Los
buenos libros funcionan siempre, nos dice Iñaki Uriarte
en sus Diarios.
“Lo que sucede –añade–, es que los buenos libros tratan
siempre de lo mismo, de unas pocas cosas que no sólo son las más
importantes, sino que son las cosas que nos pasan todos los días”.
La enfermedad, el hastío, el amor, la violencia o la soledad son
algunos de los más nombrados.
La
soledad, en concreto, tiene la particularidad literaria de
predisponer al lector con cierta generosidad ante el infortunio que
padece el personaje de la novela que lleva entre manos. El lector
sabe por experiencia que, además, ésta puede llegar a convertirse
en una catástrofe, por mucho que uno esté acostumbrado a
sobrellevarla. Porque la soledad no es aquello que sucede cuando uno
está solo, sino aquello que se siente cuando, en verdad, no puedes
estar ya más tiempo contigo mismo.
El
libro que traemos hoy a esta bitácora de lecturas es una hermosa
cita literaria en la que podemos apreciar las costuras invisibles que
anudan la soledad en la vida de las personas. Nosotros
en la noche (Random House,
21016) es una conmovedora historia sobre dos seres que habitan en
distintos techos, sobrellevando una vida discreta y apartada, en un
pequeño pueblo donde todos se conocen. La soledad de ambos es tan
exigente como frágil y maltrecha, hasta que uno de ellos emprende la
aventura de conquistar la compañía del otro.
Nosotros en la
noche arranca con la visita
a la caída de la tarde que hace Addie
Moore a su vecino Louis
Waters,
al que conoce de toda
la vida y que vive en la calle de enfrente. Ambos son viudos y rondan
los setenta años. Addie
le hace una insólita propuesta: comenzar a dormir juntos, sin sexo,
sólo para charlar en la oscuridad y proveerse del consuelo de la
compañía del otro e intentar conseguir un descanso más
confortable, cogidos de la mano. Ambos conocen poco de sus vidas
privadas, pero la determinación sincera de ella propiciará que sus
corazones se junten y compartan un trozo de cada jornada. Noche tras
noche, el lector descubrirá la evolución de sus encuentros, al
principio embarazosos, después íntimos y comprometidos, hasta
despertar la curiosidad y posterior interés de sus vecinos y, por
contra, la incomprensión de sus familiares ante una relación que
tachan de impropia.
El
escritor norteamericano Kent Haruf
(Pueblo, Colorado, 1943 – Salida, Colorado, 2014), autor de cinco
novelas, dejó para el final de su carrera literaria está
conmovedora historia que no le dio tiempo a ver publicada. Esta obra
póstuma tan concisa, sencilla y hermosa deja un poso duradero al
lector ávido de buenas historias, ese lector que sabe que la modesta
tarea del escritor, como diría Elias Canetti,
quizá sea, a fin de cuentas, la más importante: la transmisión de
lo leído. En eso Haruf
es un maestro. Su estilo sencillo y ágil produce un nexo narrativo
envolvente, con unos diálogos audaces y verosímiles que, aunque el
autor prescinde de puntuar a los ojos del lector, no supone un
obstáculo, ni va en detrimento de su lectura. Al final, este recurso
de obviar el guion en los diálogos, ofrece otro matiz singular de su
autor para agudizar la tensión del propio acto de leer.
Nosotros en la
noche es una novela sobria,
de mucha contención. Esta versión española, bajo la cuidada
traducción de Cruz Rodríguez Juiz,
pone por primera vez a nuestro alcance a un escritor desconocido en
nuestro país, con una obra en la que su autor solo ha necesitado
poco más de ciento veinte páginas para montar una historia
verosímil y nada complaciente, repleta de emociones. Haruf
muestra su maestría literaria con un inicio sorprendente y un final
tan revelador como emotivo, hasta el punto de dejar al lector más
sensible apesadumbrado o, al menos, con un sabor agridulce.
Quizás
la felicidad sea menos previsible que la desgracia. Nunca la
felicidad es segura, y mucho menos infinita. Pero, desde luego, puede
ser real y, en este cautivador relato, podemos comprobar sus efectos
y hasta compartir con sus personajes sus momentos más entrañables.
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