La
rapidez es un requisito indispensable para que las cosas sucedan al
momento. En estos tiempos la paciencia parece ser que ha pasado a la historia. Podemos soportar muchos tropiezos, errores, contradicciones, pero en ningún caso estamos dispuestos a esperar. La velocidad forma parte de
nuestro modo de ocupar la realidad en esta era, y la literatura no se
salva tampoco de esta coyuntura repentina.
Mantener
una postura clásica ante la vida y expresarla en una obra literaria
es tarea difícil en el mundo de las prisas que nos ha tocado vivir.
Hoy importa mucho dar a una obra la impronta de la novedad por encima
de su perfección y reposo. Prima lo frívolo y ligero más allá de
la profundidad y el sosiego. Interesa más la cantidad y la sorpresa
que la calidad. ¡En cuántas páginas de un libro nos perdemos sin
encontrarle un sentido a lo que nos están diciendo! Y no es que
seamos tan distraídos que no lo veamos, es mucho más sencillo: nos
encontramos ante la fugacidad de una época en la que todo debe
transcurrir en el menor plazo posible; nos hallamos ante el rey
desnudo del cuento.
Todo
esto viene a cuento después de haber leído el libro Pasión
y paisaje. Poesía reunida (1974-2016)
de Jacobo Cortines
(Lebrija, 1946) editado por la Fundación José Manuel Lara en su
colección Vandalia.
Y es que su autor nos llega con toda una tradición poética debajo
del brazo, desde Horacio
a Petrarca, pasando
por Fray Luis,
Bécquer, Leopardi,
Juan Ramón y Antonio
Machado, hasta compartir muchos
aspectos de sus poemas con sus contemporáneos Brines
y Corredor-Matheos.
Pasión y paisaje
es un libro que recopila toda la trayectoria poética de su autor:
seis libros de poemas, con textos tan capitales como Carta
de junio y otros poemas,
Consolaciones
y Nombre entre nombres,
más la inclusión de un poemario inédito bajo el título de Días
y trabajos.
En este estupendo volumen, el lector se va a encontrar al principio
con un prólogo ilustrativo y minucioso sobre la tendencia y
trayectoria de su poesía, y al final con una sorprendente adenda que
recoge las huellas de la creación de sus versos, un dietario en el
que el autor nos va dejando unas anotaciones útiles para tener una
idea de cómo y de dónde se gestaron algunos de sus poemas y de los
retoques que experimentaron muchos de ellos antes de llegar a nuestras
manos. Esta adenda, además, está escrita con una prosa pulcra y
medida, a la que ya nos tenía acostumbrados con aquel libro de
memorias Este sol de la infancia (1946-1956)
que publicara Pre-Textos en 2002.
Los
temas abordados por Jacobo
Cortines
en sus poemas son variados: recuerdos, paisajes, amores, el hogar, el
hombre, la muerte, el paso del tiempo... Pero para el poeta andaluz
no hay nada más importante en su poesía como la presencia concreta
de lo absoluto a través de la proximidad del paisaje como realidad,
una dualidad que encarna al sujeto y a la trascendencia de la
naturaleza en ese sentido de pertenencia del mundo que le rodea,
hasta convertirse en lenguaje y símbolo de la expresión poética y
de la vida. A esto se añade también algún que otro poema
estremecedor, como el titulado Europa,
en el que vemos a una joven bosnia colgada de un árbol, símbolo del
fracaso de toda una civilización ante la barbarie que origina la
guerra y el odio étnico. También es destacable y conmovedor el
poema Carta de
junio,
una larga epístola consoladora dirigida a su padre. En los poemas de
su Vita beata
llama la atención la forma de enfocar la vida retirada en la que el
sujeto biográfico y vital se aúnan para expresar su propia
subjetividad a través del paisaje, como el que abre la serie, con el
mismo título: “El sueño de un jardín/ sin árbol de la ciencia/
sin normas ni serpientes,/ sin crueles expulsiones”.
Leer
a Jacobo Cortines
es, como se ha venido diciendo, leer a un clásico en textos de una belleza y de una coherencia admirables, que nada tiene que ver con leer algo que ya
pasó de moda, que se detiene en el pasado histórico y que pesa en las manos,
sino muy al contrario, como leer a un autor que sobrevuela todo el
saber de una tradición, que escribe con la serenidad y con la maestría de
los clásicos y con su paciencia, pero que trata de asuntos que nos
atañen y que nos ayudan a vislumbrar un camino para encajar mejor
los conflictos y los sentimientos que apuran nuestra existencia, una
aspiración de toda la sabiduría que llamamos clásica.
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