De
Robert Walser (Biel
1878, Herisau, 1956), más que su obra, se conoce la influencia que
ejerció sobre muchas figuras literarias de su época. Admirado por
Kafka, en cuya obra
se refleja su influjo, elogiado por Thomas Mann,
Hesse, Zweig,
Canetti, Benjamin
y, sobre todo, Robert Musil.
Todos ellos lo consideraban un autor de culto, escritor para
escritores que solo, desde hace poco, ha comenzado a ser acogido por
un público lector más extenso, en buena parte gracias a algunos de
sus seguidores que nos han familiarizado con su estilo y su poética,
aquella en la que la fugacidad de lo cotidiano es fuente de agitación
y posterior vacío.
Walser
escribió elegantes fantasías poéticas en las que retrató a su
vida como una feliz identidad de anónimo paseante por la nieve.
Maestro en el arte de la fuga, buscaba desaparecer en la inmensidad
de la existencia. Prueba de su gran talento narrativo y capacidad de
provocar perplejidad también se debe a esa empatía compasiva que
transmiten sus textos hacia su manera de entenderse con lo que le
rodeaba. La enfermedad mental que padeció a lo largo de su vida no
le impidió escribir una prosa refinada, ingenua y poética que sigue
siendo referencia en la narrativa contemporánea. Cesó toda
actividad literaria cuando fue ingresado primero en el sanatorio de
Waldau y posteriormente en el de Herisau, un confinamiento total del
mundo que le condujo a la desolación y, ante todo, a la renuncia del
yo, a su grandeza y a su dignidad.
Jesús Montiel
(Granada, 1984), profesor de Lengua y Literatura, poeta con cinco
poemarios publicados, entre los que destacan Placer
adámico (2012), Premio
Hiperión, y Memoria
del pájaro (2016), autor
también de tres libros de difícil encasillamiento, entre narrativa
fragmentaria, prosa poética y aforismos: Notas a pie de
instante (2018), Sucederá
la flor (2018) y El
amén de los árboles
(2019), acaba de publicar Señor de las periferias
en la editorial Pre-Textos, una maqueta literaria profunda y sentida
sobre la vida y obra de Robert Walser.
Montiel, con ese
estilo personal y preciso, tan característico suyo, nos hace caminar
junto a Walser y
mirar las cosas del mundo casi con los ojos del poeta helvético, con
imágenes sorprendentes y prosa preciosista, como si su proceder
narrativo se construyera desde la piel del poeta. Es esa la sensación
cautivadora que transmite lo escrito en su libro, y se debe a la
atención lírica del relato, en el que apura su presencia en cada
uno de los pasajes escogidos de su biografía.
El
libro está divido en cinco capítulos bien marcados cada uno en una
determinada época de la vida de Walser,
e ilustrado con fotos suyas para mostrarnos la singularidad como
escritor y como ser humano de alguien nacido para vagabundear entre
ensueños y fantasías, como Hölderlin,
hasta caer, igual que el poeta alemán, víctima de una incurable
alienación. Todo esto, nos dice Montiel,
viene de esa etapa suya tan determinante como fue su infancia: “Un
niño es todas las edades”. Y prosigue: “Podemos rastrear un niño
en todos los Robert Walser.
Sus libros, su vida entera, si pudiéramos cogerla como una flor,
cerrando el puño, desprende la fragancia salvaje de la infancia, un
olor insoportable a niño”. Para un niño sensible como él, esa
adversidad de no ser tenido en cuenta entre los suyos, lo convierte
en pura expectativa, en un ser necesitado de abrazos, en eterno deseo
de hacerse visible entre sus seres más queridos, ser uno más, ser
alguien. Se ha dicho de él que es el poeta más secreto de todos, y
tal vez no sea exagerado.
Continúa
el libro su senda por la vida de Walser,
su paso de niño a joven y, luego, de joven a adulto, para mostrarnos
su apego a la literatura y la inutilidad de su trabajo de oficinista.
Lee con entusiasmo a Goethe
y Schiller. Sufre
sobremanera al enfrentarse a un padre autoritario que le arrebata sus
libros para arrojarlos a la hoguera. Ni desespera, ni claudica.
Memoriza mucho lo que lee y aprovecha cualquier resquicio para
mejorar su dicción, aunque más pronto que tarde, se da cuenta de
que no tiene cualidades para el teatro al que le hubiera gustado
dedicarse. La oficina se convierte en el lugar propicio para
resarcirse del mundo de fuera: “En ella se gesta el hombre
contemplativo, un joven que aprende a reflexionar gracias a todo el
tiempo que dispone”. Y entonces comprende que escribir le
compensará de su infortunio: “escribe para ausentarse”, al
tiempo que comprende que “la literatura es una soledad, una mesa,
un papel en blanco y mucho tiempo sin hacer nada importante”.
A
Walser se le
diagnosticó esquizofrenia y a él, en cierto modo, ya le valió ese
dictamen médico, pues, como le dijo a Carl Seelig,
un gran amigo dispuesto ayudarle tanto en lo personal como en su
obra, quería disfrutar de los años póstumos: “Son
pocos los que saben disfrutar de su vejez, cuando puede ser tan
satisfactoria. Está comprobado que el mundo aspira a volver siempre
a las cosas sencillas elementales”.
Jesús Montiel ha
escrito un hermoso cofre literario, una miniatura exquisita en tan
solo setenta y cinco páginas capaces de resumir una biografía tan
excepcional como esta de el Señor de las
periferias,
el personaje más enigmático y el escritor más original de todos
los escritores suizos. Nadie sabe si este paciente estaba loco, pero,
en cualquier caso, sus destellos de sabiduría han quedado grabados
para siempre en la poética de su propia obra y en la posteridad de
la literatura.
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