El
escritor de suspense puede mejorar su suerte y la reputación de este
género, escribe Patricia Highsmith,
autora de referencia de la novela negra, utilizando en sus libros las
cualidades que siempre han hecho que la novelas sean buenas:
intuición, carácter, y apertura de nuevos horizontes para la
imaginación del lector.
Canción dulce
(Cabaret Voltaire, 2017), galardonada con el Premio
Goncourt de 2016, reúne
esas características señaladas por la maestra norteamericana del
género, un thriller psicológico muy bien construido donde lo aciago
lo pervertirá todo en tragedia. Su autora, la escritora y periodista
Leila Slimani (Rabat,
1981) aborda en este estupendo libro de suspense los entresijos de un
hogar habitado por una pareja de jóvenes casados y con dos hijos: un
bebe y una niña pequeña, que buscan denodadamente una niñera para
el cuidado de sus pequeños y, así, poder dedicarse sin límite al
trabajo que ambos profesan. Paul es agente y productor musical y
Myriam, de origen marroquí, ejerce de ayudante de un prestigioso
bufete de abogados. Después de algunas entrevistas, habiendo
descartado de común acuerdo cualquier prototipo de niñera de origen
africano o magrebí, la pareja decide contratar los servicios de
Louise, una candidata de tez blanca, de apenas cuarenta años y
aspecto juvenil, cuya aparición milagrosa les encandila totalmente a
los dos. El destino parece que les ha complacido y los niños lo
celebran igualmente.
Desde
el primer momento Mila simpatiza con la niñera y el pequeño Adam
parece aceptar con regocijo la presencia de la intrusa que sus padres
han traído a casa. Louise, por su parte, no solo se dedica a los
cuidados precisos de los niños, sino que atiende con diligencia y
primor los menesteres propios de la casa, como la comida y la
limpieza del hogar. Saca tiempo para arreglar los desperfectos
domésticos e, incluso, se atreve a trastocar el orden establecido de
las cosas para extrañeza y júbilo del matrimonio, sin echar cuenta
del horario ni del dinero pactado. Poco a poco, la narradora irá
desvelando secretos íntimos de la niñera. Nadie sospecha a qué
obedece esa pena oculta que guarda dentro de sí, esa insatisfacción
que la inunda. Louise recela de su entorno. Enviudó hace tiempo y su
hija de veinte años anda perdida y alejada de su vida. En el
apartamento donde vive, el desorden es un hecho aceptado y la
desolación su misma consecuencia. El lector está preparado para
todo lo que puede venir porque ya conoce desde el inicio de la novela
el crimen perpetrado. Slimani
juega con la intriga y la administra eficazmente para que se vaya
conociendo mejor la mente criminal que encierra el alma de su
personaje y, consecuentemente, Louise ya no pondrá reparos en dar
rienda suelta a su lado oscuro, hasta precipitar su delirio al
abismo de la fatalidad que se le aproxima.
Esta
es una novela que atrapa y se lee casi sin aliento, un relato
implacable que sobrecoge. Contrariamente a lo que estamos
acostumbrados como lectores en el desarrollo de una novela negra,
aquí no hay investigación que se lleve a cabo, porque el crimen
está servido desde el principio. A partir de esa terrible
presentación, la autora hábilmente utiliza como vuelta al pasado el
recurso del flashback
para
desarrollar la trama narrativa establecida.
Canción dulce,
por otra parte, es un relato poderoso y ameno, bajo una traducción primorosa a cargo de Malika Embarek, escrito con una prosa
seca, desnuda y precisa en el que se describe también, con sutileza,
el lado equivocado del funcionamiento sociológico de cualquier
matrimonio moderno y pequeño burgués cuyos miembros andan enredados
y sujetos a la dependencia y subordinación de sus carreras
profesionales. En medio de un escenario parisino y de aparente
normalidad, tan propio de los tiempos que corren, la novela analiza
las contradicciones y prejuicios de la sociedad actual a través de
una historia pavorosa protagonizada por una niñera atormentada y
asesina.
Leila
Slimani
firma un brillante relato de intriga que da oxígeno a un subgénero
literario tan prolífico en la actualidad y, a su vez, tan denostado
y cuestionado por la crítica y un sector importante del público
entusiasta de la novela negra, debido a la reiteración argumentativa
y a la dudosa calidad artística de muchas de sus propuestas, lo que
viene a confirmar que, cuando la calidad literaria se impone, no hay
razón alguna para desconfiar del género, algo que siempre agradece
el lector exigente, tan contrario a que le den gato por liebre.
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