jueves, 3 de noviembre de 2022

Asuntos comprimidos


Como apego y defensa de lo cotidiano, los aforismos reunidos en Una galaxia imperfecta (La isla de Siltolá, 2022), de Benito Romero (Santa Cruz de Tenerife, 1983), contemplan y reflejan las paradojas del mundo vistas por alguien dispuesto a examinarlas desde su globo racional e imaginario, al cerca y al lejos, de frente y de soslayo, sin reglas ni decretos, tan solo con la idea de prender alguna chispa que dé que pensar. Por ese discurrir transitan los pensamientos cortos que lo pueblan, como significados para provocar o manifestar algún tipo de perplejidad, juicio o paradoja de lo que supone un existir autoobservado, de aquello que nos roza e importa, del tiempo de puertas afuera y de las horas de puertas adentro.

Estas miniaturas de ahora conforman una cierta filosofía minimalista de ver el mundo y vernos a través de él, para escucharnos también como refugio, como necesidad de huir del ruido exterior que habitamos, para pensar y reírnos, sin tener por ello que rasgar las vestiduras, como se dice en esta licencia íntima: “En privado nos desprendemos del traje del individuo y vestimos el chándal de persona”. Es esta línea embaucadora la que persigue Benito Romero a lo largo de sus tentativas aforísticas, más de cuatrocientos conatos para dar que pensar y conjugar, para deleitar o subvertir el orden imperante. Le importa que sus disquisiciones aspiren a una búsqueda sintética y concreta de respuestas, una búsqueda que se agudiza, como sabemos, con el paso de los años cuando uno cree estar de vuelta de casi todo.

Una galaxia imperfecta es, en su conjunto, una recopilación de ideas y esbozos donde el pensar, en cuanto proceso inacabado, da lugar a todo un repertorio de fragmentos verbales diseminados entre intervalos participa de un aluvión incesante de asuntos y vivencias de toda índole. Aquí el aforismo no se presenta como proclama, sino que, simplemente, se plantea o se propone, reclamando la colaboración del lector. Esa es la idea del autor, como también la de no obligarnos a pensar esto y lo otro. Tampoco ofrece la solución de un problema embutido, sino que exige el esfuerzo interpretativo del lector para que lo haga suyo o complete a su manera. Y como muestra, aquí van estos preludios: “Se acercaba al abismo para inspirarse”; “No viajar lo convirtió en un excelente observador”; “Hasta para frecuentar sus propios pensamientos se le exigía coger cita previa”; “Solo cuando comenzaron a escasear, saboreó cada ocasión como si fuera la última. Incluso las más irrisorias”.

De las cinco partes en la que está dividido el libro, la que lleva por título Gavetas, me parece la más original y chispeante de todas. Está concebida como un minúsculo cofre, un inventario ingenioso de términos por donde discurre toda una cartografía de ese yo universal que todos llevamos. Una especie de diccionario personal dispuesto con suma naturalidad, agudeza e ironía, como vemos en estos ejemplos: “«Adulto». Caballo que tira del carro donde se transportan las preocupaciones; «Amigo». Trébol de cuatro hojas encontrado por casualidad; «Ego». Material inflamable; «Humor». Lubrificación del ánimo; «Limitación». Chasis del ser humano; «Vivir». Insólito atrevimiento”. Y así hasta ochenta y tres entradas, un compendio sintético y socarrón de lo que somos y aparentamos.

Reserva otro capítulo para la escritura bajo el título Territorio. En él despliega un buen arsenal de secuencias, obsesiones y astillas propias del oficio, dando puntadas a diestro y siniestro. Apostilla que “el escritor que se limita a escribir lo imprescindible no existe”. Por eso mismo, y en relación al género que nos ocupa, deja dicho que “los mejores aforismos son zarpazos que lamemos con gusto”. En el apartado denominado Impresiones, tal vez el más persuasivo, Romero balbucea, refuta y cimbrea su propio caudal de titubeos, ya sea en lo inasible de la vida o en lo más cercano, donde cabe cualquier indicio de comprensión: “Algunos optan por el desencanto como la forma más honesta de huida”; “Hay alardes que pringan el suelo de tal manera que cuesta lo suyo no resbalarse”; “Tampoco deberíamos ensañarnos con la estupidez humana; al fin y al cabo, ella es quien nos ha traído al mundo”.

Por todos los rincones temáticos de Una galaxia imperfecta se deja ver ese mismo aire existencialista nada complaciente que encuentra mundos dentro de los mundos, con el propio empeño de escrutar indicios y reflexiones a los que obliga la exigencia de vivir, en sintonía con Horizontes circulares (2018) y Desajustes (2020), los dos libros de aforismos que le preceden.

Benito Romero firma otro libro fecundo en estas lides, con una buena ristra de aforismos certeros, dispuestos a preguntarnos sobre la filosofía del porqué de las cosas y sus vacíos, incluso para interpelarnos con regocijo, o si es menester, para sopesar que “no tener nada que decir también genera su pequeña dosis de placer”.


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