Cristóbal
Serna
Para
aquellos que hayan leído de manera continuada los artículos y
ensayos de Rafael Sánchez Ferlosio
(Roma, 1927), este sigue invitándonos a pensar detenidamente sobre
la materia cotidiana. El papel del lenguaje y sus repercusiones
semánticas nos obligan a que reflexionemos cómo el lenguaje genera
con su uso diario una nueva interpretación ideológica de sí mismo:
“merecido descanso”, “sana alegría”, “honesto
esparcimiento”, “honda raigambre”, “genuino sabor local...”
Muchos
de estos pensamientos, en algunos casos cercanos formalmente a los
aforismos y otros, por su extensión, propios del artículo
periodístico, han sido seleccionados en este libro bajo el nombre
genérico de pecios. Es la forma más personal de abordar sus
reflexiones con un sello característico propio, como diría Delibes:
“Ferlosio siempre será Ferlosio”. Estos pecios, o restos de
naufragio, de Sánchez Ferlosio
no solo hay que entenderlos como incursiones aisladas del autor, sino
que hay que situarlos en un contexto histórico y cultural y, para
ello, el escritor hace un uso adecuado de su afán por recoger
noticias periodísticas. Vuelve a recordarnos la famosa entrevista de
Gabilondo a Felipe González; el uso de la cultura como instrumento
de control político, y hasta llega a considerar que “las únicas
novedades de la cultura actual parece que no son ya más que los
aniversarios” y estos no solo forman parte de un momento histórico
concreto, sino que podemos trasladarlos cambiando tiempos, nombres y
situaciones a nuestros días como si tal cosa.
A
pesar de huir de las “experiencias personales”, pues distorsionan
los hechos y los pensamientos ideológicos, el libro comienza, quizá
rindiendo cuenta ya por la edad del autor, con un poema a su hija
Marta (in memoriam) y, a partir de aquí, se desencadena un
torbellino de pecios donde curiosamente los más cercanos a los
aforismos nos confortan como lectores y nos llevan a una relajación
y a un respiro placenteros.
No
encuentro, ni es necesario, un denominador común en todo el libro,
al margen del absoluto uso de la libertad como escritor en todos sus
textos, pero sí hay un tamiz por el cual circulan muchos de sus
pecios: el tiempo. El tiempo como implacable crítico de lo moderno:
“dentro de unos quince años no se percibirán diferencias entre el
cine de Pedro Almodóvar y el de Alfredo Landa...”, el tiempo como
consciencia de lo vivido: “¿de quién es esa vida que necesita
decir que –continúa– o hasta que –debe continuar– cada vez
que alguien se ha muerto?” “Si pasara ya el futuro de una vez,
empezaríamos a tener tiempo de algunas cosas”; el tiempo como
¿castigo? “¡Ay, las fechas están agazapadas en el calendario,
igual que gatos junto a la ratonera, para matar los días en el
instante mismo de salir!, ¡Qué día tan desgarradoramente azul para
el recuerdo del día más alegre!”
Estructuralmente
el libro está dividido en cuatro partes. En la primera, aparecen
todos los pecios nuevos, en las otras dos aparecen los pecios ya
recogidos en distintos ensayos anteriores, Vendrán más
años malos y nos harán más ciegos
(1994) y La hija de la guerra y la madre de la patria
(2002), reelaborando y modificando algunos de ellos, aunque, para
sorpresa del que esto escribe, a uno le parece leerlos como inéditos.
En la cuarta parte aparecen varias cartas al director del diario El
País ya publicadas.
Campo de retamas
(Random
House, 2015) no es pues un libro para leer de manera
lineal, ya que el lector tiene la necesidad de volver una y otra vez
hacia atrás, como si hubiese perdido no sé qué hilo conductor, o
palabra, o idea. Y el omnipresente lenguaje como envoltorio del cual
hace de lo natural una continua reflexión, vuelve sobre él a modo
de epílogo, dejando su tono más sentimental para concluir
confesando que no le tomemos demasiado en serio, tal como nos
anticipa en el “como a manera de prólogo”, donde nos dice:
“desconfíen siempre de un autor de pecios”.
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