La
escritura es una trampa mortal para el escritor. Todos los escritores
que de verdad lo son, y viven como tales, saben que escribir es un
oficio, que para llevarlo a cabo, han de hacerlo con la vida en
contra. El confort es, por lo general, ajeno a su trajín cotidiano.
Andan solos, con escasez de medios, con la economía ajustada, con
las inseguridades propias y, a veces, imprevistas más azarosas,
privándose de hacer cualquier otra labor más tentadora o
placentera. Y, para colmo, sin tener ninguna garantía de que su
tarea llegue a buen puerto. El escritor ni siquiera sabe con certeza
si lo que lleva entre manos merece la pena publicarse. La literatura
se lo exige todo, le obliga y le aprieta tiránicamente. Este es el
precio y las condiciones que hay que aceptar: cuánta vida propia hay
que entregar a la literatura y
cuánta no. Por lo general, es sabido y notorio, que, a este
respecto, el escritor es un rehén que sobrelleva con dificultad su
aparente e ilimitada libertad.
A
Aurora Bernárdez
(Buenos Aires, 1920 – París, 2014) no le supuso sacrificio alguno
entregarse en cuerpo y alma a lo que más amaba, la literatura y
Julio Cortázar, y
poco le importó ser rehén de las circunstancias y limitaciones que
suponían vivir al lado de un escritor tan afamado. Brillante
traductora, mujer inteligente y culta, nada de ello le impidió
llevar a cabo su intensa labor literaria, en muchos casos,
colaborando, incluso, con su esposo en importantes proyectos de
traducción al castellano de grandes autores. Junto al autor de Casa
Tomada vivió en París
aquellos años gloriosos y efervescentes de la vida cultural de la
ciudad, entre los años sesenta y setenta del pasado siglo. Inmersa
en la literatura, la música y el arte, la compañía del gran
cronopio fue, a la postre, tan necesaria como determinante en su
vida. Vivió junto a Cortázar gran
parte de sus mejores y provechosos años volcada de lleno a las
letras y a traducir entre otros a su admirado William
Faulkner. Optó vivir a la
sombra de su marido, de cuyo legado se hizo cargo a su muerte. Quizá
no le resultara fácil llevar a cabo ese papel discreto, pero lo
gestionó con orgullo, empeño y destreza, tal vez sintiéndose
privilegiada de ser la primera lectora del genial escritor que vivía
bajo su mismo techo, un rol fructífero que asumió plenamente y con
entusiasmo prolongado, incluso después de su separación
matrimonial.
Aun
así, Aurora
escribiría en secreto y en el anonimato de sus horas más íntimas.
Una parte de esos textos escritos, que la traductora fue recopilando
a lo largo del tiempo, acaban de salir publicados en Alfaguara hace
apenas unos meses. El libro de Aurora
(2017) es una feliz idea que se les ocurrió al compositor musical y
cineasta francés Philippe Fénelon
y a la editora argentina Julia Saltzmann
felizmente interesados en que el lector cortazariano conozca también
las mimbres literarias de la mujer que más influencia tuvo en la
vida del autor de Rayuela
y, de paso, descubra notas personales sobre libros, viajes y críticas
referidos al universo particular y literario de Cortázar,
desvelados
por quien mejor lo conocía, como persona y como autor.
El libro de Aurora
contiene poesía, fragmentos de diarios suyos, relatos y apuntes de
cuadernos de literatura y viajes que ella fue conservando durante
muchos años. Fénelon
presenta este conjunto de escritos de Bernárdez
haciendo su semblanza, destacando su inteligencia y cultura, pero
especialmente su capacidad lectora, una tarea precoz y constante en
su vida. Le confesaba estar hecha de papel. La conoció en París en
la década de los años ochenta y con ella forjó una amistad
inquebrantable. Compartió junto a otros amigos vacaciones estivales
y periodos apacibles de invierno en la casa que esta tenía en
Mallorca. La finalidad de este libro no es otra, según se lee en el
prólogo, que “escuchar la voz más personal de Aurora”, a pesar
de que ella nunca pretendió publicar sus escritos. En la última
parte del volumen, Fénelon
incluye una jugosa y extensa entrevista con Aurora
filmada en París en 2005, y que, posteriormente, se convertiría en
un documental bajo el título de La
vuelta al día, un texto
intimista que, entre otras cosas, desvela el trabajo entusiasta y
corrector que la escritora llevó con mucho celo sobre los borradores
que su marido le entregaba a diario.
Estamos
ante un libro testimonio que nos acerca a una escritora secreta que
vivió más para adentro sus inquietudes literarias que para afuera,
que se desentendió, por tanto, de exponerse al público. No estar
del todo presente fue siempre una característica suya, y lo expresa
muy bien con sus propias palabras: “No estar del todo no quiere
decir lo que parece querer decir, o sea, desentenderse, no, no. Es
reconocer que hay eso y hay otra cosa siempre”.
Aunque
resulta una publicación algo alambicada en su concepción, los
textos reunidos poseen un valor histórico-literario encomiable, por
lo que se atisba sobre la mujer de letras culta, inteligente y
discreta, de mundo interior rico, que fue, además de excelente
traductora de Flaubert,
Camus, Calvino
o Salinger, entre
otros muchos, una escritora fronteriza entre la realidad y la imaginación, que apostó por el amor y la literatura en la misma
proporción.
El libro de Aurora
es una edición póstuma que engrandece la figura y singularidad de
su autora y que muestra sus dotes literarias ocultas hasta ahora,
arrojando más luz y justicia poética a su vida y a su obra.
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