Quién
me iba a decir a mí que, con la madurez tardía, iba a cambiar mi
opinión acerca de estos depredadores a los que tanto odiaba en mi
infancia y con los que mantenía duelos psicológicos más propios
del lejano oeste. De vez en cuando los hostigaba con el tirachinas,
hasta arrancarles algún miau con mis proyectiles de bolichas. Pero
esto es ya agua pasada y, ahora, sin habérmelo propuesto –la
literatura tiene mucho de exorcismo–, he tenido una reconversión y
he aparcado definitivamente mis fobias y antipatías hacia los gatos.
Primero me reconducí con el hermoso libro de Paloma
Díaz-Mas basado en sus
experiencias y relaciones con estas mascotas felinas. De manera que
Lo que aprendemos de los gatos
(Anagrama, 2014) se convirtió en mi primer texto para entender mejor
el catecismo de estos misteriosos animales. Ahora, con la lectura de
este otro libro, Elogio del gato
(Periférica, 2015), escrito por la joven parisina Stéphanie
Hochet (1975), confieso que ya
soy un converso y acólito de la liturgia de estos hermosos seres
libres, capaces de elegir a su amo antes que el amo llegue a
elegirlos.
El
gato no nos acaricia realmente, sino que se complace a sí mismo
frotándose contra las piernas de la gente, después de tantearla.
Dice Hochet, y parece
irrefutable, que los gatos desean compañía humana de calidad pero,
al mismo tiempo, al igual que los anarquistas, no tienen ni dios, ni
patria, ni amo. Cita la autora a Maupassant,
un buen amigo de ellos, para darnos pistas sobre las andanzas de este
meticuloso y endiosado animal: “circula como quiere, visita sus
dominios a capricho, puede acostarse en todas las camas, verlo todo y
oírlo todo, conocer todos los secretos, todas las costumbres o todas
las vergüenzas de la casa”. La ventaja del gato –subraya Hochet–
es haber asimilado que el uso de la fuerza bruta no es rentable. La
suavidad es un arma más eficaz si lo que se desea es el poder, y de
esto saben muchos estas mascotas. Sin duda, hay más tenacidad y más
resistencia en las soluciones flexibles, un cauce común por el que
transita el gato.
La
escritora francesa no escatima argumentos elogiosos a esta criatura a
la que sin duda ama, dándole supremacía sobre otros aminales.
Además, la asimilación del escritor con el gato es un clásico de
la literatura, y Stéphanie Hochet
da una larga lista de ellos: Maupassant,
Balzac, Poe,
Colette, Soseki,
Simenon, Burroughs
o Tennessee Williams,
entre muchos otros.
Elogio del gato
es un libro ameno y con aire académico, un ensayo que recorre la
historia de este felino tan vituperado y ensalzado por las distintas
culturas de la humanidad, estructurado en cinco capítulos centrales
entre un prefacio elocuente y shakespeareano: el gato y la obra del
inglés es uno de los espejos para mirar a la humanidad, con una
conclusión que ilustra de solemnidad la ambigüedad de este felino
tan difícil de conocer, como pensaba el poeta Rilke.
Si en el antiguo Egipto era un animal sagrado, en Occidente era
perseguido. Si en un periodo histórico simbolizaba el misterio y la
delicadeza femenina, en otros era un representante diabólico y
maléfico. Pero en este recorrido por la historia, a Hochet
lo que más le embruja del gato es su marcada feminidad y afirma que
la seducción y el aseo forman parte de su comportamiento, deseoso
que lo adopten y respeten.
Existen
pocos animales tan eléctricos y flexibles como los gatos. Ante estos
seres tan fascinantes y eternos, que parecen custodios de
bibliotecas, de espíritu libre e independiente se han rendido poetas
y escritores, aristócratas y reyes, jóvenes y ancianos de todo el
mundo. Stéphanie Hochet
ha escrito un hermoso tratado lleno de referencias literarias en
torno a la figura misteriosa de este insinuante y caprichoso animal
de compañía.
Elogio del gato
es un texto entretenido, imprescindible para amantes de los gatos, y
muy atractivo para curiosos y escépticos que quieran indagar en el
universo de estos seres voluptuosos y hedonistas, que entrañan la
pereza y la quietud más relajante a cualquier hora del día.
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