La
novela En Grand Central Station me senté y lloré, de
Elizabeth Smart (Ottawa, 1913-1986) es una autobiografía,
distante por completo de los cánones del género, en la que la
escritora canadiense narra distintas fases de su relación con el
poeta inglés George Barker. Una autobiografía novelada,
impregnada de poesía, por cuyas páginas circula a raudales el
aliento lírico que hace que esta obra sea única, porque Elizabeth
Smart quiere empeñarse en contar su estado interior y su
evolución, referido a un corazón partido e inconsolable. La
relación adictiva con Barker acabó siendo una droga para
Elizabeth, que se enamoró de forma demencial y patológica de
un hombre casado con otra mujer, imposible de atrapar.
No
es de extrañar que esta novela, publicada por primera vez en 1945,
sea la obra más conocida de Elizabeth Smart, debido a que
está inspirada en su propia vida, martirizada por el amor tormentoso
con George Barker, de cuyo romance nacieron cuatro hijos, pero
que ni siquiera fue suficiente para que abandonara a su esposa y se
uniera a ella, su amante desesperada.
George Barker |
Un
libro tan maravilloso como sobrecogedor, excelentemente traducido por
Laura Freixas, escrito desde la piel y el alma, muy difícil
de encontrar en la literatura del relato íntimo de una mujer, tan
despiadado como autodestructivo. En Grand Central Station me
senté y lloré encontramos una escritura nítida y apasionada, una crónica de amor delirante, de las que dejan huellas
en el lector, una pasión erótica reflejada en pasajes inolvidables
como: “...en mi cama me invade la selva, me veo infestada por
una horda de deseos: una paloma me picotea el corazón, un gato hurga
en la cueva de mi sexo...”, (pág. 20). Y como este otro: “...Él
es la luna dueña de las mareas, es el rocío y la lluvia, es todas
las semillas y la miel del amor. Siento crujir mis huesos, aplastados
como los bambúes...”, (pág. 43). Son diez fragmentos de
la relación de Elizabeth con George Barker, y, en cada una de las partes del libro, la canadiense se funde en un
lenguaje poético que da vida a lo narrado. En cada uno de los capítulos se despliega un
instante de vivencia imborrable, con guiños alusivos a Shakespeare,
Dante o Blake, para describir la inquietud del
primer encuentro, la feminidad desbordada, la exasperación del
abandono o el rechazo social.
El
resultado es una obra maestra, bella e intensa. Un ejemplo perfecto
de novela en convivencia con la grandeza poética, narrada en primera
persona, con un insistente y eficaz presente de indicativo. Aunque el
texto es fragmentario en su concepción, no impide mantener en su
conjunto la cohesión interna necesaria para el desarrollo narrativo.
A pesar del clamor por su desdicha, Elizabeth Smart, una mujer preciosa, describe
su realidad con la distancia justa, lejos de cualquier asomo patético.
En Gran Central Station me senté y lloré es una
novela corta, escrita con suma fluidez, que precisa una lectura
pausada y atenta por la infinidad de metáforas poderosas y visuales
que muestra. Un texto emocionante y desgarrador, profundamente
poético, sobre una mujer malherida de amor y marcada por la sociedad
de su tiempo.
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