El
18 e octubre del 2011, leí en El Pais una reseña muy
elogiosa de Vila-Matas sobre Stoner, una obra de
John Williams (Texas, 1922 – Arkansas, 1994). Williams
era un autor desconocido para mí y seguí el camino propuesto por mi
admirado Vila-Matas, hasta encontrar el libro. No sé cómo
ocurrió, pero el ejemplar anduvo extraviado por mi biblioteca y su
lectura quedó relegada. Afortunadamente lo recuperé, después de
casi año y medio, entre un montón de libros aún no leídos.
La
novela narra la historia de William Stoner, hijo de unos
campesinos del estado de Misuri, nacido a finales del XIX y enviado
con gran esfuerzo por sus padres a la universidad para emprender sus
estudios de Agricultura. Allí Stoner escucha por primera vez
a uno de los profesores hablándole acerca de las virtudes de la
literatura con una frase que sería determinante para su futuro: “El
señor Shakespeare le habla a través de trescientos años, señor
Stoner, ¿le escucha?". Ese instante fue una iluminación para el
joven y rústico Stoner, una revelación que, posteriormente,
le llevaría a renunciar a la gestión de la granja de sus padres,
para convertirse en profesor de la universidad de Misuri. Allí llevó
una vida laboriosa, al servicio de su pasión por la literatura, pero
con innumerables errores sentimentales en un período convulso con dos guerras mundiales y, en medio, el crack de 1929. Dice Vila-Matas
en su artículo que Stoner “es la biografía de
alguien que vistió siempre un traje equivocado”.
Es
impresionante cómo el tejano John Williams despliega una
narración de arrolladora fuerza en pequeños dramas cotidianos repletos de resignaciones y decepciones. La aparente sencillez de
esta novela, que cuenta la transformación de un hombre rural anodino y rutinario en profesor, consigue fascinar al lector, entre
otras razones porque, en el fondo, es una historia de rectitud
moral y empeño, anidada en la cultura del esfuerzo y bajo el manto
del amor a la literatura. Su protagonista desvela con la sencillez
que le caracteriza “el poco tiempo que tenía en la vida para
leer tantas cosas, para aprender todo lo que tenía que saber”.
A
primera vista, lo que se cuenta es una historia muy común,
simplemente una vida. Sin embargo, es un relato que va creciendo a
medida que avanzan sus páginas y que lleva a empatizar con el protagonista, un hombre hecho para el trabajo y
forjado en las adversidades, un antihéroe que se gana la simpatía
del lector, un ser incapaz de hacer frente a las intrigas
profesionales y familiares, retratado por John Williams de
forma magistral, una vida bien narrada que cuenta cómo “a
alguien se le concedió la sabiduría y al cabo de los años encontró
la ignorancia”.
La historia está bien contada. El tono narrativo empleado
por el escritor americano es el adecuado, fundamentalmente por su sencillez y su minucioso detallismo. Pero sobre todo cautiva por cómo desarrolla
esos detalles a primera vista insignificantes que hacen que un hombre corriente, pero
esforzado en su vocación de profesor, se convierta en un héroe de
lo cotidiano. La grandeza de Stoner, el personaje,
está en su resignación ante las adversidades y en su humildad y
coherencia.
Williams
consigue una novela abrumadora y envolvente, con unos diálogos secos
y reveladores que demuestran la pericia del autor para mostrarnos
cómo son y cómo piensan sus personajes. El desenlace final es
arrollador y bellísimo, cargado de dramatismo y con una escena
última de extraordinaria sensibilidad que agarra al lector, hasta
dejarlo inmóvil y abatido.
Stoner
es una perla escondida que está en las librerías y hay que
encontrarla, porque es un pequeño tesoro que merece la pena leer.
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