lunes, 31 de marzo de 2025

Tiempo de vida compartida


La vida es esa referencia inacabable a todo lo que nos rodea, esa mirada que se engancha en todos los seres de nuestro entorno, estableciendo con ellos un diálogo, muchas veces silencioso, pero en el que se traduce siempre la asombrosa interdependencia de lo que llamamos existir. Vivimos en un mundo de palabras que buscan lazos de entendimiento. Ese mundo en el que nacemos, no solo es un elemento de comunicación entre los demás, sino que también encauza comportamientos, ideas y acciones en el marco de un conglomerado social apto para que el azar individual establezca contacto con sus semejantes. De esta tentativa, que se nutre de comunicación, surge hacer buenas migas, como paso previo para convertirse en amistad.

Pero, a todo esto, conviene no olvidarse de que para que la amistad llegue a buen puerto hay un camino previo que ha debido recorrerse. Esa es la idea que transita por La pasión de los extraños (Galaxia Gutenberg, 2025), de la profesora y filosofa Marina Garcés (Barcelona, 1973), un jugoso ensayo que engrana el horizonte de la amistad con los numerosos términos que la cultura nos ha legado, un libro que se detiene también en el concepto de amistad y su esencia filosófica de aventura, para abordar y explorar de forma esmerada quiénes somos y cómo nos vinculamos con extraños hasta convertirlos en cercanos, confidentes y partícipes de una relación de vida compartida. En toda esta experimentación, subraya la autora, cualquier amistad está atravesada por múltiples reglas, costumbres, rituales, formas y modos de expresarse, sin que haya necesitado de ninguna institución que la regule.

Esta constatación, apunta, no tiene un porqué claro y lleva implícito que “la amistad es un repertorio inacabable de situaciones y de estados afectivos a través de los cuales dos o más personas elaboran un vínculo extraño”. Desvela la escritora que tener amigos surge desde que inventamos amigos imaginarios en la infancia o interactuamos con nuestros juguetes, hasta que envejecemos y nos acompañamos de otra manera. La amistad, viene a decirnos, va mutando con nosotros a lo largo de la vida. Le importa señalar a la pensadora catalana que la amistad nace como un vínculo sin ley establecida en el que nunca ha hecho falta un contrato expreso para tal fin, a diferencia de otros lazos afectivos familiares o laborales. Sostiene, por otro lado, que el tema de los amigos nos ocupa el centro de nuestras preocupaciones y deseos, y más ahora, con las redes sociales “un hecho que no necesita justificaciones”, pero que sí requiere matices.

Para Marina Garcés, la amistad es un espacio que no tiene puertas, sino umbrales. Continúa su necesidad sin apartarse de que una amistad no es una isla, aunque se baste a sí misma, ni tampoco que su sentido principal sea combatir la soledad, aunque sea fértil y generadora de afectos y compañía. Porque lo que importa destacar de ella es que “la amistad no es ni buena ni mala, pero puede hacer mucho bien y mucho daño”. En ella hay un sustento para ensanchar la propia experiencia, el reconocimiento del amigo y, en especial, el desarrollo de una aventura que se vincula a entender nuestro mundo con el mundo del otro y nuestro entorno, como encuentro y estímulo que aspiran al reencuentro: “Las relaciones de amistad se viven para contarnos la vida desde otros puntos de vista”.

Diría que hay algo fascinante en este libro de filosofía de la amistad que lo hace propio y singular, y no es más que su calidez expositiva y su enorme honestidad, capaz de mantenernos atentos y ensimismados en un tratado que viene a destacar esa idea de Foucault, como así se cita en el libro, que plantea «que la amistad no es un tipo de relación, sino una forma de vida». La pasión de los extraños nos concita a buscar respuestas y sentirnos más cerca de pensar también, como dice Marina Garcés, que “la amistad no solo es reparadora o protectora. Es cómica y ridícula hasta el punto de hacer de la risa juntos la expresión de un desafío”. Por aquí transita todo un plano vital de entender la amistad como esencia y visión de una relación que “hace de la extrañeza un encanto y la convierte en una forma de compañía”.


