En
El País Semanal
del pasado 7 de julio leí, en la sección Memorias de
vivir, un recopilatorio de los artículos de Rosa
Montero muy interesante y llamativo, bajo el título Mujeres
que hablan de sus vidas.
En esta página, Montero
defiende la literatura por encima de las batallas sexistas y
recomienda tres libros de mujeres que acaban de publicarse, todos
ellos enmarcados en la autobiografía. Tomé nota de las referencias,
pero con especial énfasis sobre el libro Un
comunista en calzoncillos
(Editorial Alfaguara),
de la argentina Claudia
Piñeiro
(Buenos Aires, 1960), que ciertamente desconocía como escritora. De
las otras dos autoras reseñadas por la articulista: Carmen
Riera
y Laura Freixas,
sí había leído algunas obras suyas. Así que entre la novedad de
adentrarme en territorio desconocido y el buen ojo literario de Rosa
Montero,
decidí agenciarme el libro de la bonaerense, que parecía, según la
periodista, el más original y atrevido, y con un título
aparentemente cómico.
Un comunista en
calzoncillos
es un texto conmovedor, una mezcla de novela corta y memoria
biográfica, con una parte final a modo de álbum, con fotos
entrañables de la infancia de la autora que conforman un texto para
que el lector juegue al estilo cortazariano, para añadir a lo que se está leyendo o a cambiar el orden. La historia que encierra surge de
una anécdota rememorada en un pasaje de la infancia de Claudia
Piñeiro
y fuertemente vinculada a la relación con su padre en el luctuoso año
de 1976 en Argentina. El relato está escrito en primera persona y,
en él, la narradora, Claudia, se centra en la figura trascendente de su padre. Una novela con
mucho tinte autobiográfico, pero, como dice la autora en una reciente
declaración, “con
todas las mentiras necesarias para que merezca la pena ser leída”.
Marcada
por la historia de su país, Piñeiro
devuelve una mirada al pasado, recupera la memoria de la ruptura
entre la infancia y la adolescencia, una etapa de la vida en la que
la relación con el padre alcanzó su máxima complicidad. Este
vínculo es el hilo conductor de la novela y propicia dos rupturas
paralelas: la humana, propia del tránsito a la pubertad de la
protagonista, y la historia del momento, el paso atrás de la
democracia a la dictadura militar argentina, una etapa reprobable y
llena de pesares.
El
relato está ubicado en Burzaco, un pueblo en el extrarradio sur de
Buenos Aires, y el tiempo narrativo se sitúa entre diciembre de 1975 a
junio de 1976, y gira en torno a la ideología de su padre, “un
hombre que se decía comunista, a pesar de no ser ni militante ni
revolucionario, ni nada”
y el choque que supone para la joven protagonista el descubrimiento
que, fuera de su casa, existe gente con otras ideas y comportamientos
diferentes. De la misma manera que la relación padre e hija se va
fortaleciendo, la pequeña se va asomando a las contradicciones de
los habitantes de su pueblo, donde los secretos, la censura y las
sospechas comienzan a desfilar por las calles de Burzaco.
“La
vida es una sucesión de actos miserables interrumpidos por unos
pocos y pequeños actos heroicos, y es en el promedio de todos ellos
donde logramos sentirnos dignos”,
sentencia la narradora al final de la primera parte, para apostillar
en el epílogo con lo siguiente: “la
memoria es un juego de cajas chinas... Los novelistas mentimos, pero
la novela es lo más real que tenemos, no sé si para entender el
mundo pero al menos para sentir que el mundo no nos engaña como
quisiera”.
Una confesión extraordinariamente bella que pone colofón al arranque
que Claudia Piñeiro
toma prestado de Natalia
Ginzburg:
“Los libros que
se basan en la realidad con frecuencia son sólo pequeños atisbos y
fragmentos de cuanto vivimos y oímos”.
Un comunista en calzoncillos
es un relato breve, muy emotivo, intimista y entrañable sobre la
infancia, pero al mismo tiempo, un retrato de una época en el que se
debate la fidelidad a la familia y el deseo de pertenencia al grupo,
escrito con un lenguaje pulido y conciso que deja regusto.
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