Han
transcurrido más de treinta años en el significado de esta frase
para la protagonista de la historia del libro que traemos a esta
bitácora. La luz no es la misma porque, precisamente, el tiempo se
ocupa de incidir en ella a cada instante. La vida de las personas,
como la que se cuenta aquí, es un fiel reflejo de sus
particularidades luminosas y de sus sombras. Incluso puede llegar a
ser la consecuencia inevitable de toda una existencia puesta en un
objetivo, en un destino, en un deseo irrefrenable. Esta es una
historia que tiene como escenario San Petersburgo, la ciudad fundada
por Pedro el Grande que la convirtió en la ventana de Rusia hacia el
mundo occidental, una metrópolis que no tardó en liderar tanto las
artes escénicas como en atraer la atención mundial por su intensa
vida cultural. Fruto de esta ebullición imparable, se fundó una
academia de baile que alcanzaría fama universal bajo el nombre de
Ballet Mariinski.
Precisamente
desde la ciudad del Neva, la narradora de esta historia de amor y de
pasión por la danza rememora su vida y andanzas, ahora que ya cuenta
con cincuenta años, desde que entró en la prestigiosa Academia
Vagánova hasta que
alcanzó su esplendor como primera bailarina del Teatro
Mariinski.
Patricia Almarcegui
(Zaragoza, 1969), ensayista, profesora de literatura comparada,
filóloga y viajera impenitente, algo que le viene de lejos y que
tiene mucho que ver con su dedicación profesional al ballet, desde
que, con apenas dieciocho años, se trasladó a Roma para formar
parte del elenco de artistas del Balletto
di Roma durante tres
temporadas, es la autora de esta intensa y absorbente historia de
amor, sacrificio y dolor de la protagonista de La
memoria del cuerpo
(Fórcola, 2017), una bailarina de la que tan solo conocemos que se
llama P.A., las mismas iniciales suyas.
Almarcegui
desarrolla los hilos del tiempo en un relato que, en gran medida,
alberga parte de su biografía. Podría atreverme a afirmar que en la
novela de la escritora aragonesa hay una solapada intención de
recobrarse a sí misma, como si se tratara de una Penélope atareada
en deshacer e hilvanar el tejido de su propia historia sobre su gran
pasión por la música y el ballet.
En
la obra de un escritor, cualquier cuestión que implica experiencia y
vida ajetreada es crucial, además de ser una fuente estimulante de
inspiración. Estamos habitados y ocupados por nuestra propia
historia viene a decirnos la narradora de estas memorias noveladas. A
lo largo de las cuatro partes que conforman su estructura se va
mostrando al lector la relación con ese mundo artístico que va
exhibiendo el alma de su protagonista: sus anhelos, sus tropiezos
amorosos, su afán de superación, sus éxitos profesionales, su
extrañamiento y su soledad. Ese universo que percibe como artista,
como cuerpo que siente el paso del tiempo y que se resiste a su
degradación, sigue en pie y en alerta, vivo en su espíritu, en un
flujo continuo de ponderar la trayectoria de una carrera artística
que se ve limitada debido al desgaste del cuerpo, algo tremendo e
insoportable para el artista de la danza: no sentirse ya en los
comienzos prometedores, ni en la cima, sólo consolándose en
recuerdos vívidos pero, al fin, pretéritos.
La memoria del
cuerpo es una narración
amena y emotiva, de título hermoso y metafórico, escrita en primera
persona, con una voz narrativa potente y llena de evocaciones
musicales y literarias. Estamos ante una obra que irradia pasión y
vida, que destila emociones y que insiste en la hermosura de esa
lucha y entrega persistentes, solo al alcance de unos pocos, por
lograr sus sueños.
El
espíritu de superación y los miedos escénicos se funden en un
relato verosímil unido a la vida cultural intensa de una ciudad
diseñada para ello como San Petersburgo, provocando en el lector una
empatía natural con la narradora que hace que éste se sienta su
confidente y, además, observador de los pasajes de su vida, de sus
vínculos, de sus obsesiones y debilidades y de sus metas y fracasos.
Patricia Almarcegui
firma un testimonio narrativo en el que está presente la cruda
alegoría de la condición humana y sus azares, su memoria y sus
huellas, un relato que cuenta una historia ajena de ambición y
sacrificio que, inevitablemente, merodea por la suya propia.
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