Así comienza Páradais (Random House, 2021) la nueva novela de la mexicana Fernanda Melchor (Veracruz, 1982), y quien habla es Polo, un joven jardinero que hace también labores de mantenimiento de una urbanización de Veracruz, un lugar imaginario de casas residenciales de lujo llamado Páradais. Al lector, apercibido por lo ya leído en la contracubierta del libro, y por lo que vislumbra en este primer párrafo, todo parece indicarle que lo que viene a continuación no presagia nada bueno, sino que, más bien, es el preaviso de una desdicha. Desde la perspectiva del protagonista, desde el deseo persistente del gordo, la novela se va contagiando e inevitablemente se precipita hasta acabar en tragedia.
Vamos a descubrir que Polo es una víctima de la sociedad, hijo de madre soltera, instalado en un entorno desigual y de pocas expectativas donde los trabajos mal pagados están en cualquier esquina. Por otro lado, Franco Andrade, el gordo, un joven caprichoso de familia adinerada, anda igual de perdido y desubicado que él, pero con una fijación que le hará perder la cabeza y arrastrará al jardinero a un plan en el que la fatalidad espera en guardia. Y para contar todo lo que se avecina, la autora se vale de una voz narrativa vertiginosa y recurrente, de fraseo y párrafo prolongados, léxico incisivo de ámbito coloquial y reiteraciones impacientes. El resultado de esta formalidad narrativa convierte a Páradais en un libro ágil e intenso, de ritmo trepidante y gran destreza técnica, cuya lectura se deja llevar por el torbellino bien urdido de su trama.
A diferencia de su extraordinaria novela anterior Temporada de huracanes (2017), dice Fernanda Melchor, en una reciente entrevista, que “en Páradais lo que quise fue crear un espacio en el que el narrador sí esté pegado al personaje y a ras de tierra con él, pero con una distancia que me permitiera una sutil burla y el uso del humor negro, porque tenía esa necesidad de exhibir la cobardía del personaje principal llamado Polo”. Si con aquella novela Melchor retrató de forma magistral la claustrofobia de un pueblo azorado por la sinrazón, la violencia y la corrupción de los hombres, en esta de ahora vuelve a encontrar el equilibrio entre fondo y forma de manera impecable, destacando sobremanera la atmósfera y el relieve de unos personajes atrapados por sus obsesiones.
Hay, además, un juego de posiciones a lo largo de la novela entre sus dos protagonistas, dos seres que pertenecen a comunidades aparentemente contradictorias, aunque en el seno de las mismas anidan sus formas peculiares de violencia. Esto es algo que Melchor maneja con habilidad y verosimilitud, conforme la acción va creciendo. A su vez, en Páradais, aflora otro tipo de violencia que refleja esa aspereza del daño al otro, proveniente de quien, supuestamente, solo recibe órdenes, las cumple y, encima, quiere desentenderse del asunto, porque asegura que no fue idea suya. Este es otro asunto destacado de la novela, que se manifiesta desde el comienzo, sumado a una violencia de género en ciernes, sencillamente salvaje, que estallará en las propias manos de quien no paró de urdirla hasta lograrlo.
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