La
literatura no es un plato acabado. Un libro es algo incompleto, poco
hecho, como la carne de los fogones, pendiente de acabar en la mesa
del lector, el verdadero comensal del banquete. Entre el menú de
novedades literarias de los últimos meses, tomé hace unos días la
novela Las manos (Candaya, 2014) de Miguel
Angel Zapata (Granada, 1974), su ópera prima en
este género, un plato narrativo de nueva cocina en el que destaca su
desbordante imaginación.
Zapata,
un autor que hasta ahora cocinaba su escritura en la parrilla del
cuento y microrrelato, sorprende a propios y extraños con este
relato. En Las manos,
las hazañas del protagonista se funden en una trama donde lo casual
irrumpe con contundencia a partir de un inicio sorprendente que
determina todo el recorrido que lleva a cabo Mario Parreño
por el mundo, el singular personaje de esta historia rocambolesca,
obsesionado en recuperar la copa del mundo de fútbol, robada por
unas manos anónimas durante el desfile triunfal de la selección
española por las calles de Madrid. La lógica que sigue desaparece y
Mario parece un títere
en manos del destino caprichoso y todo se convertirá en una odisea
grotesca y delirante por el mundo.
Las
manos es una aventura
disparatada, trazada en una especie de viaje a Ítaca, donde el azar
y el propio destino del juego metafórico conducirán al lector a
Viena, Nueva York y Tokyo, para después regresar de nuevo a Madrid
acompañando al protagonista que retorna más ensimismado y
cariacontecido a su hogar.
La
última propuesta literaria de Miguel
A. Zapata es todo un
ejercicio estilístico de principio a fin en el que da rienda suelta al
discurrir de la imaginación, con mucho jazz de fondo para alivio de
las reflexiones delirantes que salen de la cabeza enferma de su
protagonista, un sujeto depresivo, hijo de un padre suicida y de una
madre menguante. Zapata
parece escribir con la técnica de la escritura automática por su
desenfreno y pasión. Además su fuerza expresiva se apodera tanto
de situaciones esperpénticas como de reposos melancólicos que
aquejan a su personaje, un estereotipo acostumbrado a encogerse de
hombros, pero que no rehuye de la aventura.
Las
manos es un libro original y
atrevido, con una prosa provista de ardorosa inquietud, a veces
compulsiva, pero rebosante de humor caústico y rebeldía, un sello
propio de este joven profesor granadino que podemos contemplar
también en sus anteriores libros de microrrelatos y cuentos.
Miguel
Angel Zapata ha escrito
la historia de un héroe, su Marco Polo Parreño,
para interpretar la suerte del destino donde la épica futbolera es
sólo un motivo para indagar sobre el verdadero asunto de nuestra
existencia: la búsqueda de un grial que justifique el sentido que
tiene la vida; un asunto en el que se reafirma el protagonista al
final del libro: Dadme un punto de apoyo y me inventaré
que existe el mundo.
Las manos, en suma,
es una odisea de vuelta al punto de origen, una andanza homérica de
un hombre que se había arrogado el papel de héroe y vuelve
desgastado como una goma de borrar que hubiera perdido
fragmentos de sí en su viaje por el mundo.
(pág. 251)
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