Susan
Sontag compartía la adoración de Virginia Woolf por los
libros, su idea del paraíso como lectura eterna. Quería que todos
compartieran sus pasiones y responder con igual intensidad a
cualquier cosa que a ella le encantase era proporcionarle uno de sus
mayores placeres. En el fondo era una mujer de corte didáctico y
moralista, quería ser una influencia, mejorar las mentes y refinar
los gustos. Le exasperaba darse cuenta de que la compañía de
mujeres, por inteligentes que fueran, no eran habitualmente tan
interesante como la de los hombres inteligentes. Todos estos
recuerdos de esta excepcional intelectual están muy bien recogidos
en el libro Siempre Susan,
unas memorias preciosas e íntimas que leí hace poco y que
reseñé en este blog, de Sigrid Núnez, esposa que fue de su
querido hijo David Rieff.
Este
acercamiento nuevo que tuve hacia la escritora neoyorquina, con la
publicación de los recuerdos de su nuera, me hizo mella, y, a
continuación, leí sus diarios tempranos que editó su hijo, bajo el
título Renacida, que
de igual manera me hizo intimar más con el pensamiento y las ideas
de esta irrepetible ensayista. Hice acopio de otras lecturas suyas,
hasta que cayó sobre mis manos Un mar de muerte (Edit.
Debate),
un libro desgarrador sobre la última fase de la enfermedad de Susan
Sontag, escrito por su
hijo David
en el 2008. El libro de Reiff
va más allá de estos últimos días finales de su madre y se
introduce en la relación madre e hijo, y si al lector le parece una
escritura cruda es claro que David
lo hace controladamente, impidiendo la espontaneidad de la compasión,
porque quiere hacer tributo a una madre que vivió entregada en
cuerpo y alma a un ambiente exigente y crítico. Susan
no se rendía y murió sin reconciliarse con la idea de morir. Estaba
tan llena de proyectos, tenía tantas ideas en mente y tanto trabajo
por delante, que no cabía en su cabeza doblegarse a desaparecer, a
extinguirse. A pesar del cáncer sanguíneo que la mató el 28 de
diciembre del 2004, hasta solo unas cuantas semanas antes de su
muerte, estaba convencida de que sobreviviría.
Rieff
ha escrito un libro entre los recuerdos y la investigación, como
tributo a su madre. Un testimonio implacable sobre una mujer
arrolladora y obsesionada por su enfermedad con la que se batió el
cobre hasta el último céntimo. Morir es difícil y para un hijo que
no pudo ejercer de ayudante de cámara, como tendría que haber sido
en ese final inevitable de la vida de su madre, dejan cicatrices.
Por eso rinde culto a su madre, cuatro años después de su
desaparición, desde la revisión de aquellos últimos días que
Sontag
estuvo ingresada y postrada en el hospital. Una confesión bastante
despiadada, que revela cómo tuvo que acallar la piedad y compasión
que la agonía de su madre requería por respeto a la forma que ella
decidió morir, y, también, empujado por el carácter tan arrollador
que Susan
ejercía. Se lamenta del autoengaño de una mujer tan racional, capaz
de agarrarse a sentimientos imposibles de optimismo. En aquellos días
aciagos, Susan
decidió amarrarse a la vida rechazando cualquier consuelo.
David
Rieff deja una elegía
contenida, alejada de patetismo, para acercarla a una muerte
literaria llena de latidos, pero sin la calidez que aquellos momentos
vividos requerían de alivio de espíritu. Ese es su lamento y
desconsuelo.
Un
mar de muerte es un
emocionante relato de David
Rieff, una crónica
íntima que cuenta la lucha desesperada de su madre por la vida y no
por la verdad de su fatídica enfermedad; un relato sincero y
conmovedor que desvela, por la experiencia propia de un hijo
afligido, que la vida es finita, pero los sentimientos y los
pensamientos que provoca, parecen infinitos.
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