Estuve todo el fin de semana trabajando en la tarea que la profesora de escritura creativa nos encomendó a los nuevos. El trabajo consistía en escribir un relato de visiones extrañadas. A mí me pareció muy apropiado cuando entendí su significado y me dije: ¡Coño! Ahora resulta que los fenómenos que me pasan a diario se llaman ”visiones extrañadas”. ¡Bueno, bueno, lo que uno aprende descubriendo lo que sabe!
Bien,
como decía, estuve trabajando en un relato erótico que no se porqué
había derivado hacia el género del misterio. Tampoco es raro que el
sexo y el misterio se anuden. Es más, la Antropología siempre los
vinculó, de ahí que a veces el misterio nos excite y el sexo nos
intrigue. El caso es que, dejando atrás esta incursión humanística
, llegué a la última frase de mi historia, le puse el punto final
y, en vista del objetivo alcanzado, dejé el texto sobre la mesa y me
fui a dar una vuelta. El punto final es como el equipaje que tiras
sobre la cama al llegar a un hotel: se deshace mucho mejor al volver
del paseo.
Regresé
al cabo de una hora y, al coger el relato para revisar el desenlace,
advertí turbado que no estaba el punto final. Había desaparecido.
Lo busqué por cada esquina del manuscrito como se busca una maleta
extraviada en la terminal de un aeropuerto y no lo encontré. Esa
noche dormí a sobresaltos; en algún momento de mi duermevela pensé
que el punto final se me había colado dentro de mí y que circulaba
en el torrente sanguíneo entre el plasma y las plaquetas, buscando
el órgano de mi cuerpo con menos defensa para impactar. Por la
mañana, al prepararme el desayuno, creí verlo sobre la encimera de
la cocina, pero al ir a cogerlo reparé que se trataba de una mota de
pan tostado.
Al
rato, me llamaron los compañeros urgiéndome
para que presentara el cuento, sólo faltaba el mío. La ansiedad se
apoderó de mí y dudaba si lo entregaba sin ultimar, de manera que
ante la premura que se me venía encima revisé de nuevo el
manuscrito minuciosamente. En esto entró mi hermana en el cuarto y,
mientras hablábamos de asuntos intranscendentes, me pareció ver el
punto final del relato en su cuello, justo debajo del lóbulo de la
oreja izquierda. Esa noche, cuando estaba dormida, entré en su
estancia con una linterna para inspeccionar su cuello y comprobé
para mi sorpresa que la mácula tenía la misma estampa que mi punto
final. Me excité con tal hallazgo y, cuando traté de prenderlo
provisto de unas pinzas, advertí que en realidad se trataba de un
minúsculo orificio. Me asomé a él con sigilo, como al microscopio
de un laboratorio, y descubrí un desenlace perfecto para mi relato
erótico o de misterio; lo malo es que aquel punto final del cuento
fue también el punto final de mi cordura.
Amigo Bocanegra: ¡Bienvenido al mundo bloguero propio! Te felicito. Veo que has empezado fuerte; ya tienes más entradas que El Corte Inglés. Creo que necesitabas disponer de un diario virtual como éste para volcar todo el entramado literario que bulle en tu cabeza. Aquí tienes a tu primer y fiel seguidor.
ResponderEliminarUn abrazo
G.T.T.
Gracias, amigo, por tus sinceros ánimos. Tú eres un referente para mí en esta nueva singladura, tu veteranía es un grado. Un abrazo
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