podemos afirmar que lo que está presente en esta novela, no son tanto los acontecimientos reconocibles de la vida de Maruja Mallo, como las emociones que despertaron en ella. Y así, por ejemplo, nos percatamos del valor del deseo que los surrealistas, en parte, le habían aportado en su concepción artística, que confluye con su propia pulsión del alma, compromiso social e intensidad más radical. La narradora nos desvela que el aprendizaje vital tenía para ella mucho que ver con la naturaleza de sus aspiraciones estéticas. Pone el foco e insiste que de todo aquello que llega por los sentidos surgen las formas, los colores, su alimento para la creación artística, sin olvidarse que el cuerpo, como sede del yo, siempre tiene algo de extraño para el imaginario. Y, por eso, le importa tenerlo en cuenta.


Tres décadas después, Ana Rodríguez Fischer recupera el mundo complejo de una artista que ya estuvo presente en su anterior obra Objetos extraviados, Premio Femenino Lumen de 1995, para un nuevo empeño narrativo de reescribirlo y ampliarlo con Notre Dame de la Alegría, el mundo en el que vivió, el mundo en el que volcó sus sueños, el mundo que representó en sus cuadros. Es desde esa recreación combinatoria donde la autora asturiana erige con tino su novela, en su espacio, en su tiempo y en sus circunstancias, desde el plano biográfico de la voz lúcida y sin ningún miedo a vivir en libertad que mantuvo Maruja Mallo a lo largo de su existencia, un rescate meritorio con un final hermoso y simbólico, en el que alumbra la presencia de una niña que evoca el sueño de quien tras una larga travesía por el bosque, metáfora de la vida, se dispone a no sucumbir en su empeño en cruzarlo y regocijarse por lo que ha hecho.


martes, 11 de febrero de 2025

Andar con uno mismo


Como decía el gran poeta
Eluard: «hay muchos mundos posibles, pero solo este es real». Y continúa razonando así: «a lo que hay, hay que sacarle el mayor jugo posible». Ahora bien, ese jugo no se extrae más que desde la experiencia, desde la percepción y el deseo, sin olvidarnos de las soledades, de las que uno va y viene: «Porque para andar conmigo / me bastan mis pensamientos», según lo versificaba Lope de Vega. Lo cierto es que no podemos pensarnos desde fuera de nuestro propio pensamiento, y eso convierte a la vida en un andar continuado con uno mismo, con nuestras soledades errantes, en busca de silencio e introspección, al propio tiempo que de compañía. Soledad y compañía se necesitan por ser interdependientes. Por muy solos que estemos, en la puerta de nuestro corazón hay siempre un resquicio latente para quien pueda llegar.

El nuevo libro de Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984), Mapa de soledades (Seix Barral, 2024), transita por estos entresijos en los que la soledad, como caja de resonancia, se convierte en una cartografía de diferentes índoles, un viaje diverso por lugares y tiempos que invitan a considerar lo mucho que se nos ofrece a reflexionar sobre el sentimiento de soledad personal y social. Podemos constatar, a su vez, la existencia de una interesante paradoja: leer es algo que hacemos a solas, pero al mismo tiempo es una forma de conectarnos con los demás. Hay libros que exacerban nuestro sentimiento de soledad, otros, por el contrario, nos hacen sentir que hemos encontrado un lugar de pertenencia. Este ensayo conmovedor, de alto contenido confesional, podríamos decir que establece un armisticio entre ambas posiciones.

Gómez Bárcena logra con ello que su libro, en su desarrollo narrativo, también se convierta en una novela-ensayo bien urdida sobre la dimensión objetiva y la dimensión subjetiva que conlleva toda soledad. Analiza con detenimiento y asombro soledades de personajes y artistas diversos, como la maldición del escritor Horacio Quiroga y su familia, vidas marcadas por la fatalidad del suicidio de su padre, su primera esposa, sus hijos, varias de sus amistades y el de él mismo, hasta las ancianas japonesas que delinquen para no estar solas y poder refugiarse por un tiempo de la precariedad que le causa su aislamiento. Pone nombre a esa soledad de la muchedumbre y la denomina “soledumbre”, una manera hermosa de nombrar esa soledad percibida, proveniente de la gran ciudad: gente que viene y va en el Metro o por las grandes avenidas, gente sola rodeada de una multitud.

Conforme avanzamos en la lectura, nos percatamos de que en todo ese Mapa de soledades, la invisibilidad aparece como una de las mayores obsesiones del solitario. De ahí que entre los muchos motivos que tiene uno para estar solo, destacan las de aquellos solitarios forzosos y la de los solitarios por elección. También hay soledades pasajeras, incluso eternas. Hay soledades que llegan a la enajenación, y otras que alcanzan mejores estadios, por ejemplo, el placer de la lectura y de la creación artística. Se puede estar solo y reanimado en una isla, como el capitán Pedro Serrano, que inspiró la figura de Robinson Crusoe, tras un naufragio en 1526, como también lo está calladamente el ama de casa que plancha mientras espera, el escritor que se refugia en su cuarto con unas hojas en blanco. El autor nos viene a decir que la soledad no es, por tanto, un accidente del individualismo, sino su consecuencia circunstancial.

Por diferentes puntos recurrentes, Mapa de soledades es una singladura emotiva y hermosa. Gómez Bárcena nos concita a entendernos con esa parte intrínseca de la soledad referida a “un paréntesis, una cesura, un alto en el camino”, a hacer, sobre todo, incursiones en la selva, en el océano, en el desierto o en los mismos casquetes polares, así como en la ciudad y en el hogar, para participar de sus dispares estancias solitarias, o pararnos a analizar y a reparar la soledad de la propia piel, por lo que significa de tacto y de sentirnos vivos. No se olvida de resaltar que la soledad es un bagaje necesario que nos conduce a nosotros mismos, apoyándose en esta cita memorable de Petrarca tan reveladora: «La soledad es la única forma que tiene el hombre de contemplar».

Gómez Bárcena nos cuenta que recluirse en un convento sin conexión a internet es parecido a experimentar el vacío y a poner en valor lo que afirmaba el filósofo Nietzsche al respecto: «La grandeza de un hombre se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar». Pero, en verdad, lo que impulsa al libro es dar pie a pensar que cada uno vive la soledad a su manera: “De modo que el problema no es la soledad sino lo que uno hace de ella”. Le importa marcar la diferencia entre sentirse solo y estarlo, la soledad como pandemia contemporánea pero también como bastión de retiro trascendente.


Llego al final del libro reconfortado, más consciente de que la soledad es una palabra importante, que junto al deseo quizás sean dos palabras que nos abren los ojos al sentido de la vida. Mapa de soledades es un estupendo debut en el género ensayístico del autor cántabro, con una obra muy bien enfocada y medida, que razona y confirma lo que decía Conrad, que «vivimos como soñamos: solos». Este libro es tan ameno como hondo, muy bien escrito, que empatiza y muestra la enseñanza secreta y silenciosa de la soledad que a todos nos circunda.