Bajo
este epígrafe y con el el seudónimo de Lisboa, Martín
Casariego (Madrid, 1962) presentó su obra El juego sigue
sin mí al Premio de Novela Café Gijón 2014, una
historia de aprendizaje a la que el jurado del certamen le otorgó el
galardón valorando la escritura fluída del autor y la tensión
dramática desplegada en la novela.
El
juego sin mí (Siruela, 2015) es una novela de
iniciación que tiene de protagonista a Ismael, el narrador,
un chico de trece años que arrastra problemas académicos en el
colegio. Sus padres deciden ponerle de refuerzo a sus estudios un
profesor particular, de nombre Rai, que es un compañero del
Instituto, mayor que él, un joven especial que se convertirá en
faro y guía para el adolescente. Rai, un chico carismático y
misterioso de dieciocho años, se estrena en su nuevo cometido ofreciendo un pacto a Ismael para
que en las clases se hable de otros asuntos ajenos a las Matemáticas,
siempre que éste cumpla con su parte: sacar adelante la asignatura
por sus propios medios.
Martín Casariego tiene el claro propósito de presentar una
novela con gancho para jóvenes y adultos y, para ello, se vale de
un personaje atractivo, con luces y sombras. Rai es todo un ídolo entre sus colegas y un alumno muy respetado
en clase, además no se amedranta ante los cabecillas abusadores
de otras aulas, pero en su interior hay mucha pesadumbre oculta. Sobrelleva como puede su
tormento. Perdió a su madre al nacer y sólo encuentra consuelo para ese vacío acercándose a los libros que ella leía, las películas
que veía y las canciones que adoraba. Solo de esa manera se alivia de tan larga orfandad. Casariego se vale del
artificio literario de poner voz a Ismael, el narrador, ya adulto, con veintitrés años, para contar sus peripecias
durante el tiempo que permaneció junto a Rai entre los trece
y los catorce años, un período vertiginoso y conflictivo, de rebeldía entre la eduación académica y la
sentimental. La trama aparece ambientada en el momento presente y no
rehuye los problemas actuales: la dependencia de
las redes sociales, el acoso escolar, la pornografía infantil o los
miedos de los padres a la adolescencia de sus hijos. Ismael va
relatando aquellos años de aprendizaje,
dejando al lector intensos diálogos, en un marco generacional en el
que la adolescencia es efervescencia pura, una etapa sentimental
donde, entre sus horas fértiles y de felicidad, también surge el dolor y la traición de algunos compañeros de viaje.
El
juego sin mí es un libro lleno de referencias culturales e
inquietudes artísticas. Nombres como Leopardi, Kawabata,
Goethe, Camus o Cioran transitan entre sus
páginas, así como evocaciones sobre obras literarias: Moby Dick,
Pedro Páramo, El túnel..., bajo la música de Lou
Reed, Elton John o David Bowie y los recuerdos de
míticas películas como El ángel azul, Quadrophenia,
Verano del 42 y la serie televisiva de Hombre rico, hombre
pobre. El juego sigue sin mí conduce al lector a
un cruce de camino entre la adolescencia y la madurez, con la promesa
de escuchar secretos personales mezclados con resonancias literarias,
un recurso estilístico que viene a postular que la vida y la ficción
se parecen mucho, más de lo que la gente suele creer.
Martín
Casariego ha escrito una novela emocionante y entretenida, una
historia que lleva al lector en volandas, gracias a su ritmo ágil y
a su prosa directa que fluye sin pausa a lo largo de sus más de
doscientas páginas. Si tuviera que constreñir la esencia de este
libro recurriría a las propias palabras del narrador que viene a
decir en diferentes episodios del relato que la vida no trata de no
caer, sino de cómo levantarse y sobreponerse.
En
definitiva, El juego sigue sin mí es una
historia de aparente sencillez que conmueve por lo que cuentan y
viven sus protagonistas, un libro con mucho espíritu romántico y
existencialista que saca a la luz temas tan capitales como el dolor,
el amor y el suicidio, tres asuntos latentes a lo largo de esta
meritoria novela.
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