Nada
me reporta más entusiasmo que compartir los hallazgos literarios que
caen azarosos por mis manos de lector letraherido. Fricciones
es un libro que me llegó gracias a la magia de la blogosfera. Una
mañana, al abrir el buzón de mi domicilio, me lo encontré en el
interior de un sobre acolchado para sorpresa mía. De su autor solo
conocía, hasta ese momento, que formaba parte de la lista de amigos
virtuales que tenía añadido a mi cuenta de facebook y que
compartíamos muchos de los posts que colgabamos en nuestros
respectivos muros. Todavía lo seguimos haciendo.
El
libro de Pedro Valverde (Montevideo, 1969), editado en
Ediciones Bohodón (2014) es una colección de trece relatos que
reúne gran parte de su universo literario. Este hijo de larga
tradición de emigrantes gallegos, licenciado en Ciencias Económicas
y Físicas, vive en Madrid y trabaja como funcionario de carrera en
la Agencia Tributaria, ocupado en desentrañar datos estadísticos e
interpretar cifras que tantas incógnitas plantean a la
Administración. En Fricciones, su primera apuesta
literaria, aparecen rescoldos científicos que tienen que ver con la
razón matemática de su profesión. Y es que muchos de los relatos
de Valverde andan imbricados en asuntos metafísicos del
tiempo y el espacio, a la vez que merodean por el azar, los libros y
la memoria, aunque donde verdaderamente explora es en esa vaguedad
incómoda que significa vivir y sortear las adversidades cotidianas.
Todas estas inquietudes han derivado también de vínculos contraídos
con sus escritores favoritos, como el maestro Borges, el
escritor más libresco y unánime de la historia de la literatura
argentina, su admirado Muñoz Molina, el Nobel Vargas Llosa
o el gran Vasili Grossman, de quien dice haber leído toda su
obra. Para un hombre que se define por encima de todo lector, su gran
adicción confesable, la escritura aterriza en su vida siendo ya un
hombre maduro: acudió ella a mi encuentro –subraya ufano–,
yo no salí a buscarla.
Con
una cita del autor de El jinete polaco: “Escribir es
aceptar una gran incertidumbre”, Pedro Valverde abre el
cofre de sus relatos y comienza con El disidente, una historia
de transmigración que revela la fugacidad de nuestra existencia y
que vuelve a evocar en la última narración, la más sentimental de
todas, Un cuento para Borges, cuando el narrador se encuentra
en un parque con el astro argentino y le lee el relato primero con
voz sentida y emocionada. Luego viene El cruce y Arde el
cosmo, dos planteamientos sobre el destino y sus consecuencias.
En El bibliotecario y Yo soy lo que leo, Valverde
retoma el embrujo de los libros y su fetichismo, así como la pulsión
de un alma aquejada por lo que lee. Más adelante, encontramos en el
cuento La jaula, el más largo de la colección, una metáfora
existencialista donde las palabras se vindican para atemperar
cualquier contratiempo. Con los tres siguientes relatos: Exorcismo
o la tarea de sortear la adversidad cotidiana, Confusión, una
historia intrigante y misteriosa, quizá una de las mejores y, por
último, Maldita suerte, una narración libresca y policíaca
en el entramado de una librería, el autor espanta sus demonios, que
no es más que acallar los fantasmas que dice llevar dentro.
Los
cuentos de Valverde destacan por su ritmo ágil y prosa
diáfana, pero también por sus resonancias borgeanas. Al escritor
madrileño le interesa que el lector se aproxime a su libro por los
aledaños del gran maestro argentino para luego, como hace con el título,
rasgar la sintonía y mostrar su verdadera apuesta, esa fricción que
surge entre la palabra y la vida. Fricciones es un
libro habitado por personajes complejos, corrientes y
contradictorios, como tú y como yo, como cada uno de nosotros,
impregnados de emoción y desconcierto que tienen mucho que ver con
la naturaleza humana y donde la ficción viene a postularse como
simulacro de la realidad.
En
suma, Pedro Valverde no parece un escritor incipiente y eso es
meritorio. En Fricciones hay un mundo imaginario que
parece invertir el proceso predominante de la creación artística,
porque la experiencia vital de su creador precede al texto, una
circunstancia que constata que su incursión literaria no es
pasajera, que llega para contar cosas y quedarse por mucho más
tiempo.