Pedro Valverde Caramés
Que “Dios no juega a los dados” es una celebrada
sentencia del físico Albert Einstein con la que expresaba la perplejidad que le
producían los descubrimientos, que se estaban produciendo en su época, en el
campo de la microfísica. Aquellos asombrosos hallazgos, a los que él había
contribuido decisivamente, violentaban la interpretación clásica de la realidad
y sus categorías de pensamiento (Weltanschauung) y ello irritaba profundamente al
padre de la Relatividad.
La cita anterior procede aquí, no
sólo por su parecido con el título del último libro de Clara Obligado (Buenos Aires, 1950), sino también
porque perplejidad es lo que puede experimentar el lector cuando tras finalizar
la lectura de un primer capítulo de factura clásica, en la línea del arranque
de una novela de género policiaco, aborde el segundo, tan radicalmente
diferente. Avisado queda.
Sobre una estructura de relatos de extensiones diferentes y temáticas
variables, unos sobrios en su realismo, otros abiertamente imaginativos,
incluso delirantes, la autora cimenta una novela que desgrana la historia de una saga familiar a lo largo de las
décadas y en cuyo seno late el misterio de un asesinato nunca resuelto. Pero
también se cuentan otras historias cuya ligazón con la trama general es, en
general, menos evidente, más sutil; así, aparecen revoluciones, guerras, persecuciones, en las que
diferentes personajes entran en escena, sorprenden al lector y salen para acaso
no volver. Es como si la autora quisiera recordarnos que siempre suceden
infinidad de cosas en paralelo a la acción principal y que, en última
instancia, ésta lo es porque quien escribe
decide significar unos sucesos, singularizándolos, sobre otros muchos.
Clara Obligado apuesta fuerte por un
experimento literario que rompe moldes y categorías, y que traspasa esos compartimientos
estancos en los que la literatura, por tradición o por desidia, o por falta
imaginación, se estructura a sí misma: novela larga o corta, cuento,
microrrelato, biografía…
Decía Borges, en una conferencia sobre el género policiaco dada en 1977 que “los géneros literarios dependen
menos de los textos que del modo en que éstos son leídos”, es decir, que no
hay una esencia de los textos ni de los géneros, sino que sólo hay modos de
leer. Eso mismo es lo que la autora le propone al lector, que lea en clave
abierta y que la acompañe en un juego que va más allá de los cánones al uso. Es lo que ella define como literatura mestiza o de entrevero, como la llamaría yo.
Por otra parte, si hay algo que uno imagina en este libro es que Clara ha tenido que disfrutar construyéndolo; imaginando las historias,
corrigiéndolas, dibujando en su mente personajes (tan) singulares,
sincronizando las piezas que componen
trama y urdimbre hasta ajustar, en una labor de bordado meticuloso, este
peculiar artefacto literario. Y esto es algo que a mí, personalmente, me gusta
de ella: su enfoque natural, nada
afectado y casi lúdico del hecho de escribir, alejado de esa visión entre dolorosa y
traumática con la que otros muchos confiesan abordar la escritura. Será porque,
como ella misma dice tantas veces, piensa en lo que va a escribir mientras
prepara la cena.
En mi opinión, desvelar más sobre La muerte juega a los dados (Páginas de espuma,
2015)
supondría dar demasiadas
pistas a un futuro lector y con ello privarle del asombro de acercarse a esta
apuesta radical. Dejemos pues que quien no lo haya leído se aproxime a este
libro con el derecho a la extrañeza intacto y que juzgue, a fin de cuentas el lector es siempre
soberano.
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