lunes, 9 de noviembre de 2020

La realidad y sus anomalías

“La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”, escribe Susan Sontag en su luminoso ensayo La enfermedad y sus metáforas.

Dicen los síntomas (Tusquets, 2020), Premio Tusquets de Novela y tercera novela de Bárbara Blasco (Valencia, 1972) es una historia en la que todo lo que sucede está delimitado por la habitación de un hospital en donde la enfermedad, los sentimientos y el malestar interior compiten al mismo tiempo. Estamos ante un relato nacido desde las entrañas de la literatura, que se adentra en esas inestables coordenadas emocionales y físicas a las que alude la escritora neoyorquina referidas a la salud y a la enfermedad como doble ciudadanía. Hay también ecos literarios que apuntan en la dirección de Virginia Woolf, aproximándose a esa misma hondura a la que la novelista británica descendía para hablarnos de la enfermedad y sus síntomas.

Lo que el lector se va a encontrar en la novela de Blasco es el retrato de una mujer en crisis en un ámbito en el que la enfermedad y la desazón personal lo alcanza todo. Esta es una historia que cuenta los problemas sentimentales y laborales de Virginia, su protagonista, durante las sucesivas visitas diarias a su padre en el hospital. La habitación se convierte en el epicentro donde se pone a prueba la fragilidad de los vínculos familiares existentes entre ella, su padre moribundo con quien nunca se llevó bien, su madre, una mujer sumisa y su hermana, la hija perfecta que todo lo hace bien. Allí mismo surgirá una relación insólita y especial con otro paciente, un hombre enigmático que le hará albergar esperanzas cuando todo en su vida parecía estancado, perdido y sin visos de arreglo.

Escrita en primera persona, en Dice los síntomas su autora apuesta por proponernos un texto que no se queda atrapado simplemente en las garras del dolor. Tampoco pretende relegarse a la mera tarea de relatar el proceso degradante del final de la vida de un padre enfermo. Aunque hay una firme determinación de sopesar todo lo que encarna la enfermedad, la novela transita por ese lado más profundo de fijar su conexión, a modo de síntesis, entre la realidad y el cuerpo, sin dejar de lado el humor y la ternura. Esto es, la novela pertrecha dicha conexión tomando vuelo desde la propia experiencia de compartir un tiempo nada complaciente en el que la vida y el desconcierto doloroso de la enfermedad se rozan, hasta el punto de poner en jaque los sentimientos y el sentido de sus estragos. La historia de este libro la protagoniza el malestar interior de su protagonista, pero también responde a una reflexión, o varias, según se mire, sobre la familia y la enfermedad, sobre el bienestar y su revés, sobre el amor y el propio cuerpo.

La enfermedad, viene a decirnos su protagonista, tiene, o debería tener, buena parte del poder nivelador que tiene la muerte. Pero en esta historia no se esquivan las anomalías de quienes están alrededor del enfermo y no saben pasar por alto muchos detalles que, en plena salud de sus miembros, no quisieron compartir en su momento, sino todo lo contrario, que significaron un escollo en sus relaciones posteriores. Aunque ahora, madre y hermanas, cada una a su manera, pese a tantas incomprensiones y desdenes, parecen por momento estar de acuerdo en asumir calladamente lo que la voz deliberante de su protagonista deja dicho: “A cierta edad, todo dolor se vuelve físico. Y acumulativo”.

Aunque Virginia, la narradora, va más allá en su manera de interpretar esta consideración, ese cúmulo, a su vez, refleja inevitablemente en su corazón una indiferencia clamorosa hacia la figura del padre: “Realmente, no tengo nada grave que reprocharle, tampoco nada importante que agradecerle”. En esa voz desconsiderada suya hay un lamento disimulado por salvarse ella misma, un gemido encubierto con el que aliviar su desencanto y resentimiento.

Todo ese magma hace que Dicen los síntomas se muestre como una historia cruda y ácida cuyo desarrollo y resultado la convierten en una novela muy bien urdida, en la que sobresale su prosa limpia y punzante. Bárbara Blasco firma un estupendo libro que acaba con un sorprendente final en el que la realidad de su protagonista anuncia el principio de una hermosa epifanía.


No hay comentarios:

Publicar un comentario