Mientras
regresaba del paseo escuchando el cante exultante de Enrique
Morente en el Ipod, meditaba sobre el epílogo de La
cabeza en llamas (Galaxia
Gutenberg, 2012), una lectura fresca que había concluído momentos
antes de iniciar la caminata. Unas páginas magistrales en las que
Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) hace su particular
recuento del libro y confiesa, en un memorable párrafo final, cómo
vive en la novela lo que la vida ya no le reclama y cómo escribir es
lo único que le interesa para que la vida no decaiga, porque en
la escritura, concluye, está el único aliciente para acabar de
resolverla.
La
fuente de la edad (1986) supuso el inicio de mi relación
lectora con la narrativa del leonés, coincidiendo con su
consagración como novelista, ya que con este libro tan vitalista y
divertido, sobre las aventuras peregrinas de una cofradía compuesta
por cinco amigos, Mateo Díez obtuvo el Premio de la Crítica
y el Premio Nacional de Literatura. Después me zambullí en la tinta
de Los males menores (1993), donde el escritor
castellano se presta a condensar su narrativa en los límites del
microrrelato. Luego vino El paraíso de los mortales,
una novela misteriosa en la que el joven Mino Mera protagoniza la
recuperación del tiempo perdido de una vida llena de inciertos
presagios. Libro tras libro, Luis Mateo Díez ha ido
ensanchando el territorio de sus ficciones gracias a ese cultivo del
realismo que despliega con tanta maestría y naturalidad en la novela
corta, el cuento y el microrrelato. En La cabeza en llamas
reúne cuatro historias de diferentes tramas y personajes, pero fiel
a su idea de contar la vida como un asunto a resolver, en ese milagro
de funambulismo entre los sucesos evocados y la efervescencia de la
imaginación. Un compendio de cuatro novelas cortas, con una hondura
humanista conmovedora y una prosa impecable, que cautiva y encandila
al lector.
El
relato inicial que da título al volumen, La cabeza en llamas,
cuenta la vida del joven Camil, un tipo descarado e insolente,
con una labia incendiaria, que arrastra un historial destructivo
marcado por el sino de su nacimiento.
En
el relato Luz de amberes, Mateo Díez se empeña en
destacar la atmósfera y el ambiente de un restaurante lujoso
alrededor de una mesa, donde los comensales, un tío y dos sobrinos
huérfanos, repasan tristes pasajes de sus vidas.
El
tercer relato, titulado Contemplación de la desgracia,
transita por el escenario de la infelicidad de unas vidas
ensimismadas que acaban reconfortándose.
Por
último, en Vidas de insecto,
el escritor de Villablino presenta unas memorias de un colegio de
curas fabuladas en un tono surrealista, donde las larvas,
representadas por los internos, se rebelan contra los castigos y
vejaciones de algunos educadores del centro.
Una
vez más, constatamos, que la extraordinaria trayectoria narrativa de
Luis Mateo Diéz
se sustancia en el empeño por inventar historias y personajes,
impregnados de misterio y de vida anónima, que podemos encontrar a
la vuelta de la esquina.
Concluyendo:
La cabeza en llamas es
un libro que posee una magia literaria insólita y el mejor
repertorio narrativo que identifica a este fabulador excepcional que
es Mateo Díez,
capaz de dar el pálpito de vida milagroso a seres inadaptados,
inconformistas y antihéroes que se baten en una lucha de huídas,
búsquedas y dudas, en pos de encontrar sentido a sus existencias
insignificantes.
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