La
trayectoria del poeta, dice Antonio Colinas,
va del sentir al pensar, de la emoción a la reflexión. El poema
ideal, añade, sería aquel en el cual el poeta siente y piensa en
igual medida. En ese camino literario trazado por el escritor leonés
habría que advertir al lector de a pie de que hace falta trabajar
mucho antes de conseguir que un poema exprese completamente lo que
uno siente para llegar a calar en los demás.
A
Karmelo C. Iribarren
(San Sebastián, 1959) seguramente el ejercicio compositivo de sus
poemas tiene mucha consonancia con lo referido por Colinas,
pero para ser más exacto, en lo que de verdad repara el poeta
donostiarra para escribir sus epifanías poéticas no es más que en
aquello que signifique vivir en soledad con las palabras, ya sea en
un bar tomando café, o paseando por las calles de su ciudad.
De
estos paseos, esperas, sorbos de café, días lluviosos y noches de
vigilia llega cargado su nuevo poemario. Haciendo planes
(Renacimiento, 2016) es un título irónico en el que recoge
cincuenta y ocho poemas breves que reflejan la desnudez de su mundo,
una especie de minimalismo íntimo donde caben las preguntas, los
recuerdos, las derrotas y los instantes melancólicos de la vida
misma. Desde su primera publicación con Bares y noches
(1993), hasta La piel de la vida
(2013), Iribarren no
ha dejado de proyectar esa fidelidad tan característica de su poesía
sobre lo cotidiano, un territorio nada escurridizo para él en el que
su voz encuentra el detalle y las perplejidades suficientes para
contarnos con brevedad, sencillez y concisión las pequeñeces
universales de esto que solemos llamar vida cotidiana de las personas
corrientes.
En
este libro, lo mismo encuentra el lector un poema por el módico
precio de un café, como también la presencia de un insignificante
gorrión que pueda dar origen al momento más importante del día. En
otro de sus poemas cuenta el poeta que las hojas muertas son capaces
de dar motivos suficientes para la esperanza, a pesar del mundo
desquiciado en que vivimos. Mirar mucho rato la lluvia, subraya el
poeta, sería peligroso si al final apareciera esa mujer que te dejó
por otro. En este otro, que lleva por título El
milagro de la vida, un
desconocido, de forma inesperada, se cruza ante
tu vista con buenos planes de futuro: tiene una vida, tiene alguien a
quien amar y es correspondido. En La
vida tiene que ser otra cosa,
el poso de melancolía inunda el poema. La
soledad es
un poema hermoso,
triste y conmovedor de seis versos intensos de dos y tres sílabas...
Al
leer y releer los poemas de Iribarren
uno experimenta una cierta sequedad amarga y melancólica, como si la
derrota lo machacara todo, como si cualquier suceso, por
insignificante que fuera, tuviera consecuencias sobre nuestra frágil
existencia, cuando en realidad el poeta lo que trata de decirnos es
que todo sucede siguiendo una pauta misteriosa, sencilla y cruel que,
aunque nos cueste aceptarlo, no hay forma de esquivar, y aunque nos
aferremos a sus designios, vivir conlleva complicarse la vida,
implica seguir adelante sin más, y eso es una desgaste común a
todos, un recorrido en el que nos vamos dejando siempre algo de
nuestras ilusiones.
De
nada sirve hacer crítica de poesía sin tener en cuenta además el
análisis de las palabras. Como eso solo está al alcance de los
poetas en activo, y uno no lo es, no queda otra que ponerse a ras del
suelo, sin más pretensiones que dar cuenta de las propias
sensaciones recibidas de este libro hermoso, íntimo e iluminador que
nos interpela en cada verso, a veces con ironía y otras con ciertas
dosis de asombro, sobre lo que acontece a diario por las calles bajo
el sol, bajo la lluvia, y por el deambular de los seres que cruzan
sus aceras revolviéndose desde el interior de los poemas.
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