Después
de catorce años, Milan Kundera (Brno, 1929) regresa al género
de la narrativa con la novela La fiesta de la insignificancia
(Tusquets, 2014). El escritor checo llega más escéptico que
nunca, pero con renovada actitud en lo que siempre fue su sostén: la
fe en el humor como estadio emancipador del hombre y como respuesta a
las preguntas de siempre.
Ahora, en La fiesta
de la insignificancia, treinta años después de la aparición
de su emblemática novela, La insoportable levedad del ser
(1984), una extraordinaria historia de amor en el ambiente disidente
que rodeó la Primavera de Praga, Kundera, más sarcástico si
cabe a sus 85 años de edad, continúa con la estela de la historia
centroeuropea del siglo XX para ajustar cuentas con el pasado y desmontar la barbarie y
el totalitarismo de aquella época negra que le obligó a exilarse en
París, allá por el año 1975.
Kundera traza su
mirada aguda y otoñal, sin acritud, e invita al lector a
reconciliarse con la banalidad del mundo que le rodea. La
fiesta de la insignificancia es un canto crepuscular a lo
mucho que hay de intrascendencia en nuestras vidas fútiles y que aflora desde sus inicios cuando Alain, uno de los personajes de la
novela, reflexiona arrobado y trastornado acerca de las distintas
fuentes de seducción femenina. En esta fiesta que propone el maestro
checo, cada gesto mínimo inspira una reflexión, como el
descubrimiento de Alain sobre la moda de las jovencitas de llevar el
ombligo al aire, como matiz distintivo y erótico del momento.
Es deliberado, por parte
del autor, cómo la estructura de la novela no está concebida en
capítulos, sino en breves secuencias consecutivas, en algunos casos
de media página de extensión. Sin duda, Kundera se vale de
este procedimiento para postular que la unidad del libro no tiene por
qué derivar del argumento, sino que la proporciona el tema: un
pequeño tratado de ética del destino que abunda en la maternidad,
las relaciones familiares, la sexualidad, el poder, la existencia y
la decadencia de la sociedad.
La fiesta de la
insignificancia es una fábula moral y estrambótica para
estos tiempos de crisis emancipadora. Estamos ante un artefacto,
mitad novela y mitad ensayo, entre la introspección y la paradoja,
claramente tejida a base de puzzles, que el lector va completando y tratando de resolver a lo largo de las escenas transitadas por el narrador omnisciente y entrometido de la novela, un bromista escarmentado en asuntos filosóficos.
Nada está fuera del
alcance literario del escritor checo, que no se apura con la delgadez
de su prosa para volar alto, en un vuelo ligero, fácil de leer, pero
profundamente comprometido y exigente.
En suma, La fiesta
de la insignificancia es una pequeña comedia humana, un
divertimento extravagante, lleno de dobles sentidos, que encierra la
parábola de la levedad del ser, una oportunidad a descubrir para
toda la legión de entusiastas seguidores de este consagrado
escritor, un regalo valioso para entender la insignificancia del
mundo que nos rodea, en clave de sabiduría y buen humor.
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