Decía Julio Cortázar que podríamos llegar a un consenso general de que “el cuento, como género literario, es un poco la casa, la habitación de lo fantástico”. Ciertamente hay novelas con elementos fantásticos, pero son siempre un tanto subsidiarios; el cuento en cambio, como fenómeno bastante inexplicable, según él, ofrece una casa más habitable para lo fantástico, encuentra la posibilidad de instalarse con más acomodo en un relato de las características que corresponde a lo que se considera literatura fantástica.
El escritor vive en una especie de realidad doble: la normal en la que están todos y la suya particular, en la que las historias fluyen a gran velocidad o se ralentizan. Tenemos vidas reales pero, curiosamente, nos atrapan las vidas irreales. La literatura, ya se ha dicho muchas veces, no se ocupa del mundo real. Las buenas historias viven fuera de la lógica, y en ocasiones sitúan al lector en la esfera de lo inquietante, desconocido, insólito o inexplicable, a través de una narrativa instalada en mundos extraños, enigmáticos o irreales, donde se rompe el perímetro de lo normal, la vigilia y la lógica, para alcanzar otros límites en los que la ensoñación, lo monstruoso y el desvarío conforman un agujero negro que dan vida a la otredad, al absurdo y a lo sobrenatural.
Todas estas consideraciones y su embalaje fantástico se encuentra muy presentes en los cuentos de Ángel Olgoso (Cúllar Vega, Granada, 1961), autor de numerosos libros de relatos entre los que sobresalen Nubes de piedra (1999), Cuentos de otro mundo (2003), Los demonios del lugar (2007), Astrolabio (2007), La máquina de languidecer (2009), Los líquenes del sueño (2010) y Breviario negro (2015). En sus historias, los sueños, los prodigios, lo insólito, lo obsesivo y hasta lo descabellado, como decía Cunqueiro, son ingredientes necesarios, para acometer el pulso narrativo que, según el propio Olgoso, exige el relato fantástico, al que considera que el surrealismo doméstico le aporta, así mismo, muchas ideas. A todo esto, se suma, por otro lado, el mundo onírico y mimético nacido de esa luz oscura e intermitente de nuestra conciencia que cuestiona al mundo real, incapaz de revelarnos todo lo inefable.
Se acaba de publicar en Reino de Cordelia una hermosímima edición de Astrolabio, quizá el libro más representativo del universo fantástico de Olgoso, y que, en esta ocasión, cuenta con la participación de la pintora chilena Marina Tapia que ilustra el volumen con una veintena de alucinantes dibujos. Este libro compendia todas las variantes que representan el universo fantástico de su autor. Aquí, en Astrolabio, se alternan microrrelatos que tienen ese porte de relato gótico, como también aparecen otros de aspecto romántico o detectivesco, de terror lovrecaftiano, bestiario o surrealismo mágico. Dentro de esa categoría de extrañeza e inquietud, cada una de las cuarenta y tres piezas que conforman el volumen crea su propia realidad desde lo extraordinario e inopinado en la que hay un espacio sin límites, un séquito de fantasía donde ocurren cosas sorprendentes.
No importa el espacio para sugerirnos un mundo. “Escribí un relato de tres líneas y en la vastedad de su espacio vivieron cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias”, así comienza el libro con este inicio tan expansivo del primero de sus relatos. Después, como anteponiéndose a esta magnitud, continúa con otro que se detiene en algo más minúsculo, El papel, que encarna la pequeñez y vislumbre de cualquier particularidad vital: “No hay en el mundo otro corrosivo equiparamiento al de la curiosidad”, señala el narrador. En otro, de título El lamento del dinosaurio, hay un grito de desazón de un hombre cautivo sobre el conocimiento incompleto del mundo...
Hay relatos terribles y crueles como Caballero de los puentes, relatos tradicionales reescritos con una vuelta de tuerca, como El flautista mágico, una versión del famoso flautista de Hamelín, para decirle al lector que la realidad no es lo que parece, como también lo hace en El pez que no había oído hablar del agua, porque “lo que consideras la única verdad firme no es más que una sugestión”. Y Olgoso, así, va construyendo su maquinaria narrativa, partiendo casi siempre de situaciones irreales, a veces minúsculas, otras universales, reforzadas con apuntes mundanos para que el lector dude y se inquiete, con esa intención de que se trate de ver lo que no se ha visto o lo que no se ha pensado nunca.
Es, en esa fantasmagoría audaz, donde nace esa extrañeza de la que se vale Astrolabio para contar el mundo, de fijarlo en el espacio y el tiempo con un conjunto de historias enmaquetadas en una brevedad que no rehúye del resorte poético, ni de la perplejidad, ni del descreimiento, porque en este álbum fantástico se cuestiona la realidad palpable, esa que el ojo percibe vagamente y que resulta ser inesperada y sorpresiva, distinta e increiblemente veraz cuando la distorsión la obliga a que así sea.
Todo el leitmotiv que raspea por Astrolabio no es más que un rodaje narrativo para hacer posible lo imposible con todo su significado vital. Lo que aquí se cierne no es más que una obsesiva búsqueda de lo indecible a través del veneno de la realidad, del que, al parecer, seguimos inmunes. La realidad refleja muchas veces la incapacidad de asombro ante el universo y ante nuestra propia existencia de buena parte de los seres humanos y Olgoso expresa con imaginación y palabras bien bruñidas otras perspectivas más perturbadoras e insólitas para mostrárnoslas con nitidez. Un festín fantástico.
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