Dicen
algunos que el diario podría ser como la huella dactilar del
escritor. Por mucho que trate de fingir, un diario siempre dice mucho
de la realidad de su autor, tanto con la palabra escrita como con los
silencios guardados entre líneas. En todo caso, el diario de un
escritor conforma una inagotable miscelánea origen de sorpresas y,
también, una experiencia vital de autoficción de aquellos momentos
vividos de modo favorable o de aquellos otros inexplicablemente
desaprovechados.
Elvira Lindo
(Cádiz, 1962) publica esta vez un compendio de experiencia vital en
este formato que resume unos años inolvidables vividos en la Gran
Manzana, un diario escrito entre el 16 de enero y el 16 de mayo de
2015. Son los recuerdos de su último invierno neoyorquino pasados al
papel en noches de insomnio entre las ventanas del apartamento número
106 del barrio de Upper West Side, donde vivió una larga década con
su marido Antonio Muñoz Molina
en su etapa de director del Instituto Cervantes y como profesor de
Literatura en la Unversidad de Nueva York.
La
mayor parte del observatorio literario de Noches sin
dormir (Seix Barral, 2015)
se cuece en el hervidero de las calles de Nueva York, aunque también
da cuenta de algunos detalles de su vida social de pareja asistiendo
a algunas conferencias políticas, conciertos, cenas y reuniones con
amigos. Pero lo que de verdad le apasiona a esta mujer es caminar por
las avenidas y tomar el metro para desplazarse por los barrios de
esta inabarcable metrópolis. Su mirada atenta no desaprovechará las
oportunidades que le ofrece la gran ciudad para tomar fotos a tipos
extravagantes que entran y salen por las bocas del metro, que se
sientan en sus vagones o que atraviesan pasos de cebras y se dejan
caer en la esquina de un edificio.
La
sensación para el residente e incluso para el visitante es que el
presente es tan poderoso en Nueva York que el pasado parece que no
cuenta, que no tiene importancia, como si se extinguiera superado por
el trajín de los días. Estas sensaciones son todo un espectáculo de
contrastes cuando te desplazas por el paisaje urbano entre el fluir
inextinguible de sus habitantes. La ciudad es un delirio de
escenografía, de rostros y situaciones inverosímiles. Cualquier
vida neoyorquina, desde la más solitaria y retraída, hasta la más
mundana y ajetreada, se vislumbra entre las líneas de este ameno
diario. Da la impresión, por lo que cuenta, de que el neoyorquino,
además, es un tipo que habla mucho, aunque pertenezca a una “ciudad
de orgullosos solitarios”, (pág. 202).
En
Noches sin dormir
hay cabida no solo para seres anónimos y extraños, sino también
para escritores vinculados a esta inmensa y maravillosa urbe como
Henry James, Bashevis
Singer, John Cheever
o Tom Wolfe. Hay
pasajes con amigos y admirados novelistas, como Colm Tóibín
y Philip Rooth,
al igual que cantantes y poetas, como Suzzane Vega
o Nick Drake... “Me
gusta entender la vida así –confiesa la autora– cosida por un
hilo invisible que entrelaza relaciones caprichosas pero posibles, no
forzadas por las fantasías a las que tan aficionados son algunos
literatos, sino basadas en condiciones reales”, (pág. 145).
En
el libro hay una propensión a desdramatizar la dureza que de por sí
supone vivir en una gran ciudad. El vagabundo forma parte del paisaje
nocturno. Lidiar con la soledad y el desarraigo de tantos seres
atrapados en las costuras marginales de los barrios es el verbo más
común que se conjuga en esta ciudad tan efervescente y llena de
contradicciones. Nueva York es de las ciudades del mundo mejor dotada
para escribir sobre su ambiente, sobre sus barrios y edificios; su
hechizo es imponente para cualquier visitante, sin distinción de
edad. El celuloide de nuestra memoria nos la hace tan conocida que
forman parte de nuestro archivo vivo de espectador: Brooklyn, Times
Square, Manhattan, los muelles del Hudson, la Quinta Avenida, el
Empire State Building... Cuando pisamos por primera vez sus avenidas,
se activa toda esa memoria cinematográfica que hace que esos lugares
nos resulten inconfundiblemente familiares.
Noches sin dormir
es un testimonio literario fluído, narrado con una prosa sencilla,
en el que su autora comparte vivencias y experiencias íntimas
plasmadas en la verdad de sus fotos. Con esta epifanía americana
disfrutarán sus lectores incondicionales, lo celebrarán con la
misma inmediatez acostumbrada; para el resto, pensando en el lector
curioso, más propenso a rendirse al hechizo de la gran ciudad de
Nueva York, no lamentará haberlo leído.
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