A
veces, muchos lectores tenemos la impresión de que cada día abundan
más las novelas que no son novelas y que están escritas por
novelistas que no son verdaderos novelistas con el único propósito
de atrapar a lectores que no leen. Parece que lo que hoy entendemos
por novela, más que un género autónomo, de rasgos definidos y
desarrollo bien delimitado en el tiempo, tiende a ser considerado un
batiburrillo impredecible que arrastra con todo aquello que sea
susceptible de narrar. Algo así como que la novela está concebida
para eso, porque nada tiene de género delimitado y contornos
definidos, a diferencia de la poesía o el teatro que, nada más
nombrarlos, lleva implícito en quien escucha un concepto claro e
incuestionable.
En
lo que llevamos de este siglo XXI, el asunto suscitado alrededor del
significado y del marco de creación de la novela ha provocado
reacciones bipolares entre críticos, novelistas y congresos
literarios, sin que hasta el momento nadie haya despejado la
incógnita fundamental del debate: ¿tiene límites la novela?
El
manifiesto de Hambre de realidad
(Círculo de Tiza, 2015) apareció publicado hace cinco años en
EE.UU. con mucha algarabía y controversia por parte de la crítica.
El libro de David Shields (Los
Ángeles, 1956) es un texto, clasificado por algunos como antinovela
y construido con cientos de citas, que se ocupa de manera intensa y
sucinta sobre la complicada catalogación de la novela, y se vale de
dar voz a muchos arquitectos de este género para allanar el camino
que, según el autor californiano, nos conducirá a aceptar la venida
de un nuevo género que no se enrede en distinciones entre ficción y
no ficción o entre memorias y fabulación. No le faltan razones para
cuestionar el fin y el destino futuro de la novela cuando vemos en
los escaparates de las librerías una oferta tan variopinta y
heterogénea que no da indicios de acabarse. Para Shields,
la construcción de una historia, es decir la novela, no es lo
importante, sí que lo es el mundo que representa, su aspecto. Eso
es, para él, lo que hace sentir las cosas al lector, lo que le hace
entender el presente.
La
novela, como bien sabemos y admitimos, es un artefacto que acepta sin
menoscabo las imperfecciones. Es verdad que el ser humano está
obsesionado con la realidad, como apunta el escritor norteamericano,
y que necesita revulsivos literarios que experimenten en ese afán de
reinventar lo que acontece. Pero esos laberintos de la realidad de
los que habla Shields,
a través de la corriente de citas reflexivas de su libro, no tienen
por qué concluir en plantear la muerte de la novela; y es aquí
donde, a mi juicio, encalla su interesante ensayo. La fuente de la
novela fluye de ese caudal inagotable y propenso del ser humano a
rehacer el mundo en que vive desde otras posibilidades, a revelar la
realidad, el sueño, la memoria... No es necesario llevarlo a buen
fin desde un formato implacable y estricto, sino desde la palabra que
narra y salpica lo que queda entre la emoción y el silencio, entre
la invención y el vacío. Esto parece, realmente, a todas luces
irrefutable.
Hambre de realidad
es un empeño intelectual de reavivar el sentido ambiguo de la novela
como género, una reflexión fragmentaria a través de los 618
enunciados que conforman el debate que el escritor estadounidense
propone, pero desde un posicionamiento radical, porque él aboga por
el predominio del experimento en la escritura, sobre todo, a través
de las memorias y de los ensayos. Para él, la realidad aventaja al
talento, y la cultura ofrece casi a diario datos a raudales para
cualquier novelista. E insiste, y no le falta razón, que parte de la
mejor ficción actual se escribe en forma de no ficción.
David Shields
ha escrito un libro al que merece la pena prestarle atención,
propicio para la reflexión más que para la polémica, un texto de
apasionante lectura, con muchas ideas brillantes y otras maximalistas
y contradictorias. Pero esa defensa a ultranza sobre el mestizaje de
la realidad y la ficción, la autobiografía y la crónica
fragmentaria, carente de una línea narrativa en consonancia, ese
gusto insistente del autor americano por el género híbrido no
concuerda del todo con la ficción como espejo de la vida sin más,
ese espejo que tiene a la imaginación y a la memoria como elementos
desencadenantes de una buena narración, y a la palabra como elemento
constitutivo de la razón de ser de toda novela convencional o
moderna, más allá de cualquier intento crítico de aniquilar la
novela de nuestro tiempo. [Reseña
núm. 243]
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