La pasión de los extraños, hermoso título, conforma un memorial perspicaz y reflexivo que pone en valor la amistad como incentivo de habitar el mundo y de existir para los demás, desde la experiencia vital de entenderla “como conciencia compartida de la soledad”. Se trata de un texto que invita constantemente al subrayado, con un buen bagaje de referencias a otras lecturas y al intento de dar respuesta a unas preguntas que, muchas veces nos inquietan, un manuscrito que toca de cerca el sentido de la amistad y que apela al regocijo de aprovechar mejor su repertorio y singularidad. Un libro, en suma, inteligente y de vuelo filosófico, que se lee con fluidez, y que dice mucho sobre el arte de vivir y de entender la amistad como mérito existencial, como tiempo de vida compartido.

jueves, 20 de marzo de 2025

Variedades por lo breve


Se podría llegar a una conclusión universal de que el aforismo es un género que impregna la vida cotidiana, no solamente por lo que extrae de ella en su forma breve, sino, especialmente, por el pensamiento y la veracidad que es capaz de sacar de la misma para ponerla en entredicho. La levedad y gracia del aforismo está, precisamente en eso, en provocar y evocar un destello que despliegue su chispa y lucidez, a modo de un breve esbozo que tenga que ver con lo cotidiano que nos rodea, que dé motivos para sorprendernos o desconcertarnos, que combine, en definitiva, sabiduría de la vida, concisión y agudeza. Es curioso observar cómo, muchas veces, rondan por nuestras cabezas destellos propios de naturaleza sentenciosa, enunciados propios que tienden a encerrar una idea completa y autosuficiente que nos revelan algo propio y, al mismo tiempo, insólito de la realidad del día a día.

La obra y vida de Rafael Pérez Estrada (Málaga, 1934 - 2000) se corresponden con el retrato de un escritor cuyo imaginario literario, desde el aforismo, hasta la novela, desde su menudeo vanguardista de aquellos años sesenta, hasta la crónica emotiva de su enfermedad que trasladó en Diario de un tiempo difícil. Podemos afirmar que toda ella irrumpe en el compromiso de un autor con la imaginación, con la belleza, la utopía y, desde luego, con la libertad creativa para acercarnos a la realidad cotidiana y descubrir sus entresijos. El mejor ejemplo de este compromiso veraz y decidido, lo encontramos en sus aforismos. En estas brevedades encuentra un campo abierto, lleno de posibilidades, en el que desarrollar su práctica de la vida, por medio de la frase feliz y el pensamiento incisivo, para convertir su pasión por lo breve en uno de los pilares de su poética.

Los aforismos de Rafael Pérez Estrada, como subraya Vicente Luis Mora en el prólogo de esta estupenda edición recién publicada de sus Breverías completas (Galaxia Gutenberg, 2025) «revelan una personalidad arrolladora, aguda y desopilante, capaz siempre de decir la phrase juste en el momento exacto, y esa capacidad ingeniosa de síntesis». Me sumo a este pálpito descrito, y añado que aquí hay material suficientemente expresivo de destellos de lucidez capaz de refundir ideas, paradojas y vislumbres sobre verdades apremiantes o reticentes con las que su autor despliega una síntesis indagatoria, con cierto equipaje meditativo y lírico, que no esconde esa necesidad de sondeo que quiere encontrar sentido y alcance, utilizando palabras ajustadas para dar qué pensar.

Le importa mucho a Pérez Estrada destacar que el aforismo es un material expresivo contradictorio, un género propenso a disquisiciones, maleable, que da pie a una etimología donde se hospedan intensiones hondas y juegos verbales, como muestran estos aforismos extraídos del libro: El incienso es el desodorante de la religión; El origen de la niebla está en el pensamiento; Erótica: Todo poro es dilatable; Al planear se hace místico el pájaro; Detrás del espejo, el «otro» intenta desvelarnos el misterio... Por otro lado, encontramos en muchos de ellos ese afán suyo de escritor por contarnos con humor y tino cómo lo que salta a la vista está oculto. En estos tres ejemplos nos percatamos de ello: No se puede salir con las palabras, siempre te comprometen; Lo lógico es el silogismo; lo divertido, el sofisma; Saberse vulnerable es un estado de conciencia infrecuente.

