Ante
El idioma materno (2014)
de Fabio Morábito (Alejandría, 1955), un hermoso libro que
reúne ochenta y cuatro piezas breves sobre la vocación literaria,
hay que empezar haciéndose una pregunta: ¿Qué relación existe
entre los cuentos y la poesía de un autor y su pensamiento, entre el
relato y el poema que nos da y lo que él discurre sobre el
aprendizaje de la escritura y su devenir? Para Morábito, un
mexicano de adopción, pero de familia italiana, el escritor se mueve
entre la ficción y el pensamiento personal. Para él no hay más
solución que la sencillísima y tan difícil de ser un escritor de
veras, que trabaja para la ficción significativa. Sobre ésto y
otros asuntos literarios viene a hablarnos el escritor nacido en
Egipto, facilitándonos un índice temático al inicio del libro para
vislumbrar todo su pensamiento sobre el oficio de escribir, una buena
pista para advertir que el concepto más tratado es: escribir; y si
le añadimos media docena de palabras afines que lo completan
(escritor, relato, estilo, lectura, palabras, libros, etcétera),
para no hablar de un sinfín de citas y referencias literarias
esparcidas por todo el libro, concluiremos que Fabio Morábito
centra El idioma materno en el quehacer del escritor.
Morábito
aborda con rotundidad, desde distintos ángulos, los cómos y porqués
de la vocación literaria a través de un delicioso texto que atesora
mucha reflexión y humor tierno. El idioma materno es
un libro lleno de lucidez e inteligencia que sorprende por su
profundidad y sencillez, un cóctel de microensayos, autoficción y
confesión en el que resalta la concisión y el estilo esmerado de
sus páginas que van desde la invención al universo literario del
autor.
Fabio
Morábito logra aglutinar una singular biográfia en este libro
que rebosa pasión e induce, tanto a la sonrisa, como a la meditación
gracias a los lazos metafóricos que abundan por todo el texto, como
éste donde el autor se afana en desmentir que hablar no consiste en
encadenar palabras: ...hablar es algo parecido a saltar sobre las
piedras de un torrente, donde pisamos sólo algunas piedras, aquellas
que nos permiten saltar hacia las otras. Sólo gracias a esta
relativa refutación de cada piedra podemos cruzar hasta la otra
orilla (pág.54); en
Doble vidrio, rebate
con un símil marino la incompatibilidad de la escritura con el
ruido: Los escritores somos submarinistas. La escritura,
que es ficción aun cuando no lo parezca, ha inventado el silencio y
la inmersión en profundidad
(pág.140); y más adelante, en Carril de acotamiento,
dice Morábito
que si quieres escribir no puedes invadir el centro de la calzada,
tienes que deslizarte al borde, o lo que es lo mismo, el escribidor
que busca expresarse genuinamente se equivoca: al tomar la pluma uno
se pone una máscara y asume que los textos no lo reflejen, ha de
aceptar ese personaje creado. El escritor,
subraya, es el ser que menos se conoce, con tantas palabra
es imposible encontrar el alma.
El
idioma materno posee
resonancias de bitacora de viajes o diario de escritura por todas las
cosas que encierra relacionadas con la vocación apasionada de la
creación literaria, por la memoria y vestigios que los libros
dejaron en el alma del escritor, una obra intencionadamente calibrada
cuyos textos parecen demandar que se lean en voz alta y en compañía,
su brevedad y musicalidad invitan a ello. Yo lo he probado y
funciona.
La
editorial Sexto Piso
se anota un puntazo con la publicación de este libro híbrido y
arrollador que entreteje cómo y por qué se hace uno escritor, un
texto exquisito, destinado a lectores fisgones, escrito por un autor
que vale la pena descubrir.
El
idioma materno nos brinda la
oportunidad de acercarnos al mundo literario de Fabio
Morábito, un escritor
que manifiesta que escribe para seguir leyendo y que postula que
todos somos escritores cuando leemos, gracias al soplo mágico de la
palabra.
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