No estaba cansado, pero se sentó en un bordillo al lado de la carretera y, con el impermeable doblado sobre las rodillas, se quedó mirando hacia la casa rosa que desde la colina dominaba el valle. Era un día frío de abril; un límpido y nervioso viento del norte batía la hierba, que se ondulaba como las olas del mar”.
Así arranca La casa del tiempo (Periférica, 2021), un relato intimista y sensitivo en el que su autora, Laura Mancinelli (Udine, 1933 - Turín, 2016), nos cuenta el viaje al pasado de su protagonista, un pintor maduro que atraviesa un momento de poca inspiración creativa y decide regresar al lugar de su infancia para airearse y recobrar sentido al presente anodino que cercena sus días. Orlando, por tanto, retorna a ese lugar que le vio nacer atraído por la consistencia del pasado de una vieja casa abandonada a la que se siente ligado emocionalmente. Con la ayuda de Placido, un viejo compañero del colegio, ahora propietario de la fonda del pueblo, Orlando irá resolviendo los misterios que envuelven a esa misteriosa propiedad, una casa que perteneció a su antigua maestra, a la que adoraba. Acaba comprándola, una decisión que despertará recuerdos de antaño, además de descubrir algunos episodios latentes de su propia existencia.
Con estos alicientes, la autora, profesora de literatura medieval alemana, traductora del Cantar de los nibelungos, y autora de otras novelas destacadas, como su opera prima I dodici abati di Challant (1981), Il miracolo di Santa Odilia (1989) o I casi del capitano Flores (1997), nos cuenta una historia sencilla y vívida, trenzada en capítulos cortos con el recuerdo persistente que justifica los lazos secretos de lo cotidiano que afloran de la memoria circunspecta de Orlando, que plasma todo un recital reflexivo con mucha agudeza para desvelarnos todo ese mundo que lleva consigo el protagonista lleno de matices, entre lo personal y su relación con los demás, entre la memoria y el curso libre del presente que viaja en el tiempo y regresa a la infancia perdida.
Toda la trama contiene esa evocación fascinante que nos lleva a revivir para que sintamos todo cuanto aquel niño de entonces amaba de su maestra. En dicha evocación se sostiene el eje narrativo de La casa del tiempo, y es de ese hilo, que amarra al lector hasta el desenlace, del que va tirando Mancinelli, urdiendo la disposición de la trama, contando para ello con la intensidad emotiva del personaje y con toda una serie de perplejidades que acumulan la complejidad de la vida de las gentes del lugar en relación con él y con las cosas que le rodean e importan. Viene a decir que la memoria de cada uno es, en el fondo, una memoria colectiva, una memoria conformada respecto a otros, un compendio de detalles y situaciones múltiples, con voces y con dudas, con revelaciones, creencias y titubeos, con alegrías y miedos, es decir, con todo lo que configura el relato de una vida entera.
La casa del tiempo es una novela hermosa, que no se encoge pese a su sencillez y extensión, sino que expande sus pálpitos a través del recuerdo, del paisaje, del hogar y de los sucesos cotidianos. Todo esto conforma en sí mismo un personaje adicional como resultado del acontecer de los hechos y, también, un desencadenante con los que se vale su autora para plantear las preguntas más trascendentales en el deambular de su protagonista por la realidad y recuerdos de su entorno. Mancinelli nos toma de la mano para apartarnos a la campiña y ser testigos presenciales de lo que acontece en la historia de una casa, sin necesidad de que hagamos mucho más que observar, sentir y dejarnos llevar por las remembranzas de Orlando a plena luz del día.
La literatura es el país de las maravillas, y a las buenas historias, como esta de Mancinelli, les ocurre que van más allá de sí mismas, incluso desbordan lo que quizá su autora pretendía. Aquí hay, sobre todo, un lenguaje sutil y envolvente que desborda por su empatía y por su verdad literaria.
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