Los aforismos de Pérez Estrada ofrecen una extensa variedad de perspectivas. Invitan a ser leídos, más que con la cabeza y el corazón, como diría Nabokov, «con la espalda, con ese lugar entre los omoplatos donde alguna vez tuvimos alas». Describen desde todos los ángulos y alturas, y someten al lector a una perplejidad de la realidad multiplicada con miradas que se entrecruzan. Le gusta tomar atajos a través de la greguería, como forma espontánea de organizar el lenguaje de su pensamiento, como así muestran estos aforismos suyos: Acuarela es el arte de hacer malabarismos con el arco iris; En el vértigo encuentra su eco el pájaro; El coral sufre de bronquitis; La nube es el alma del algodón.


Aquí se halla recogida toda la escritura aforística de Rafael Pérez Estrada que publicó entre 1985 y 1992. Un estupendo repertorio minimalista de gozosa lectura, agrupado en temáticas donde encontramos a un autor de ilimitada imaginación y desparpajo, en cuya obra confluyen el pensamiento poético, entre vanguardia y breverías surrealistas.

En resumidas cuentas, este es un libro de abundante luz para hacer un recorrido provechoso por esa amplia parcela de miniaturas que su autor desplegó con tanto tino y gracia, apto, no solo para entusiastas del género, sino, también, para lectores curiosos que andan en busca de atención y lectura de lo escueto.


miércoles, 12 de marzo de 2025

Memoria avivada


Conviene no olvidarse de que la literatura, en cualquiera de sus géneros, siempre es una cuestión de punto de vista. No hay tema que se repita si se cuenta de otro modo. Por eso mismo, lo importante de la confesión que expone la escritura autobiográfica no es tanto validar que lo que se cuenta es verdadero, como destacar el funcionamiento de dicha confesión en el artefacto narrativo, como subraya el escritor uruguayo Sergio Blanco, esto es, «la forma como opera y se articula la historia que se cuenta». En otras palabras, el narrador autobiográfico, como apunta Manuel Alberca, pide al lector que confíe en él, que le crea, porque se compromete a contarle la verdad de su vida tal como la ha memorizado y así la traslada al texto, siendo consciente de que lo escrito «lo va a poner a prueba» frente al pasado, frente a los demás y frente a sí mismo.

En Una historial particular (Alfaguara, 2024), Manuel Vicent (Vilavella, Castellón, 1936) acomete un relato autobiográfico, que es también un retrato de toda una generación, una crónica implícita del siglo XX, en la que se constata que estamos hechos de recuerdos y de silencios, de experiencia y memoria. La prosa de la vida está aquí impregnada de historias propias, a través de una mirada perspicaz, evocadora y genuina de un autor de semántica tallada como es su escritura, en línea estilística con Azorín, su escritor predilecto. Para Vicent, la memoria no mira hacia atrás ni hacia adelante; mira simplemente al tiempo. La memoria de la que está hecha este libro no pretende repetir lo vivido, sino interpretarlo, interpelarlo. Deja ver que, quizá, lo que aquí va a encontrar el lector es que quien recuerda no debe olvidar que está interpretando su legado, que se está interpretando a sí mismo.

Ya en el prólogo deja dicho que solo le gusta contar lo que ha visto, lo que ha conocido y los sucesos que ha presenciado: “Pero, sin duda, a la hora de escribir lo más inquietante es lo que uno tenía sumergido en la memoria, tal vez en el inconsciente”. Es eso lo que le seduce, lo que esconde la memoria y no salta a la vista, pendiente de desvelar: “Cada historia particular –escribe– está compuesta por un millón de nudos a merced del azar”. El escritor sabe que el pasado está abierto y desde ese pasado que no está clausurado nos habla de su infancia, juventud y madurez, de lo importante que para él han sido siempre los libros, como así deja dicho: “Hace ya mucho tiempo que tuve conciencia de que leer y comer son dos formas de alimentarse y también de sobrevivir”. Tampoco se olvida del cine. Su afición al séptimo arte, confiesa, siempre nutrió su imaginación.

