En todos ellos persevera el punto de vista que adoptan los personajes. Cada uno se acerca a la realidad a su manera, pero con la sensación de no hacerlo lo suficiente, porque la realidad es una sucesión infinita de pasos, de niveles de percepción, de circunstancias y de falsas apariencias, y por ende, inextinguible, inalcanzable en todo su ámbito. Por eso las historias que aquí se narran ofrecen un reto al lector para que se preste al desafío que el relato le impele a posicionarse e, incluso, a equivocarse en la resolución del enigma que plantea. Y así comprobamos cómo transitan personajes de toda índole, cada uno de ellos imbuidos en su extraña ambigüedad.
En el primero de sus relatos, 7 minutos, aparece un fotógrafo aturdido por el miedo a la soledad existencial. En el siguiente, Sereno olvido, cuento de hermoso título, nos encontramos con Isabel, una mujer amnésica que ha perdido el rastro de su gente querida. El tercero de los relatos nos acerca a un hombre simplón en pos de una historia maravillosa que dé sentido a la vida insulsa que lleva. Llegamos a mitad del libro con una de las historias más escalofriantes, Deja que sangre, un relato impulsado por el interés de unos amigos en la aventura caprichosa e ilusa de localizar un bar fatídico que traerá sus consecuencias. Los dos relatos que siguen tienen como protagonistas, por un lado a un policía exasperado por resolver un crimen atroz, y por otro, a unos mellizos azorados por la presencia de un ente fantasmagórico que les acecha. Por último, llega el relato que pone título al libro, que aborda “el tiempo del no-tiempo”. Al final del miedo alude a esa metafísica y vieja creencia de agujeros intemporales que sobrevuelan el presente presagiando el fin del mundo.
Estos cuentos de Eudave vienen a decirnos que la literatura de lo fantástico también conforma un pacto entre el lector y el escritor, un concierto necesario para crear un espacio de controversia e imaginación. El cuento, en toda su gama, es un género exigente que demanda un lector involucrado, y no un lector pasivo y distraído, algo que promueve con sigilo nuestra autora. Es más, según ella, sus cuentos son por naturaleza criaturas que tienen apariencia engañosa y, después, pueden resultar ser otra cosa. En estos relatos, por tanto, el lugar desde donde el narrador se sitúa es tanto o más importante que lo que dice, porque esa mirada es la que postula el mundo insólito y desconcertante que pone en guardia al lector, ya sea en el miedo a la soledad, a los designios del olvido, a la posibilidad de participar en una historia única e irrepetible, a inundarse de fantasías oscuras en torno al porvenir o en asustarse “con que el fin del mundo no iba a venir del espacio exterior sino del interior”.
Todo lo que conforma Al final del miedo no es más que un conjunto de sorprendentes historias llenas de extrañezas en el que el lector no encontrará demasiadas explicaciones ni rotundos porqués a lo que se cuenta, y mucho menos certezas. Aquí solo hallaremos destreza narrativa para posicionarnos a interrogantes, dudas, silencios e insólitas inseguridades, y a mucha inquietud con ciertas verdades. Los relatos están provistos de detalles y escenas cotidianas que les ocurren a gente rara y corriente, hombres y mujeres que arrastran por igual sus silencios y obsesiones. Nos muestran igualmente una constante presencia de sus carencias, temores y soledades. Son historias que rondan lo fantástico, pero que otean el vuelo del tiempo y sobrevuelan el gran misterio de la vida, ese que significa vivir en el condicional de las incertidumbres y de los miedos.
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