Mi
experiencia lectora con el escritor francés Michel Houellebecq
(Reunión, 1956) se remonta a la lectura, hace diez años, de Las partículas elementales, una novela
panfletaria y demoledora sobre la sociedad después de Mayo del
68, sobre los damnificados de la revolución sexual y el hastío al que los llevó tanto exceso.
Después, en septiembre del 2011, me sumergí en El mapa y el
territorio, Premio Goncourt, escrita magistralmente de
principio a fin, una novela corrosiva que fluye y despierta
sensaciones y sentimientos, con un epílogo extraordinario.
Ahora
acabo de concluir lo último publicado en nuestro país por este novelista galo transgresor y polémico, un volumen, editado en Anagrama,
que reúne su producción poética, (Sobrevivir, El sentido de la
lucha, La búsqueda de la felicidad y
Renacimiento) en un formato bilingüe, que siempre se agradece. Una poesía
muy moderna y rupturista, con mucha correlación con su obra narrativa, en la que el escritor de la isla Reunión despliega temas recurrentes a
la caducidad del amor y la vida, las amarguras de la soledad, el desencanto...
Houellebecq
inserta en sus poemas las escenas cotidianas que derivan de un
universo convencional, como un paisaje en la montaña, un recorrido
en tren, un hipermercado marginal... De lo cotidiano, Houellebecq
extrae una interesante tarea de análisis que no pasa desapercibido
al lector de estos poemas, trenzados por medio de un lenguaje fresco
y conciso.
Dice
Houellebecq, en una entrevista extensa realizada el pasado año
en el París Review: “La lucha entre poesía y prosa es
una constante en mi vida. Si uno obedece al impulso poético, corre
el riesgo de volverse ilegible, si se lo desobedece, uno está
preparado para iniciar una carrera de honesto contador de historias”.
Creo que con esta declaración, el denominado enfant terrible
actual de la literatura francesa pone el punto sobre las íes en su
aporte de autenticidad poética, en la que indaga y desentraña una
desesperación existencial profunda. En sus poemas, igualmente, cita
a sus filósofos de cabecera que le dan soporte y cimiento a su razón
analítica: Kant, Pascal, Schopenhauer. En
cierta ocasión, Houellebecq afirmó acerca del universo
poético que: “en la poesía no son únicamente los personajes
los que viven, sino las palabras. Parecen envueltas en un halo
radiactivo. Reencuentran de golpe su aura, su vibración original”.
La poesía de Houellebecq es mucho más clásica en las formas, que no en los temas, que
sus novelas, aunque el fondo de su escritura es más veraz. El
poeta es menos polémico que el novelista, no solo en su relación
mediática, sino también respecto a sus lectores, a los que se
presenta como un hombre caduco y moribundo que trata de vivir en el
naufragio de sus contradicciones o en el alambre de sus intimidades.
Una lectura que no pasa desapercibida, muy al contrario, su estela es
feroz, sobre todo, cuando el verso habla de la caducidad de nuestros
cuerpos.
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