Su actitud literaria queda explícita en el libro, y no es otra que fijarse en los detalles y abordarlos de forma evocadora, sin tratar de discernir lo auténtico de lo ficticio, valiéndose de una prosa sencilla y diáfana. Vicent, tanto en las columnas que escribe en El País, como en sus libros, se decanta por la fuerza vital de su estilo, provisto de esa inteligencia e intuición afilada de mirar tan suya, y no solo sobre lo que está pasando ahora mismo, sino que mira un poco escéptico hacia dentro, hacia lo que pasa cuando la gente no ve lo que está pasando, sin tener que abandonar esa ironía que tan bien domina. Ahora toca contar aquí qué fue su vida, sus trasiegos y avatares, sus buenos momentos y sus decepciones humanas y políticas, sus muchas lecturas, desde Baroja a su celebrado Azorín, desde Sartre a Grahan Greene, Ortega y Gasset, Camus o a lectura de Joyce a trompicones, acompañado de vinilos de música de jazz.

Sobre sus influencias, podríamos atenernos a lo que decía Azorín sobre la particularidad de las influencias literarias: «¿Quién podrá conocer y explicar todas las influencias que obran sobre el escritor? Influye el escritor en el escritor; influyen las obras en las obras; influyen las cosas». Vicent nos acerca a sus lecturas memorables, a su mundo libresco para que el lector repare en sus gustos y descubra a los autores clásicos que desde su juventud más emociones literarias le inculcaron: Montaigne, Dostoievski, Tolstoi, Flaubert, Virgilio, Dante, Borges, sin olvidarse de Azorín. Para el escritor castellonense, la escritura es voluntad y es imaginación. Por eso mismo, entiende que la memoria es una invención permanente.

En verdad, no hay placer más gratificante e inmenso para un lector que acometer una obra bien concebida, abordada desde la honestidad y escrita con total solvencia. En Una historia particular fisgoneamos tras la puerta del alma de un hombre que a la altura de su edad pone en valor sus vivencias, con pasajes novelados de su vida, de sus perros y de sus coches, unidos al lance de su oficio de escritor, sin nostalgia, tan solo con una cierta melancolía, con la voluntad de resaltar aquello que dice Annie Ernaux: «La memoria es un proceso en curso de escritura».


Poco más que decir de este estupendo libro, una autobiografía llena de jugosos episodios y anécdotas. Manuel Vicent muestra su talento de hábil cronista, de radical libre con instinto de conversación, que lleva décadas ejerciendo su oficio con la maestría y elegancia de los grandes, un escritor que sigue cautivándonos con la agudeza y claridad de su pluma. Un deleite de escritura, precisa y pulida.


jueves, 6 de marzo de 2025

Subsistir


Le atrae a Pilar Adón retar al lector de sus relatos a romper sus convenciones y para tal fin le interesa escribir con cuidadosa lupa que tome nota del detalle o del pequeño gesto, de tal manera que tengan cabida en sus historias esas pequeñas anécdotas y mínimos detalles para que aparezcan reflejos y resonancias de asuntos más grandes para que generen imágenes vívidas en la mente del lector más allá de la realidad. Para ella, el secreto de todo es ser capaz de convertir ese primer embrión en una historia que sea perceptible, visible, que alcance esa necesidad de experimentar y comprender algo que el lector, en su subconsciente, le demanda. De este empeño no se aparta Adón para que sus cuentos se vuelvan plásticos, vivos, y a la vez simbólicos, sin olvidarse de que para conseguirlo hay que tener en cuenta ese lado insospechado, no solo de lo extraordinario, sino también de los sucesos corrientes, los objetos humildes, los gestos cotidianos y el tiempo suspendido.

Todos estos atisbos y convicciones conforman el trasunto de los dieciocho relatos de Las iras (Galaxia Gutenberg, 2025), un volumen en el que sus personajes femeninos, niñas y jóvenes, son seres atrapados en busca de una libertad acuciada por la conciencia abrumada de cargar con un horrible secreto y una culpa insondable. Pero aquí el extrañamiento de sus criaturas también se manifiesta a través de ese mundo turbador que las atrapa. Lo importante para la escritora es reflejar la inquietud, su ritmo y ambigüedad, y las circunstancias difíciles por las que atraviesan sus personajes. Porque de lo que se trata es de la supervivencia de cada uno de ellos, de ponerle voz a personas atrapadas en una existencia inquietante, y de permitirle modular sus miedos y sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias, buscando zafarse de ellos, como así refleja en el primero de los relatos su protagonista: “Intento repetirme que no hay de qué preocuparse, que lo que sucede ahora no es lo que va a suceder siempre, pero no me resulta fácil estar aquí”.

