Soy
un lector omnívoro, sin prejuicios ante la lectura tomada entre las
manos, porque lo que más me entusiasma de verdad, por encima del
género, son los escritores lúcidos, los que sienten que de algún
modo la obra se construye y desarrolla sobre la nada, que un texto
para tener validez debe abrir nuevos caminos, debe tratar de decir lo
que aún no se ha dicho. Autores que necesitan inventar un universo
imaginario donde refugiarse de la aspereza de la vida real. Esos que
conciben a la literatura como una enfermedad crónica, un mal del que
necesitan escribir siempre, un cauce para saber de sí mismos,
utilizando el libro como una máscara, como un disfraz que les
permita ser desde la aparente incertidumbre que otorga la ficción.
Enrique Vila-Matas
(Barcelona, 1948) encaja, como pocos, en ese canon, al ser un autor
convencido de que un libro nace de una insatisfacción, de un vacío,
cuyos contornos van revelándose en el transcurso de la creación
hasta perfilarlos definitivamente al final de la misma. Escribirlo,
seguramente, es llenar ese vacío. Si hay algo notorio y distintivo en la escritura de Vila-Matas
es que no hay ninguna novela suya encasillada en lo convencional.
Todos sus libros son enigmáticos: Historia abreviada de
la literatura portátil
(1985) es una mezcla de ensayo y ficción radical; Suicidios
ejemplares (1991) y Lejos
de Veracruz (1995)
indagaciones de vida y muerte desde la metáfora de la desesperación;
y Barleby y compañía
(2000), El mal de Montano
(2002) y Doctor Pasavento
(2005), son tres obras que marcan un camino literario de abismo y
vértigo al mismo tiempo. Y así sucesivamente. No hay propuesta
creativa suya que no revele ese motor inagotable de ideas que
conforma su universo literario y su manera personal de plasmarlo.
En
Kassel no invita a la lógica
(2014), el escritor barcelonés hablaba de grandes esperanzas en
torno a la vida y al arte. Ahora irrumpe con una novela breve para
seguir rindiendo culto a la creación plástica y literaria. Con
Marienbad eléctrico
(Seix Barral, 2016), Vila-Matas
se asocia en esa línea a la experiencia artística, compartiendo
pasajes y reflexiones con la francesa Dominique
González-Foerster, una figura
relevante internacionalmente en el arte contemporáneo.
A
partir del año 2007, ambos concertaron encuentros por distintos
lugares, mayormente en el Café
Bonaparte de París,
para debatir y dialogar sobre la “república del arte” (pág.12),
e intercambiar impresiones en un ambiente en el que el arte se
perciba “más intenso como experiencia que como imagen” (pág.
106). No hay novela de Vila-Matas
en la que la cita de otros autores no esté presente. En esta hay
resonancias y apariciones de toda índole, desde la del joven Rimbaud
a la del pesimista Cioran,
guiños para Gombrowicz,
evocaciones sobre su admirado Robert Walser,
como la que hace cuando enfatiza la mirada que pone Dominique
en la creación artística, con estas palabras del suizo: “no hace
falta ver nada extraordinario, pues ya es mucho lo que se ve”,
(pág. 59). Y muchas otras presencias más, como las de Perec,
Ribeyro, Sebald
o Borges. No le
importa confesar que su originalidad de escritor se fundamenta en “la
asimilación de otras voces”, (pág. 73).
En
las páginas siguientes, el propio autor desvelará de dónde sale y
por qué el título de esta obra. La Marienbad checa, lugar de
grandes balnearios acristalados, aparece en la imaginación del
escritor totalmente electrificada, una reinvención de la película
de Alain Resnais El
año pasado en Marienband.
Marienbad eléctrico
es un texto a modo de diario en el que el lenguaje visual se funde
con la ficción literaria, una prueba más para demostrar que a la
narrativa vilamatiana es difícil encorsetarla en los parámetros
clásicos de la novela. En estas conversaciones entre Dominique
y el autor hay, además, resquicios para que el lector intervenga e
indague a su manera sobre las múltiples bifurcaciones del libro.
Vila-Matas
explora y ofrece unas teorías, como ya hizo en su anterior libro de
Kassel, sobre las interrelaciones de la literatura con esa envoltura
propia del arte moderno, capaz de convertirla en una especie de
performance,
un territorio poroso para la libertad narrativa y la controversia
artística.
Ningún
artista soporta la realidad, y menos Vila-Matas.
Los lectores fieles a este singular y extraordinario escritor tenemos una oportunidad más de comprobar cómo la imaginación y la
inventiva de un autor nos empujan a creer, como auto de fe, en su
obra literaria. La buena ficción nos concita a una pregunta
retórica: ¿Y si esto pasara? Lo mismo que la mejor no-ficción,
como es el caso de esta novela, tal vez ofrezca otra posibilidad más
compleja y ambigua: puede que esto haya pasado así, o no. La vida
artística es un experimento y una creencia.
Vila-Matas
tiene esa habilidad literaria de complicar la vida del lector. Su
literatura nos remite a algo diferente. Nada surge porque sí, sino
que también trasciende y anuncia, como decía Ribeyro,
que no es necesario ir a buscar aventuras: la vida, nuestra vida, es
la única, la más grande aventura.
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