Dice
Alan Pauls, y no le
falta razón, que se lee contra la interrupción, “y la lectura
tiene allí el valor de una espera. Leer es extender, prolongar,
dilatar al máximo una duración condenada de antemano”. Ese
pálpito de horizonte último que propone toda lectura, de un tiempo
límite que puede llegar incluso a considerarse fatídico, es el que
arrastra Un amor de Redon
(Fórcola, 2019), la nueva novela de Ricardo Lladosa
(Zaragoza, 1972), un libro en el que las imágenes ponen origen y
fundamento al desarrollo de una historia de ambientación gótica de
la que se vale para desplegar la multiplicidad del mundo artístico
del pintor Odilon Redon
(Burdeos, 1840 – París, 1916).
Redon
fue un precursor del surrealismo y una figura clave del simbolismo
europeo, un entusiasta activo de las vanguardias incipientes en la
Europa de finales del siglo XIX y principios del XX. Su personalidad
artística, plena de inquietudes creativas y de interés desmedido
por la literatura, lo impulsaron a relacionarse con los más
destacados poetas y narradores de la época, con los que trabajó en
diferentes proyectos. Admiraba a Baudelaire,
Poe y Flaubert
desde su juventud. Fue amigo de Mallarmé
y Gauguin y con los
que mantuvo una relación estrecha y fructífera. Se caracterizó por
mantener siempre una actitud independiente frente a las corrientes
artísticas y modas de su tiempo.
A
todo su sentir por la pintura, se le une su deseo de escribir. “Cada
uno de nosotros debería escribir un libro”, le confía a uno de
sus amigos pintores. Y más adelante, deja plasmada en el diario que
lleva entre manos sus confidencias de artista que arrancan con esta
confesión: “He hecho un arte a mi manera. Lo he hecho con los ojos
bien abiertos a las maravillas del mundo visible y, se diga lo que se
diga, constantemente preocupado por las leyes de lo natural y de la
vida[...] El arte también participa de los acontecimientos de la
vida. Y será ésta la única excusa para hablar solamente de mí”.
Ricardo Lladosa
aprovecha todo ese caudal artístico y literario que Redon
ha conformado en torno a su vida para desplegar una narración
intensa y emotiva donde reflejar la visión del mundo del artista y
su relación con los demás, mediante un texto en el que entremezcla
la propia voz del pintor con cartas cruzadas entre él y sus amigos
más allegados. Un amor de Redon
se lee con fruición, debido al ritmo narrativo impuesto por sus dos
protagonistas, que alternan su voz a lo largo de los veintitrés
capítulos de la novela. El pintor es invitado al castillo de
Pantenac con el encargo particular de su dueño, un banquero
acaudalado, de pintar tres grandes lienzos que presidirán el comedor
de su casa y en el que debe representar a tres de las mujeres más
enigmáticas y seductoras de las Sagradas Escrituras: Betsabé,
Judit y Salomé.
Allí, en el domicilio del banquero, en pleno proceso creativo, el
artista conocerá a Ainhoa,
la esposa del empresario. Entre ambos surgirá una amistad enlazada
por el espíritu artístico que derivará en un irremediable idilio
amoroso.
A esta relación de amistad y pasión se une una trama misteriosa en
la que la atmósfera y el escenario son propicios para entonar la
sugerente historia que se cuenta, donde el arte y el amor porfían
entre sí. El lector de esta historia tiene la impresión de que no
se encuentra entre las palabras de una novela, sino que, más bien,
aparece como espectador frente a una pintura paisajística en la que
suceden lances y hechos extraños. La visualización de esa
panorámica y su atmósfera son constantes referencias al devenir del
relato a través de los ojos de sus narradores, dos seres distantes,
pero cada vez más cercanos, que viven un mundo a ratos equidistantes
y a ratos azarosamente tensos.
El
centro de la novela armada por Lladosa,
lo que ilumina todos sus asideros, sombras y claros que van
apareciendo en todo lo que cuentan sus dos narradores, está en la
pasión manifiesta de ambos por el proceso creativo y la dicha de
experimentar ese sentimiento posesivo de culminar la obra artística,
confundidos por el interés seductor que se profesan en secreto. Sin
embargo, en ese simulacro de apasionamiento, solo la obra artística
parece destinada a salvarse ante lo inesperado del destino, y es esa
salvación la que determina la verdad literaria que encierra el
libro.
Un amor de Redon
es una novela amena, intensa y vívida en la que un hombre y una
mujer no se dejan intimidar por las circunstancias que rodean sus
vidas privadas. Su autor trasluce ese espíritu de la época, ese que
también es válido para cualquier otra, y que confirma que la vida
no se deja imitar, que la vida es algo muy suyo, que no admite
reproducciones.
En
una novela «las
palabras de la tribu»,
como decía Mallarmé,
las que se usan para la relación habitual entre los personajes pasan
a ser únicas y personalísimas. Lo que importa de toda historia no
es si lo que le pasa a alguien es un suceso real o fingido, sino si
el artefacto literario se sostiene por medio de la verdad vivida y la
verdad imaginada, dos mundos distintos que se complementan y se
exponen, como ocurre aquí, al arrebato de la literatura y de la
vida.
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