Leer
es, por encima de todo, un placer, dice Rosa Regás.
Algo que compartimos mayoritariamente. Su inutilidad se echa a un
lado para dar paso al objeto de la lectura: poner nuestra experiencia
y nuestra memoria al servicio de una invención, de un pensamiento,
de una historia que hacemos nuestros, como nuestros son los rostros
de los personajes, los paisajes, la atmósfera, las situaciones y los
conflictos que el autor nos presenta a examen. El libro es quizás la
más digna habitación de la palabra. Y es esta la que da sentido al
texto, la que hace posible su lectura, su interpretación y, lo más
importante, el cauce que provoca el verdadero interés en el lector.
Ahora bien, “el poder de los lectores –escribe Alberto
Manguel–, radica, no en su
habilidad para reunir información ni en su capacidad para ordenar y
catalogar, sino en sus dotes para interpretar, asociar y transformar
sus lecturas”.
El
nuevo libro de Carlos Skliar
(Buenos Aires, 1960), La inútil lectura
(Mármara, 2019) aborda como nadie el empeño y convicción moral de
otorgar a la lectura ese rasgo de ser uno de los actos que confieren
valor a nuestra existencia, y que nace de un primer ejercicio de
atención y recogimiento. Sobre el placer de leer y sobre las dotes
para interpretar que tiene en sus manos el lector, Skliar
escribe este apasionante y emotivo ensayo que va más allá de un
autodescubrimiento, como refleja esta reflexión suya al inicio del
libro: “No es que gozo de la lectura, no es ésa exactamente la
palabra que mejor describa aquello que me ocurre; sería más preciso
decir que gozo del tiempo en que me dispongo a leer y leo, es decir,
el placer no está en descifrar, interpretar –que son rasgos del
esfuerzo incluso del padecimiento de una tarea– sino en
abandonarme, despreocuparme, sustraerme, ausentarme”.
¿Por
qué leer?, se preguntaba el recién desaparecido Harold
Bloom y se contestaba: «Para
mí, la lectura es una praxis personal, más que una empresa
educativa..., no hay una ética de la lectura».
Carlos Skliar
se considera un lector corriente, común, un lector cotidiano y
habitual, y añade a nuestra pregunta, o mejor dicho, a la que se
hace el crítico neoyorquino lo siguiente: “No creo en la lectura
como un medio hacia otra cosa, sino como el mayor medio en sí, por
sí mismo; leer, pues, como un entremedio sin finalidades a la vista
[…] Como lector corriente o común me sorprendo a mí mismo
cargando libros para leerlos delante de toda abertura mínima de
tiempo”.
Por
todo el libro hay un despliegue de afectos literarios, de autores
escogidos para poner relieve a todo lo que suma y multiplica
proveniente de la lectura. Leer para Skliar
es más una disposición que un resultado. Aquí se cita a
Tsvietáieva que se
pregunta si hay alguien que haya entrado dos veces en el mismo libro.
Por aquí se asoma Barthes
para decirnos que leer es hacer trabajar a nuestro cuerpo siguiendo
la llamada del texto. Nietzsche,
también es citado, para celebrar que existan lectores que «tengan
carácter de vacas, que sean capaces de rumiar, de estar tranquilos»;
y Pessoa
para insinuarse como lector: «Leo
y me abandono, no a la lectura, sino a mí mismo»;
y autores más de nuestro tiempo, como Andrés Neuman
que pone su atención lectora en lo efímero del tiempo: «Leer
como si, dentro de un minuto, nos fueran a apagar la luz»;
o Ricardo Menéndez
Salmón que hace una
hermosa analogía entre el amor y la lectura: «Solo
quien ha estado enamorado sabe que el amor regala y quita; solo quien
ha leído sabe si la vida merece la pena de ser vivida sin la
conciencia de aquellos hombres y mujeres que nos han escrito mil
veces antes de que naciéramos”.
Todo
libro rompe un cerco, pero a su vez nace de él, de una voz que ha
sido capaz de volverse un cerco de voces, un murmullo entre tanto que
decir. “La lectura no nos dará sobreabundancia –nos advierte
Skliar–, sino más
bien vinculación: apego al mundo y a sus recorridos, afección por
lo que se ha dicho y se ha hecho, memoria en estado de vigilia”.
Tenemos necesidad de lo inútil como tenemos necesidad, para vivir,
de las funciones vitales esenciales, escribe Nuccio Ordine.
La inútil lectura
gira en torno a esa idea de vínculos y futilidad, pero en la
vertiente más próxima a esa rebeldía que supone leer, para seguir
haciéndolo, “porque ciertos libros conducen a otros libros y esta
es una verdad de Perogrullo”, que muchos, convencidos, nos
empeñamos en propagar.
La inútil lectura
es una pesquisa luminosa sobre el hecho de leer, un libro
extraordinariamente persuasivo que viene a decirnos de muchas maneras
que leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse,
y aun siendo un acto sedentario, nos vuelve a nuestra condición de
nómadas. Y en ese sentido, nos dice que: “abrir un libro es un
gesto que continúa el mundo, que lo transmite, que lo hace
perdurar”.
Carlos Skliar
firma un libro fecundo, un volumen escrito con delectación para
discernir el verbo leer en doscientas cincuenta páginas, que parecen
menos, gracias a su amenidad y a la eficacia de su prosa ágil y
sencilla. Este es un libro en el que el lector se hace sentir próximo
al autor, al menos así ha sido mi experiencia, e, incluso, hasta
compartir con él ese sentimiento común resumido en que el centro de
la vida literaria está en leer. Por ello, hablar de la experiencia
de leer, de lo que dice este libro y cómo lo dice, nos acerca a
entender mejor que leer es un disfrute, un ejercicio de riesgo
también, de exclusividad y de fidelidad compartida.
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