lunes, 24 de mayo de 2021

Profeta de la posmodernidad

Siempre he leído las entrevistas con placer. En verdad, es un género que cuando se hace bien se convierte en una breve biografía o semblanza de la que obtenemos de primera mano lo más hondo y privado del testimonio del otro interlocutor. En estas conversaciones reunidas en Vivir en tiempos turbulentos (Tusquets, 2021) que Peter Haffner, periodista y ensayista suizo, mantuvo con el filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman (Poznan, Polonia, 1925- Leeds, Gran Bretaña, 2017), uno de los intelectuales europeos más influyentes de nuestra época, el lector se va a sumergir en una suerte de diálogo vívido y jugoso que culminará en un final abierto a la reflexión. Un final, como corresponde a un libro que se precie, en el que no hay respuestas definitivas, pero sí un pálpito recurrente de la realidad que, en palabras de Bauman, estaría dentro de todo lo que significa el marco de vivir en una época de incertidumbres, de tiempos líquidos donde nada es del todo indiferente, donde nada permanece indemne y sin contacto: “La única entidad cuya esperanza de vida se ve hoy incrementada es la entidad individual... Nosotros nos mantenemos estables en el marco de un contexto que cambia de forma constante”.

Bajo la traducción de Lorena Silos Ribas, nos vamos a encontrar a lo largo de estos diálogos con un Bauman que habla con mucha naturalidad y soltura sobre su obra y su vida. Cuatro conversaciones, una en febrero de 2014, las otras tres en abril de 2016, que abordan también aspectos candentes de la sociedad, como son la responsabilidad del individuo, la experiencia, las circunstancias del presente y el desafío de un futuro cargado de incertidumbres. También se reflexiona en ellas sobre pasajes cruciales de la historia polaca y europea, así como sobre el sentido del amor y la búsqueda de la felicidad. Además, nos brinda un buen puñado de luminosas ideas que constituyen el núcleo de su pensamiento: la modernidad líquida, el trato a los desfavorecidos de la historia, el auge de los fundamentalismos o la ambivalencia del carácter y destino del individuo a la hora de conformar su compromiso con una vida moralmente humana. Persiste mucho en esto último, y por eso recalca que: “Saber tomar no solo una decisión correcta, sino también una incorrecta, es el mejor terreno para la moral”.

El libro está estructurado en diez epígrafes que conforman, a modo de capítulos, la esencia de los contenidos que van surgiendo a lo largo de las preguntas que el entrevistador va engarzando ágilmente conforme se suceden las respuestas de Bauman. Y así, por ejemplo, descubrimos, en la que lleva por título Intelecto y compromiso, su sentir y actitud intelectual respecto a la escritura y a la política. Para él, la tarea del intelectual consiste en observar lo que sucede en la sociedad en la que vive, “un cometido que va mucho más allá de los intereses personales y profesionales”. Por eso considera fundamental que el deber de los intelectuales no sea otro que “servir al pueblo” y, desde luego, “salvaguardar los valores que no dependen de los vaivenes de la escena política”. Respecto a la pregunta de para qué escribe, Bauman contesta que en el por qué lo hace es donde encuentra el verdadero sentido de su oficio. Sencillamente, un día sin escribir para él es un día perdido, una traición a su vocación genuina. “Para vivir, no he aprendido nada más que a escribir”, concluye.

Por otro lado, en el planteamiento del autor de Tiempos líquidos, la búsqueda de la identidad es la tarea y la responsabilidad vital de toda persona, y esta empresa de construirse a sí mismo constituye al mismo tiempo la última fuente de arraigo. Además de este enfoque, alude a la precariedad de tanta gente desfavorecida. La felicidad, otro de sus temas estelares, se ha transformado, de aspiración ilustrada para el conjunto del género humano, en deseo individual. Aunque es consciente de que su búsqueda no alcanzará una circunstancia estable, porque si la felicidad puede ser un estado, solo puede ser un estado de excitación espoleado por la insatisfacción.

Conforme vamos escuchando su voz, sus respuestas y referencias, llegamos a la conclusión de que Bauman no ofrece teorías o sistemas definitivos, se limita a describir nuestras contradicciones, las tensiones, no sólo sociales, sino también existenciales que se generan cuando los humanos nos relacionamos. Para él, la identidad en esta sociedad de consumo se recicla. Es ondulante, espumosa, resbaladiza, acuosa, tanto como su persistente metáfora preferida: la liquidez. Lo «líquido» de la modernidad, nos viene a decir, se basa en la contraposición entre sólidos y fluidos: mientras que los primeros se mantienen fijos y estables en su forma, los segundos, por el contrario, fluyen, están sometidos a continuas transformaciones. Surge así la asociación de manera inevitable, vinculando lo sólido con el mundo de ayer, mientras que lo líquido vendría a representar la modernidad, nuestro presente más inmediato.

Vivir en tiempos turbulentos es un libro abierto y ameno que capta la experiencia fragmentada de un hombre armado de luminosos argumentos del mundo circundante, un intelectual de largo recorrido que acuñó la terminología de definir la modernidad como “un tiempo líquido”, un pensador que dio cuenta, con precisión y altura de miras, del tránsito de modernidad “sólida”, esto es, estable, repetitiva, a una “líquida”, flexible, voluble, en la que las estructuras sociales ya no perduran el tiempo necesario para solidificarse, porque son más instantáneas, escurridizas y caprichosas. Este es un libro que contagia tanto por su claridad de exposición, como por su frescura, y por todo lo que muestra del pensamiento y del perfil humano de Zygmunt Bauman.

La grandeza de un libro, da igual el género al que pertenezca, estriba en ver si creó el espacio suficiente, incluso en pocas páginas, para que resuenen dentro de ellas una continua cascada de ecos que conciten al lector a la emoción y al pensamiento. A todo esto, lo mejor que se le puede pedir a un libro es su final, no tanto por lo que tenga este de sorprendente, brillante o redondo, sino porque, como subraya Enrique García-Máiquez, acaba y seguimos. Es decir, por lo que sus palabras, sus ideas, sus frases, su tono y latido logren penetrar en nosotros. De una manera sutil, los buenos libros nos enseñan que más allá de su punto final hay mucho desafío, pensamiento y vida por delante.


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