La
autobiografía, la memoria del yo y la auto-ficción contienen esa
forma fronteriza y anfibia, a medio camino entre géneros diversos
como la novela, el ensayo, la crónica o el diario de viajes, y se
concibe hoy como la construcción escrita de la vida en pos de una
verdad personal que es, precisamente, la que mueve a su autor a
contarla. Una verdad que suele estar más allá de lo dicho, porque
la vida pasada no está fija en ningún lugar, ni guardada en ninguna
caja de seguridad que la preserve. Si acaso, se instala en una
pantalla volátil que llamamos memoria. Cuando el recuerdo se hace
patente en la escritura, cuando da paso a la palabra escrita, cuando
el relato construye la vida vivida con pretensión de veracidad, de
verdad personal, entonces puede surgir en el lector un vislumbre de
celebración, de que lo leído sirve para alumbrar su vida. Dice Paul
Auster: “El lenguaje no es
equivalente a la verdad. Es nuestra manera de existir en el mundo”.
Las
novelas de Vicente Valero,
(Ibiza, 1963), se asientan en estas mixturas literarias a la hora de
concebir y entretejer sus historias, que lo ponen a prueba frente al
pasado, frente a los demás y frente a sí mismo. En poco tiempo, su
tarea poética ha dado carta libre a una inusitada producción
narrativa que se inicia en 2014 con su novela Los
extraños,
un debut que alcanzó el
interés de un gran número de lectores y, también, el elogio de la
crítica que ha destacado su estilo singular de contar, desde el
ámbito familiar, cuatro historias, bajo una prosa limpia y precisa.
Después le siguieron El arte de la fuga
(2015) y Las transformaciones
(2016), dos obras sobre las que vuelca sus lecturas y vivencias,
escenarios y autores predilectos que le proporcionan simiente y
lumbre a su creación literaria.
Con
su nuevo libro, Duelo de alfiles
(2018), Valero
recurre a ese mismo proceder, un camino que, como quería Machado,
se hace al andar, para ocuparse de cómo la literatura interfiere en
la vida de quien escribe, y de cómo la memoria de otros autores
acaba configurando un universo de citas y referencias que le sirven
de sostén continuado, de aporte a la invención y de fructífera
influencia. El título del libro desvela que hay un hilo conductor
sobre el que pivota la novela: el ajedrez. El poeta ibicenco se sirve
de su propia afición a este juego para entrelazar sobre su tablero
narrativo una ruta para que el lector le acompañe por cuatro lugares
de Europa, a través de la propia vivencia del viaje, cruzada con la
presencia evocadora de cuatro escritores de gran significado y
trascendencia de las primeras décadas del siglo XX.
Es
muy difícil entender la vida de cada uno de ellos al margen de sus
obras. Valero se
maneja bien en esta concordancia y responde en cada tramo narrativo a
lo que cada uno de ellos en aquel momento expuso en vida. En
Svendborg, Dinamarca, se atisba la melancolía de Walter
Benjamin bajo el
amparo de su amigo Bertolt Brecht,
en julio de 1934, cuando escuchaban el discurso que daba Hitler
en el Reichtag; Nietzsche en
Turín, aturdido por su locura, siguió prolongando su discurso
filosófico de marginado de la Historia; Kafka
viajando en solitario por Munich, en 1916, cargado con su manuscrito
En la colonia penitenciaria,
dispuesto a anular su boda con Felice
y con la intención de establecerse en Alemania; el reflexivo Rilke
en Berg am Irchel, un pueblo cerca de Zurich, allí, en 1921, el
poeta encontraría la paz interior que tanto anhelaba.
Duelo de alfiles
es un libro de viajes, pero también es un tablero uncido de ese
espíritu benjaminiano que transita por el callejeo de la Historia de
Europa y sus escaques, en compañía de estos significados
protagonistas, escritores y pensadores que no depusieron su actitud
crítica y de lucha ante el extravío de la época que les tocó
vivir. El autor acompaña a sus personajes a modo de un flâneur,
transitando por el presente para excavar en el pasado, buscando
experiencias al borde de lo invisible, como diría Walter
Benjamin, un autor con el que
el escritor ibicenco se siente cercano en esa llamada literaria a la
revelación como ejercicio del conocimiento.
Valero posee
ese don singular de compartir la ilusión de un idioma privado en
forma íntima con el lector, al que siempre tiene en cuenta y procura
orillar con el trazo de una prosa pulida y eficiente. Todos estos
episodios tejen su fresco histórico en el que el enigma, el misterio
y los secretos de sus personajes trascienden paradójicamente en un
escenario común, a modo de expedición literaria que lo convierte en
un libro exquisito e intemporal, poblado de signos y de huellas en el
que se indaga con afán de entretejerlo en un contexto común
europeo, en un relato de contención vívido y provechoso.
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