Uno, como lector, nunca regala su atención a un libro de forma
gratuita. Lo hace cargado de esperanzas, con la idea de recolectar su
fruto. Asumir ese riesgo es la aventura a la que se está siempre
dispuesto a correr cada vez que decidimos leer un libro, confiados en
una recompensa final. Cuando el resultado esperado se confirma,
entonces el regocijo no es disimulable. Es lo que me acaba de ocurrir
con la lectura de este libro, y no reparo en declarar mi gratitud
hacia su autor, que hizo posible que así sucediera.
La
seducción es un arte, qué duda cabe. Lo sabemos los que
acostumbramos a tener siempre un libro entre las manos, los que
frecuentamos bibliotecas y librerías y nos dejamos persuadir por
esos mundos que otros nos descubren. Alberto Manguel
(Buenos Aires, 1948), lector, ensayista, antólogo, novelista,
traductor y, desde hace dos años, director de la Biblioteca Nacional
de Buenos Aires, se caracteriza por eso precisamente, por esa enorme
calidez seductora, sinuosa y pujante hacia la lectura, y por ese afán
exultante de transmitirnos, como verdadero hombre de letras, su amor
irresistible a los libros.
Mientras embalo mi
biblioteca (Alianza
Editorial, 2017) es un libro nacido al hilo de unas circunstancias
personales de traslado de domicilio, con mucha carga de melancolía,
que le llevaron a tener que desmontar su oceánica biblioteca, que
lucía bien erguida en un antiguo presbiterio en Francia. Se trata de
un ensayo envolvente e íntimo, traducido del inglés por Eduardo
Hojman, en el que el escritor
argentino-canadiense relata todo lo que supuso su biblioteca como
recipiente de vida donde reposa el tiempo y su experiencia lectora,
en unas circunstancias bien distintas a cómo lo contó en 1931
Walter Benjamin en su
breve texto Desembalo mi biblioteca: el arte de
coleccionar,
en el sentido de reflexionar, mientras sacaba los libros de sus
cajas, de los privilegios y compromisos que todo lector deposita en
sus estanterías. Dice Manguel
que embalar y desembalar son dos caras del mismo impulso, y que sus
libros han conseguido conformar a lo largo de su vida bibliotecas
esparcidas por diferentes lugares, a modo de autobiografía sucesiva,
donde cada libro guarda su chispa del momento en que fue leído.
Lo
que ya nos dijo en Una historia de la lectura
(1998)
de que leer es un poder otorgado al lector con las palabras de otro,
para interpretar el mundo, aquí se sostiene igualmente, y se añade
lo que subrayaba Kafka
en una de sus cartas: “Leemos para hacer preguntas”. Manguel
lo mantiene y es persuasivo en ese sentido, hasta el punto de
ampliarlo: leer para situarse, para saber cómo y dónde está uno
parado, leer para descifrar, además de inquirir.
Este
es un libro definido como elegía por su autor, por todo lo que le
supuso de dolor abandonar para siempre tierras galas, con ese
sentimiento de desamparo, de horror
vacui
de no poder disfrutar del lugar en el que se había instalado su
monumental biblioteca, que tanto tiempo le había llevado reunir, y cuyos libros se amontonaban en
cajas bajo sus pies. A pesar de ello, para consuelo suyo, esta
circunstancia pondrá más en énfasis su propia sabiduría para
animarnos a todos a darnos cuenta de que el verdadero centro de
la vida literaria está en la disposición de leer, como actitud
mental y solitaria, más allá de donde esté depositado todo libro.
Además de esto, hace un repaso por aquellas referencias literarias
que significaron su despertar entusiasta por los libros y que
insuflaron su pulsión lectora imparable.
Se
podría afirmar que Manguel
trajo en vena el alma de las bibliotecas. Su madre trabajaba como
secretaria en una de ellas. De muy niño se trasladó a Israel al ser
nombrado embajador su padre y allí tuvo sus primeros escarceos con
la literatura de la mano de su niñera, una joven letrada
checoslovaca que le enseñaba canciones y poemas de Schiller
y Goethe.
Después, al regresar a Argentina, continuaría con más
descubrimientos literarios. Las mil y una noches
fue uno de sus libros de cabecera. Con apenas dieciséis años empezó
a trabajar en Buenos Aires en la librería Pigmalión, y allí se
aficionó a leer a los autores anglosajones. Los clientes de la
librería eran todos los grandes escritores argentinos del momento.
Bioy Casares
le recomendó leer a Conrad.
Después llegaría Borges
que le despertó la curiosidad por Kipling,
Stevenson
y Henry James.
“Los
libros siempre han conversado conmigo –dice– y me han enseñado
muchas cosas tiempo antes de que esas cosas entraran materialmente en
mi vida, y los volúmenes físicos han sido para mí algo muy similar
a criaturas vivientes que comparten mi cama y mi mesa.”
Mientras embalo mi
biblioteca
es un hermoso conjuro literario, un homenaje a las bibliotecas, una
declaración de amor y un sincero manifiesto que reivindica la
necesidad de ellas. Manguel
es un erudito prestigioso de la literatura, un gurú de la lectura
que nos devuelve la fe en el poder, misterio y deleite del mundo de
los libros.
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