La propia autora se adelanta, a modo de saludo, a descorrer la cortina de sus textos e invitarnos a leerlos a nuestro libre albedrío, por cualquier página que se nos antoje. Señala, a su vez, que “lo recogido en Agua y jabón es el resultado de una trayectoria intuitiva y desordenada” y, por eso mismo, constata que su libro “no es un libro de imaginación, sino de observación”. Su título así lo expresa en sus prolegómenos, un epígrafe que alude y apunta hacia lo sencillo, la gracia, el carisma, el duende, eso mismo que el fotógrafo y modista británico Cecil Beaton llamó “agua y jabón”, como estilo de vida distinguida. Incorpora a esa idea lo sencillo, como modo de estar en el mundo, como gusto espontáneo, alegre y discreto del saber vivir. Es eso mismo a lo que remite el subtítulo del libro: Apuntes sobre elegancia involuntaria, un cuaderno de notas en el que caben personas, objetos, lugares y hasta un pequeño diccionario sugerente y mordaz de afinidades.
Marta D. Riezu reúne en su cuaderno un compendio sobre todo aquello que tiene como requisito alguna perplejidad en la que caben citas, pasajes de la vida, experiencias literarias y opiniones que vienen a conformar un caleidoscopio acerca de lo que rodea al hecho de vivir. Son apuntes y flashes volcados con desparpajo, intuiciones, vivencias y pensamientos personales sobre la realidad más próxima y común, como, por ejemplo: la ropa y la moda, la cultura y la rutina, los libros y el ajuar o las hojas de laurel, sobre lugares como los hoteles, el cine y el teatro, la vida en el campo, la arquitectura de las ciudades... Y, desde luego, notas que ofrecen una estancia provechosa en la soledad como “puerto pacífico”, en el silencio y la rutina, cobijo de estabilidad: “Aprender a estar, para años después poder ser”, entona.
Agua y jabón es una miscelánea bien surtida de textos breves que exudan gracia e ingenio sobre asuntos variadísimos. A Riezu le interesa casi todo: la ropa, la arquitectura, los objetos, los lugares, los recuerdos de su biografía, los cómics... Pero si hay que destacar lo que ocupa más espacio en este libro tenemos que señalar que quien se lleva la palma es la literatura. Los libros, dice ufana, nos despiertan. Ellos fueron su primera compañía y no han dejado de serlo a lo largo del tiempo. Llegaron para quedarse como referentes. A los nombres de siempre, como Homero, Cervantes, Shakespeare, Montaigne, Flaubert, Proust o Dostoievski se añade también su fervor por Faulkner y Zweig, por Ginzburg y Sontag, por Rilke, Baroja, Pla y Delibes: “Estos son, sin orden ni concierto, algunos nombres a los que vuelvo una y otra vez”, resalta.
No es difícil para el lector establecer empatías con muchas de las entradas que se van sucediendo en este ameno cuaderno de apuntes. Riezu, además, no disimula su sensibilidad y su sentido del humor sobre tantos asuntos cotidianos y domésticos como trata en el libro. Y eso mismo ayuda a expandir y a compartir algo significativo muy suyo, algo de ese tiempo suspendido en el que la realidad se condensa en lo pequeño, en pasajes de su vida dispuestos tanto para nuestra curiosidad como para nuestra sorpresa. Son muchos los momentos en los que la escritora se interpela también con ese mecanismo de evocación de la experiencia vivida, consciente de que cuando lo hace no se puede quitar de en medio sin más.
Este es un libro jugoso y ameno, un festín donde se comparte no solo el vértigo de escribir, sino también el de disfrutar de los pequeños placeres, de los libros y de sus autores. Por aquí aparecen Pepys, Pla y Ribeyro, diaristas por los que Riezu siente predilección. También otros muchos, como Vila-Matas, Anaïs Nin o Iñaki Uriarte. Su muestrario es amplísimo. Sabe que leer aproxima a esa verdad literaria e imprescindible que otorga la curiosidad por la vida de los demás y que ayuda a entender el mundo. Leer para escuchar a los otros y, de paso, escucharse a sí misma y contarlo con chispa.
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