Este sería el caso de Miguel Ángel Arcas (Granada, 1956), poeta, aforista y editor, un practicante de esa forma de entender la literatura desde el convencimiento de que escribir es una manera de emprender un viaje en solitario bajo la premisa de que “hables lo que hables, eres lo que dices”. El lector se va a encontrar en su nuevo libro, Cuaderno de Choisy (Fórcola, 2021), como dice Eloy Tizón en su brillante prólogo, con “un diario libre y desinhibido”, con un cuaderno de apuntes chispeantes y reflexivos, surgidos en la refriega de la pandemia, una anomalía que nos obligó a una reclusión global sin precedentes que, en el caso de su autor, le pilló en París. Arcas se adentra en esa estrechez delimitada para mostrarnos una posición más ecuánime respecto al lado ingrato de aquellos días vividos bajo el condicionamiento de un tiempo insólito y determinante que nos abocó a un encierro sanitario.
Un libro que nos revela entre líneas que saber estar a solas es requisito indispensable para saber estar con los otros. Esta circunstancia le ha valido al autor para escribir, no solo sobre sí mismo, sino también para pensar en el valor de otras cosas de mayor ámbito: sus seres queridos, las relaciones con su pareja y con su hijo, el amor, “eso que todos dicen desconocer pero de lo que nadie deja de hablar”. También están presentes sus lecturas y demás asuntos particulares y otros de tipo más general, pero eso sí, sin ánimo de revancha. Y así, conforme avanza con sus apuntes, oyendo y escuchando, nos desvela recuerdos y sensaciones mientras deambula por la casa con el pálpito de hacerlo todo más sustancial, más vivible dentro de lo que cabe. Arcas apela a la necesidad de la verdad, de la risa y de la compañía de los ausentes, al tiempo que pasa página y fija su mirada en el frigorífico, por ejemplo, del que dice es “el Sancta Sanctorum donde se consagra la vida de todos y se concibe la supervivencia del hogar”. Inevitablemente, esta correduría de pensamientos y vivencias, le provoca que en él despierte ese lado tan reconocible de su estilo, apto para condensar lo inasible de la realidad, el tiempo y la memoria, valiéndose de una escritura breve e intuitiva.
“Escribir palabras inesperadas. Eso hago en estas páginas que parecen sorprenderse de que cada día suceda algo que merezca la pena contarse”, dice en una de sus entradas para acentuar con naturalidad su propósito de ponerle voz a ese instinto de supervivencia que se forja en el silencio. El silencio como conciencia, como confianza. Nada de lo callado queda recluido. Es lo que parece. Por eso el diario es un género exigente, propicio para extraer de la vida de quien lo inicia lo inesperado que calla en su interior, lo que acontece fuera de esas lindes repetitivas del devenir de cada día. La escritura de lo que deja ver Cuaderno de Choisy asume ese espacio que le sirve como continuidad, más que como resistencia al paso del tiempo y sus desajustes.
Ningún género, y mucho menos un diario, puede escapar a la subjetividad del autor, a su propia condición y a sus legítimas motivaciones. Y qué más da. A uno, como lector, cuando se encuentra en medio de un libro tan ameno y perspicaz como este, lo que le importa es haberse sentido cómplice sin andar abrumado y haberlo disfrutado con gusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario