“No
tengo ningún problema con la lectura. Tengo un problema con los
libros”. Con esta aclaración en los primeros compases de su
relato, Agnès Desarthe (París, 1966) confiesa su compleja
experiencia lectora y su relación con el universo literario en Cómo
aprendí a leer (Periférica, 2014), un texto
cautivador que invita a reflexionar sobre la educación, la cultura y
los cánones literarios. Desarthe, escritora y traductora,
narra su travesía lectora en un relato autobiográfico, impregnado
de sinceridad y encuentros con los libros, sin establecer diferencia
entre ficción y realidad, ni jerarquía alguna. Para la autora
francesa, la literatura no solo anula las fronteras de géneros, sino
que además ayuda a franquearlas.
Cómo
aprendí a leer tiene como destinatario el lector que aún
está fuera de la órbita de los convencidos, que dormita todavía y
espera ser seducido para entrar en el mundo fascinante de los libros.
Con un tono sencillo y nada petulante, Agnès desvela cómo,
siendo niña, soñaba con las historias oídas en casa y seguía
ajena al vínculo de los libros, un eslabón que permanecía extraño
a sus intereses. Agnès, que procedía de estirpe libanesa y
rusa, fue una escritora que experimentó un tránsito por los libros
muy peculiar y esforzado. Hija del exilio, tuvo dificultades de
adaptación a la lengua francesa y a sus maestros literarios, como
Flaubert o Balzac. Sin embargo, le seducía Camus
y Duras además de otros autores extranjeros, especialmente
Faulkner y Dostoievski, dos de los autores que más
huellas le dejaron. Pero el descubrimiento de Isaac Bashevis
Singer fue una bendición, un hallazgo que le provocó un
entusiasmo desmedido y apasionado por las letras. Singer
rompió su reticencia lectora y, a partir de él, leía de todo de
manera compulsiva. Este impulso la llevó a consagrarse como
traductora profesional de las obras de Virginia Woolf y
Cynthia Ozick, como si de una orden religiosa hablaramos, con
absoluta vocación, convencida que quien se dedica a la traducción
acoge el alma del autor, una experiencia excitante que la llevó a
sentir que la letra impresa sería su vínculo vital, el instrumento
imprescindible para su memoria.
Agnès
Desarthe había esperado demasiado tiempo a tener la revelación
que ansiaba, aquella que ya se vislumbraba en sus primeros escarceos
literarios: encontrar en los libros aquello fuera de lo cotidiano, lo
que trascendía. Antes de recalar en los clásicos, la joven
escritora deambuló por la novela negra leyendo a Chester Himes,
Chandler y Hammett, autores de un género que le
mantenía el suspense y el fervor continuado. Después cayó
arrebatada por la literatura de Jacques Prèvert, un autor que
la catapultó a Racine, Rimbaud y Baudelaire.
Volvió de nuevo a Madame Bovary, un libro que se le
atragantó de jovencita y, posteriormente, se embelesó con El
guardián entre el centeno de J.D. Salinger, hasta el
gran fogonazo de El ruido y la furia de su admirado William
Faulkner.
Cómo
aprendí a leer es un libro alentador, un híbrido entre
novela y ensayo, narrado en clave autobiográfica sobre la
transformación experimentada por Agnès Desarthe de lectora
abúlica en una letraherida voraz e impenitente. Llegar hasta aquí,
a esta meta enigmática, ha sido un trayecto árduo y emancipador, un
placer impensable e inmenso desvelado por la escritora parisina de la
manera más simple y llana, un logro que viene a constatar que no
existen personas que no leen, sino personas que todavía no han
encontrado la estela que les lleve al increíble jardín secreto que
es la lectura.
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