La
invención literaria, como diría Carlos Pujol,
se hace y se deshace de manera misteriosa en el fondo de uno mismo,
hasta que al fin cuaja en palabras que casi son extrañas, pero
tienen su propia vida y destino. La verdad del poeta no se da hasta
que este no encuentra las palabras para decirla. El poeta, de manera
singular, está para ver lo que no se ve, para lo que se ve ya
estamos los demás. Escribir, al fin y al cabo, en poesía se decanta
más si cabe a verbo reflexivo.
Al
abrir un libro de poesía nos adentramos en un mundo simbólico donde
no importa tanto lo que se dice como lo que eso mismo significa. En
ese sentido, lo que interesa de un poeta, como apuntaba Walace
Stevens, no son ni su destreza
ni sus sentimientos, sino su sentido del mundo. La poesía, ya se
sabe, trata de ir más allá, no solo se preocupa del significado de la experiencia, sino
también de la experiencia del significado.
La
trayectoria literaria de Itziar Mínguez Arnáiz
(Baracaldo, 1972) desde La vida me persigue
(2006), su primer poemario, ha mantenido esa inercia de asumir la
experiencia de lo cotidiano como forma de destilar su ámbito
poético. En Cambio de rasante
(2015) justificaba el título del libro aludiendo a ese tramo de vía
de distinta inclinación para decirnos lo que su poesía experimentó
con esa sensación doble de ir pegada al suelo y al mismo tiempo
subida a él. Después llegarían Que viene el lobo
(2016) y Qwerty
(2017) para asentar y acrecentar más su valía. Parece una paradoja,
pero su poesía se ha ido conformando al mismo tiempo en concentrar y
extender, en hacerlo todo mucho más pequeño y el doble de grande a
la vez.
Como
doble y simultáneo es lo nuevo suyo que acaba de llegar a las
librerías: La vuelta al mundo en 80 jaikus (y una nana
para despertar) (Takara,
2018), que presenta dos mitades, la primera poblada de un buen puñado
de haikus, y la otra de una canción de cuna en tres actos que pone
voz a un ser de otro planeta; Idea intuitiva de un
cuerpo geométrico (La
Única Puerta la izquierda, 2018) el otro libro, se presenta como un
poemario potente erigido en esa línea textual suya a base de
palabras y silencios, y tanto lo dicho como lo callado apelan al
sentimiento con igual energía, explorando simultáneamente sus ideas
y las experiencias del vivir.
Si
al poeta, más que a nadie, se le exige autenticidad, Itziar
Mínguez
siempre presenta en su poética esa aspiración. En estos poemas
podemos ver cómo la escritora ha concebido sus piezas, nacidas desde
la memoria y el recuerdo de las formas geométricas de un libro de
aprendizaje de antaño en el que los objetos, los bordes y sus
ángulos concitaban a la evocación poética. Y desde ese libro de
Geometría quedamos convocados a escuchar episodios de vida y
soledades. Los recuerdos y sus ecos con las claves de sus epifanías
en las que destacan las reacciones y sensaciones experimentadas justo
en el momento en que cada uno de los poemas es alumbrado.
Lo
bueno de su poesía es que el lector se da cuenta de que la
preocupación de la poeta está más por revelarnos algo sencillo que
cualquier empeño de parecer sublime (y eso se agradece): Ven./
Quiero estar sola/ y necesito un testigo; así
como en este otro: No
es/ sueña conmigo,/ sino/ despierta a mi lado.
Y nunca prescinde de expresar lo esencial de las cosas: -
¿Qué te pasa?/ - Estoy solo en el mundo./ - Yo estoy contigo./
-También tú estás solo. No
repara en que su poesía sea demasiado poética, sólo con atisbos se
basta: Tú y yo,
para siempre/ bajo llave/ en esta caja fuerte/ sin compartir la
clave/ con nadie./ Jamás. La
palabra para Itziar
es el tesoro del poema, por eso se esmera en desprenderse del
derroche y en eludir la estrechez.
En
Idea Intuitiva de un cuerpo geométrico
hay un despliegue arquitectónico más conformado en relación a
otros poemarios suyos. Aquí la forma del libro está más colmatada
en su estructura y concepción. También, como novedad suya, utiliza
el sangrado del verso y enfatiza la puntuación, algo que en sus
anteriores poemarios desestimaba y, sin embargo, en esta ocasión
quiere y requiere para que el lector proceda visualmente a transitar
por el ritmo pactado por el poeta, para que no pierda comba por sus
territorios vivenciales.
Por
todas sus esquinas y ángulos Idea intuitiva...
destila soledades, roces de compañía, memorias del cuerpo, pasión,
amor discontinuo, rutinas del vivir y del trabajar, discurrir del
tiempo, aplazamientos, lo que somos y lo que los objetos nos marcan.
Todo un cúmulo del trajín del vivir y sus pulsiones.
Itziar
Mínguez
encuentra en esta tentativa, como bien dice Ángela
Mallén
en el estupendo prólogo del libro “la poesía de los actos y de
los pensamientos”. Lo difícil de vivir es darse cuenta de ello,
viene a decirnos la escritora vizcaína en esta obra suya de título
tan abstracto, pero que nadie se confunda, porque Idea
intuitiva... es
tan tangible como vívida, en la que el cuerpo prima y palpita: en
soledad y compañía, en su fuero y desafuero, en sus inflexiones y
sobreentendidos. Un texto pasional y rotundo que acredita su oficio y
madurez.
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