El
mundo ha cambiado, pero no tanto como nos quieren hacer creer
algunos. Sigue habiendo ricos y pobres, empresarios y trabajadores,
dirigentes y gente de a pie, personas independientes y personas
dependientes, gente poderosa y una mayoría silenciosa obediente y,
aparte, los marginados. En este mundo que no ha cambiado tanto como
pretenden hacernos creer, también hay patrones literarios que se han
establecido con cierta comodidad entre todos estos conflictos
eternos, sin apenas hacer ruido. Pero eso no quiere decir que la
literatura no fije su mirada en ellos. La literatura, en esencia, es
política, independientemente del ámbito y el contexto en que se
desarrolle. Toda escritura actúa siempre como proyección social y
solo se encumbra cuando proyecta esa conjunción de factores sociales
en los que reflejar las vidas de los otros, la de todos y, desde
luego, la de los excluidos y la de los menos aptos.
Lo
que ha venido haciendo Cristina Morales
(Granada, 1985) con su escritura encaja en esa dinámica literaria de
volcar en sus textos esa mirada punzante que cuestiona lo que ocurre
y, al mismo tiempo, se cuece en la calle. Ahí está por ejemplo ese
clamor asambleario de los indignados de su primera novela, Los
combatientes (2013), o esa
manera osada de poner voz a Santa Teresa,
la protagonista de Malas palabras
(2015), por no olvidarnos tampoco de los personajes que pueblan
Terroristas modernos
(2017), una crónica sobre la conspiración frustrada contra Fernando
VII allá en 1816, en la que se
conjuran los mismos problemas políticos de la España de hoy. Ese
tono social combativo de sus tres obras anteriores también se hace
extensivo, pero, con mayor desmesura e irreverencia en Lectura
fácil (2018), ganadora del
Premio Herralde de
Novela.
Se trata de una novela coral donde sus protagonistas, cuatro mujeres
emparentadas entre sí, cada una de ellas con una supuesta
discapacidad intelectual, que viven en Barcelona alojadas en un piso
tutelado, bajo la supervisión de programas institucionales de
integración, y en las que ellas mismas van contando sus vicisitudes
y desacatos con más lucidez de la que se podría presuponer.
Las
limitaciones de la vida de Nati,
Patri,
Marga
y Àngels no
provienen, curiosamente, de sus condiciones físicas ni de sus
características intelectuales, sino de las múltiples dificultades
de adaptación a la normativa a las que las somete el sistema en su
día a día. Todas mantienen un discurso personal propio, para
deliberar y, a la vez, para mostrarnos sus discrepancias con las
pautas que deben cumplir en su proceso de integración. Una de ellas,
que practica danza inclusiva, la más leída e insumisa del grupo,
arremete contra todo lo que la rodea y pretende controlarla:
gobierno, instituciones, colectivos o eslóganes ideológicos, y
sostiene que la gente está alineada en “bastardistas” y
“bovaristas”, dos facciones para interrelacionarse en sus vidas.
Otra es una adicta al sexo, adherida al movimiento okupa,
que se desvive por dar satisfacciones a su cuerpo y por ser libre.
Sobre ella hay un proceso judicial en marcha impulsado por la
Generalitat, como institución garante y tutelar, intenta someterla a
una esterilización preventiva. Otra anda preocupada por ajustarse a
su hecho diferenciador de discapacitada y acomodarse en el piso de
acogida atendiendo siempre a las indicaciones de la funcionaria que
lo supervisa. Y la cuarta es la que se ocupa de escribir una novela
por Whatsapp siguiendo el método de la lectura fácil.
Lectura fácil
es, por tanto, una novela con distintos registros narrativos que se
van alternando en cada capítulo, y que tiene más que ver con el
habla de sus personajes que con la lengua escrita. De ahí que sus
diálogos nos parezca, con el juego de voces que ellos originan, lo
más relevante, arriesgado y atractivo de la obra, incluso cuando
surge de la inercia de muchos de sus pasajes hilarantes que, incluso,
nos resultan paródicos. Morales
se las maneja bien para no caer en lo anecdótico y mantener un
discurso potente, que, a la vez, resulta vibrante y transgresor. Por
eso no escribe para los biempensantes, como tampoco lo hace para
bendecir el orden establecido, sino que, desde el principio, su
planteamiento es escribir una novela destructiva tan solo para agitar
la vida, la vida prestada de cuatro mujeres infames que se abren paso
a pesar del orden establecido. Y, aun así, todas conforman un ente
familiar irrenunciable y solidario.
La
épica de la ciudad está muy presente en la novela a través del
modus vivendi
de sus protagonistas y la jerarquía del discurso social de
resistencia que las impulsa. Lectura fácil
tiene la capacidad de mostrar, al propio tiempo, el sentir de sus
personajes, expertos maquinadores de conflictos, los mismos que
deberán superar y, sobre todo, obligarse a esa tarea permanente de
inclusión por el hecho de ser diferentes al resto. Y es por ahí por
donde transita la trama ideada por su autora, para realzar la voz de
sus protagonistas, voces que no obedecen a un código común, sino a
un relato personal, el que tiene cada una de ellas, según su
entender y conveniencia, para colocarse así frente a sus problemas e
intentar, a su manera, sobrellevarlos.
Esta
novela es de una originalidad pasmosa, tiene mucho de ensayo y de
crónica, precisamente, porque está trazada desde una realidad
palpable en la que su verosimilitud no es nada inocente y mucho menos
convencional. Cristina
Morales
festeja toda esa anomalía reinante firmando un artefacto literario
tan vibrante como divertido, de un humor desbordante y que debe
entenderse como una sátira política demoledora que no dejará
indiferente a quien la lea.
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