Estos cuentos de Adón proponen, además, una mirada distante de la realidad, porque no todo lo que ocurre alrededor de la vida visible de sus personajes es visible, ni está presente, ni acaso se explique con la única ayuda del sentido común. En Las iras están palpables los temas que tienen prioridad en su universo literario. Me refiero al aislamiento, a lo singular y, desde luego, a lo espiritual por encima de lo corporal o físico, sin olvidarse de que sus personajes andan inmersos en la naturaleza, más allá del mero jardín hogareño. La inquietud no se aparta en la forma de cómo está conformada cada historia, en concordancia con la propia edad de sus protagonistas, seres nada conformistas que aspiran a ser únicos y que, a su vez, anhelan ser queridos y aceptados: “Todos necesitamos pensar que los demás nos quieren, que nos miran con los ojos del cariño”, como sostiene la narradora del relato Empieza dulce mundo.

En la misma medida, se esconde, igualmente, la conflictividad existencial de quienes transitan por estas historias, así como de la incertidumbre y el miedo inquietante que habilita su presencia. Todo este encomio perdura a lo largo del libro en las diferentes historias que van surgiendo. Nada queda indiferente, más bien inalcanzable, de difícil aprehensión en muchos casos, haciendo hincapié en la mirada curiosa y ávida tan propia del alma femenina, como deja ver las palabras de la narradora de Roca blanca, fondo azul: “Lo primero que hace una mujer cuando llega a una tierra que es suya pero no lo ha sido hasta entonces es medirla... Hacerla suya con la certeza de que lo será para siempre... Aunque la abandone... Y no porque sea una idealista o una arrogante, sino porque es necesario. Lo hace para conocerla y asimilarla”.

Se nos antoja afirmar que el territorio literario es un campo de transformaciones, un laboratorio desde donde la realidad se configura en moldes de misterio, de conciencia y de lenguaje. El agente capaz de llevar a cabo estas transformaciones es la palabra, el orden de su disposición y, desde luego, su inventiva. Y en esa voluntad se conjura todo el discurrir de estos cuentos de Pilar Adón, una escritora que cuenta con una imaginación sutil conformada de tiempo e inventivas. La intervención del tiempo no es gratuita, la hace necesaria y fundamental. El tiempo es el motor que vuelve operativo al mito de sus relatos, el que contribuye a resaltar y reinventar su misterio. Es la dimensión que apela a contar la realidad del mundo de quienes las llevan a cabo, sus rarezas y sus abismos.


La literatura de Pilar Adón está apartada del realismo de lo más cercano, se adentra en ese mundo que le interesa tanto a la propia escritora, esto es, el de la fantasía y lo simbólico, el de la imaginación. Sus personajes se parecen más a muchos de los antiguos cuentos: abandona la protección del hogar para internarse en las sombras, en sus entresijos, pero sin la protección de la magia, sin príncipes ni duendes que los amparen, sin mediadores que vengan a salvarlos de su encierro. En sus historias destaca su relación con la madre Naturaleza tan poderosa y causal. Lo que sorprende más es ver cómo las mujeres que protagonizan estas incursiones sean frágiles y vulnerables, sensibles y valientes, sin miedo a arrojarse desde su propio desamparo a la búsqueda de la verdad, sin garantía de encontrarla.

En suma, diría que los encierros y redenciones que andan sueltos en este estupendo libro, de mucho tono lírico y atmósfera hipnótica, se sitúan en un contexto con aire de extrañamiento, un mundo inquietante en el que sus protagonistas entran en conflicto con la exigencia de vivir, más con ellos mismos que con los demás, todos en busca de consuelo y de una una subsistencia libre de ataduras.