Si
hay un género literario que, desde niño, despertó en mí el
entusiasmo por la lectura, y sigue haciéndolo todavía, es sin duda
el cuento. El relato corto tiene, o así lo interpreto yo, una gran
función en nuestras vidas ya que es un eficaz bálsamo para
atemperar los contratiempos que el vivir diario nos reserva. Un
cuento es un acontecimiento dramático que implica a una persona que
comparte con nosotros, los lectores, lo común de su condición
humana en una situación especial e, incluso, anómala tanto en su
atmósfera, en su trama, en el lenguaje, como en la complejidad de su
resolución.
Secundarios de lujo
(Erein,
2006) de Juan Velázquez
(San Sebastián, 1964) ha sido un hallazgo tardío que el destino me
reservó felizmente hace unos días. Estos relatos, de cuya
publicación se cumple ahora diez años, tal vez pasaran
inexplicablemente casi de puntillas por los escaparates de las
librerías. Dar visibilidad a esta opera
prima es hacer justicia
a un buen trabajo narrativo, una estupenda colección de cuentos
donde la fragilidad del vivir, el clamor de los personajes que
transitan por sus páginas, sus reproches y despechos y los destinos
solitarios e incómodos de todos ellos conforman un fresco social
concebido para mostrar de forma lúcida sus vidas truncadas.
En
esa épica de lo cotidiano, chocan parejas desavenidas, claman padres
e hijos distanciados, viejas amistades arrastran trifulcas
pendientes, y niños y adolescentes lastran sus represiones.
Dieciocho relatos sombríos que retratan a gente corriente, vidas
convencionales de existencia sin brillo pero que, a su vez, muestran
sus pequeños esplendores ocultos entre la mediocridad de sus
azoradas vidas:
En
el relato El peluche de
Adela, un trauma
familiar alcanzará un clímax inevitable y liberador que estallará
en presencia de todos sus miembros.
En
El último trayecto,
el conflicto político del momento brota, salpicado de sangre y dolor
en el seno de una familia donde el padre quiere sentirse de los
suyos, del país que le niega un feliz retiro al estar marcado y
señalado con el dedo por sus asesinos.
Pobres
diablos es una historia
cargada por la sombra del pasado: dos amigos se reencuentran al cabo
del tiempo y acaban fundidos en una melancólica incomprensión que
traspasa al lector.
Un
cuento de Navidad y
Buenos propósitos
son otros dos buenos relatos. Ambos crueles, desconcertantes y
perturbadores, cada cual con un clamor desigual y un final memorable.
Los
tres últimos relatos de la colección conforman otro punto y aparte.
El protagonista de estas historias, de serie negra, es un matón sin
escrúpulos, que se encarga de trabajos sucios que otros no quieren
ejecutar y que precisa de estómago recio y cara de pocos amigos para
saldar cuentas pendientes con toda la violencia que fuera menester.
Secundarios de lujo
está impregnado de ese realismo sucio que envuelve a muchas
ciudades, un escenario propicio para viajeros solitarios, paseantes
nocturnos desubicados, gente taciturna y perdida que acude al bar de
su barrio, parejas rotas... Todos ellos guardan algún secreto tras
esa incomunicación aparente, algún miedo e incomprensión. Todos
esperan su momento para desvelarlo. En el momento de hacerlo, el
acontecer de sus vidas empezará a ir mal y terminará igual de mal,
o peor aún. A sus personajes la realidad comienza a resultarles
quebradiza, cada vez más negra, más de lo que están acostumbrados
a ver, hasta culminar con la épica que encierra toda historia bien
contada.
Juan Velázquez
se maneja con solvencia en este formato narrativo tan exigente. La frase
corta, sin apenas recurrir al adjetivo, es una característica de su
prosa, a la que hay que añadir el diálogo sobrio y vivo de sus
protagonistas. No hay ningún relato en el que el diálogo no esté
presente. Mostrar a los personajes actuando, hablando entre ellos, es
el mejor proceder para poner al lector a escuchar sus voces, y este
recurso es, sin duda, uno de sus puntos fuertes, un mecanismo que
domina y aprovecha con maestría para modificar el curso de los
acontecimientos en cada historia.
Las
buenas historias viven en lo sencillo que nos rodea, pero
curiosamente lo hacen fuera de la lógica. Hacer brotar una buena
historia de asuntos corrientes tiene su miga, porque el lector
curioso querrá encontrar en ellas algo sorprendente para exponerse
un tiempo a ese juego de seguir lo que el narrador propone cuando
comienza su historia. Y esta tiene que estar muy bien contada para
que nos atrape. Ha de resolver un misterio con su dosis de aventura.
Los lectores, ya se sabe, amamos la épica, y en estos cuentos se
nota su latido.
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